LA FIDELIDAD DE ELEAZAR
II. Obstáculos para la
fidelidad.
III. Lealtad a la palabra
dada y a los compromisos adquiridos.
“En aquel tiempo, entró
Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de
publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo
impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera,
para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio,
levantó los ojos y dijo: -«Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que
alojarme en tu casa.» Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver
esto, todos murmuraban, diciendo: -«Ha entrado a hospedarse en casa de un
pecador.» Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: -«Mira, la mitad de mis
bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le
restituiré cuatro veces más.» Jesús le contestó: -«Hoy ha sido la salvación de
esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido
a buscar y a salvar lo que estaba perdido»” (Lucas 19,1-10).
I. San Juan Crisóstomo llama a Eleazar “protomártir del Antiguo Testamento” (Homilía 3, sobre los
santos Macabeos). Él era un anciano de noventa años, que se mantuvo fiel a la
fe de sus padres, y prefirió la muerte a participar en los sacrificios a los dioses
griegos que habían remplazado a Yahvé por orden del rey Antíoco.
Amigos
le propusieron simular que había comido las carnes sacrificadas, según el
mandato del rey, pero él se rehusó. No quiso dar un mal ejemplo a los jóvenes
que pudiesen decir que se había paganizado con los extranjeros. La actitud
gozosa de Eleazar en el martirio, nos recuerda a nosotros la fidelidad sin
fisuras a los compromisos contraídos en la fe, para ser leales al Señor,
también cuando quizá nos sería más fácil ceder por la presión de un ambiente
pagano hostil, o por una circunstancia difícil que hayamos de atravesar. El
Señor nos hace experimentar el mismo gozo cuando, por ser fieles a la fe y a la
propia vocación, padecemos alguna contrariedad.
II. Sé fiel hasta la muerte
–se lee en el Apocalipsis, y Yo te daré la corona de gloria (5). Esto nos pide
el Señor a los cristianos de todas las épocas. Con esta promesa, ¿nos vamos a
avergonzar de nuestra fe, que tiene consecuencias prácticas en el modo de
actuar, en la que muchos quizá o estén de acuerdo? “Es fácil, -recordaba el
Papa Juan Pablo II- ser coherente por un día o algunos días.
Difícil
e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente a la hora de
la exaltación, difícil serlo a la hora de la tribulación. Y solo puede llamarse
fidelidad una coherencia que dura toda la vida” (6). A veces los obstáculos no
llegan de fuera, sino de dentro. La soberbia es el principal obstáculo de la
fidelidad, y junto a ella la tibieza que hace perder la alegría en el
seguimiento de Cristo, e idealiza otras posibilidades que están al margen del
camino que nos lleva a Dios.
Otras
veces surge la oscuridad en el alma por la falta de lucha, o bien, Dios la
permite para purificar el alma. Estos obstáculos se salvan si somos dóciles a
la dirección espiritual, y si permanecemos cerca del Señor con un trato diario
mediante la oración viva.
III. Muchos, quizá sin
saberlo expresamente, se apoyan en nuestra fidelidad. En lo humano es la
lealtad, virtud esencial para la convivencia, porque inspira confianza y
seguridad. Muchas veces se echa de menos la honradez para cumplir la palabra
dada y los compromisos libremente adquiridos en el matrimonio, en la empresa,
en los negocios.
En
estos momentos urge que los cristianos –luz del mundo y sal de la tierra-
procuremos ser ejemplo de fidelidad y de lealtad a los compromisos contraídos.
Algún día escucharemos dichosos: Muy bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel
en lo; poco, te constituiré sobre lo mucho; entra en el gozo de tu Señor”
(Mateo 25, 21-23).
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org