SER
AGRADECIDOS
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Dominio público |
II. En
la desgracia se acuerdan de Él y le piden; en la ventura, se olvidan.
III. Muchos
favores del Señor los recibimos a través de las personas que tratamos
diariamente.
«Y sucedió que, yendo de camino a
Jerusalén, atravesaba los confines de Samaria y Galilea; y, cuando iba a entrar
en un pueblo, le salieron al paso diez leprosos, que se detuvieron a distancia
y le dijeron gritando: «Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros». Al verlos, les
dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes».
Y sucedió que mientras iban, quedaron
limpios. Uno de ellos, al verse curado, se volvió glorificando a Dios a gritos,
y fue a postrarse a sus pies dándole gracias. Y éste era samaritano. Ante lo cual
dijo Jesús: «¿No son diez los que han quedado limpios? Los otros nueve ¿dónde
están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino sólo este
extranjero? Y le dijo: Levántate y vete: tu fe te ha salvado» (Lucas 17,11-19).
I.
Jesús, en su último viaje a Jerusalén, al entrar en una aldea, le salieron al
encuentro diez leprosos que se detuvieron a lo lejos, donde se encontraba el
Maestro y el grupo que le acompañaba, pues la Ley prohibía a estos enfermos
(Levíticos 13, 45) acercarse a la gente. Y levantando la voz, dirigen a Jesús
una petición llena de respeto que llega a su Corazón: Jesús, Maestro, ten
piedad de nosotros. Les manda ir a mostrarse a los sacerdotes como estaba
preceptuado a la Ley (Ídem 14, 2), para que certificaran su curación.
Así
lo hicieron a pesar que todavía no estaban sanos, y por su fe y docilidad, se
vieron libres de la enfermedad. Estos enfermos nos enseñan a pedir: acuden a la
misericordia divina, que es la fuente de todas las gracias. Nos muestran el
camino de la curación cualquiera que sea la lepra que llevemos en el alma:
tener fe y ser dóciles a quienes, en nombre del Maestro, nos indican lo que
debemos hacer, especialmente en la Confesión.
II. Y
sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Nos podemos imaginar su alegría.
Y en medio del alborozo, se olvidaron de Jesús. En la desgracia se acuerdan de
Él y le piden; en la ventura, se olvidan. Sólo uno, un samaritano, regresó con
el Señor, glorificando a Dios a gritos. Se postró a los pies del Señor, dándole
las gracias. Es ésta una acción profundamente humana y llena de belleza. Ser
agradecido es una gran virtud. Jesús esperaba a todos. Y los otros nueve ¿dónde
están?, preguntó. ¡Cuántas veces Jesús ha preguntado por nosotros después de
tantas gracias. Vivimos pendientes de lo que nos falta y no nos fijamos en lo
que tenemos y nos quedamos cortos en la gratitud.
Toda
nuestra vida debe ser una continua acción de gracias. Recordad las maravillas
que Él ha obrado (Salmo 104, 5), nos exhorta el Salmista. El samaritano, por
ser agradecido se ganó el incomparable don de la fe. Los nueve leprosos
desagradecidos se quedaron sin la mejor parte que les había reservado el Señor.
III.
Muchos favores del Señor los recibimos a través de las personas que tratamos
diariamente, y por eso, en esos casos, el agradecimiento a Dios debe pasar por
esas personas que tanto nos ayudan a que la vida sea menos dura, la tierra más
grata y el Cielo más próximo. De modo particular, nuestra gratitud se ha de
dirigir a quienes nos ayudan a encontrar el camino que conduce a Dios.
No
dejemos pasar un solo día sin pedir abundantes bendiciones del Señor para
aquellos, conocidos o no, que nos han procurado algún bien. Jesús se siente
dichoso cuando nos ve agradecidos con Él y con los que nos favorecen
diariamente.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org