EL SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE
II. La muerte adquiere un
sentido nuevo con la Muerte y Resurrección de Cristo.
III. Lecciones para la vida
que nos da la muerte.
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: -«Como sucedió en los días de Noé, así será también en
los días del Hijo del hombre: comían, bebían y se casaban, hasta el día que Noé
entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos.
Lo mismo sucedió
en tiempos de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían;
pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó
con todos. Así sucederá el día que se manifieste el Hijo del hombre. Aquel día,
si uno está en la azotea y tiene sus cosas en casa, que no baje por ellas; si
uno está en el campo, que no vuelva. Acordaos de la mujer de Lot. El que
pretenda guardarse su vida la perderá; y el que la pierda la recobrará. Os digo
esto: aquella noche estarán dos en una cama: a uno se lo llevarán y al otro lo
dejarán; estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la
dejarán.» Ellos le preguntaron: -«¿Dónde, Señor?» Él contestó: -«Donde se
reúnen los buitres, allí está el cuerpo»” (Lucas, 17,26-37).
I. San Pablo escribe a los
primeros cristianos de Tesalónica: Porque vosotros sabéis muy bien que como el
ladrón en la noche, así vendrá el día del Señor (1 Tesalónica). Es una llamada
más a la vigilancia, a no vivir de espaldas a esa jornada definitiva –el día
del Señor- en la que por fin veremos cara a cara a Dios. En algunos ambientes
no es fácil hoy hablar de la muerte.
Sin
embargo es el acontecimiento que ilumina la vida, y la Iglesia nos invita a
meditarlo; precisamente para que no nos encuentre desprevenidos. El modo pagano
de pensar y de vivir lleva a muchos a vivir de espaldas a esta realidad, en
lugar de verla como lo que en realidad es, la llave de la felicidad plena; se
la ve como el fin del bienestar que tanto cuesta amasar aquí abajo.
Para
el cristiano, la muerte es el final de una corta peregrinación y la llegada a
la meta definitiva, para la que nos hemos preparado día a día (C. POZO,
Teología del más allá), poniendo el alma en las tareas cotidianas. Con ellas y
a través de ellas, nos hemos de ganar el Cielo.
II. Antes del pecado
original no había muerte, tal y como hoy la conocemos con ese sentido doloroso
y difícil con que tantas veces la hemos visto, quizá de cerca. Pero Jesucristo
destruyó la muerte e iluminó la vida (2 Timoteo 1, 10), y gracias a Él,
adquiere un sentido nuevo; se convierte en el paso a una Vida nueva. En Cristo
se convierte en “amiga” y “hermana”.
La
muerte de los pecadores es pésima (Salmo 33, 22), afirma la Sagrada Escritura;
en cambio, es preciosa, en la presencia de Dios, la muerte de los santos (Salmo
115, 15). Serán premiados por su fidelidad a Cristo, y hasta en lo más pequeño
–hasta un vaso de agua dado por Cristo recibirá su recompensa (Mateo 10, 42).
Sus buenas obras lo acompañan.
III. La muerte nos da
grandes lecciones para la vida. Nos enseña a vivir con lo necesario,
desprendidos de los bienes que usamos que habremos de dejar; a aprovechar bien
cada día como si fuera el único; a decir muchas jaculatorias, a hacer muchos
actos de amor al Señor y favores y pequeños servicios a los demás, a tratar a
nuestro Ángel Custodio, a vencernos en el cumplimiento del deber, porque el
Señor convertirá todos nuestros actos buenos en joyas preciosas para la
eternidad (LEÓN X, Bula Exsurge Domine).
Y
después de haber dejado aquí frutos que perdurarán hasta la vida eterna,
partiremos. Entonces podremos decir con el poeta: “-Dejó mi amor la orilla y en
la corriente canta. –No volvió a la ribera que su amor era el agua” ( B.
LLORENS, Secreta fuente).
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org