El Sínodo sobre la Amazonía ha suscitado un encendido
debate entre los católicos. Hay quienes temen que se pueda salir del surco de
la Tradición. La historia de la Iglesia nos muestra el camino de la fidelidad
Dos mil años de historia nos enseñan que el desarrollo
de la doctrina en la Iglesia es un pueblo que camina junto. Caminando a través
de los siglos, la Iglesia ve y aprende cosas nuevas, creciendo cada vez más en
la inteligencia de la fe. Durante este camino, de vez en cuando hay alguien que
se detiene, alguien que corre demasiado adelante, alguien que toma otro camino.
Benedicto XVI:
No congelar el Magisterio
Al respecto, son significativas las palabras de
Benedicto XVI en la Carta escrita en 2009 sobre la
remisión de la excomunión de los cuatro obispos consagrados por el Arzobispo
Lefebvre, fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X:
“No se puede congelar la autoridad magisterial de la
Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad. Pero a
algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe
recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de
la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe
profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el
árbol vive”.
Poner juntas
cosas nuevas y cosas antiguas
Es necesario considerar estos dos elementos: no
congelar el magisterio en un momento dado y, al mismo tiempo, permanecer fieles
a la Tradición. Como dice Jesús en el Evangelio: «Todo escriba
convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa
que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo» (Mt 13,52). No quedarse
aferrados sólo a las cosas antiguas, ni acoger sólo las cosas nuevas
separándolas de las antiguas.
No detenerse en
la letra, sino dejarse guiar por el Espíritu
El punto es entender cuando hay un desarrollo de
doctrina fiel a la Tradición. La historia de la Iglesia nos enseña que no
debemos seguir la letra sino el Espíritu. De hecho, si se toma como punto de
referencia la no-contradicción literal entre textos y documentos, nos detenemos
en el camino. El punto de referencia no es un texto escrito, sino el pueblo que
caminan unido. Como leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica: “La
fe cristiana (...) no es una «religión del Libro». El cristianismo es la
religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del
Verbo encarnado y vivo». Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es
preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos
abra el espíritu a la inteligencia de las mismas”.
El gran salto
en el primer Concilio de Jerusalén
Si no hay esta mirada espiritual y eclesial, todo
desarrollo será visto como la demolición de la doctrina y como la construcción
de una nueva Iglesia. Por esto debemos tener una gran admiración por los
primeros cristianos que, en el Concilio de Jerusalén del primer siglo
abolieron, a pesar de ser judíos, la tradición ultra milenaria de la
circuncisión. Debe haber sido un verdadero trauma para algunos dar este salto.
La fidelidad no es el apego a una sola regla, sino es el caminar juntos como
pueblo de Dios.
¿Los niños no
bautizados van al cielo o no?
Quizás el ejemplo más sorprendente se refiere a la
salvación de los niños no bautizados. Aquí se habla de lo más importante para
un creyente: la salvación eterna. En el Catecismo Tridentino, publicado por el
Papa San Pío V por Decreto del Concilio de Trento, leemos: “A los
pequeños no les queda ninguna posibilidad de salvación, si no se les da el
Bautismo”. Y muchos recordarán lo que decía el Catecismo breve de San
Pío X: “¿Adónde van los niños que han muerto sin el Bautismo? Los niños
que mueren sin bautismo van al Limbo, donde no hay premio ni castigo
sobrenatural; porque, teniendo el pecado original, y sólo ese, no merecen el
paraíso, pero tampoco el infierno ni el purgatorio”.
Desarrollo
doctrinal de san Pío X a san Juan Pablo II
El Catecismo de Tridentino es de 1566, el Catecismo de
San Pío X es de 1912. El Catecismo de la Iglesia Católica aprobado en 1992,
elaborado bajo la guía del Cardenal Joseph Ratzinger y bajo el Pontificado de
San Juan Pablo II, dice algo diferente: “En cuanto a los niños
muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina
(...) En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres
se salven (cf. 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le
hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis"
(Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para
los niños que mueren sin Bautismo”. Por lo tanto la solución ya estaba
en el Evangelio, pero no la hemos visto en muchos siglos.
La cuestión de
la mujer en la historia de la Iglesia
Otro ejemplo son los progresos que la Iglesia ha hecho
sobre la cuestión femenina. La mayor conciencia de los derechos y la dignidad
de la mujer fue aclamada por San Juan XXIII como un signo de los tiempos. En la
primera Carta a Timoteo, San Pablo escribía: “Que la mujer aprenda en
silencio, con toda sumisión. No permito que ninguna mujer enseñe, ni que dicte
la ley a los hombres”. Sólo en los años 70 del siglo pasado, durante el
Pontificado de San Pablo VI, las mujeres comenzaron a enseñar en las
Universidades Pontificas a los futuros sacerdotes. Aquí también, nos habíamos
olvidado que fue primero una mujer, María Magdalena, quien anunció a los
apóstoles la Resurrección de Jesús.
La verdad los
hará libres
Último ejemplo. El reconocimiento de la libertad
religiosa y de conciencia, así como de la libertad política y de expresión, en
el Magisterio de la Iglesia postconciliar. Un verdadero y propio salto desde
los documentos de los Papas del siglo XIX, como Gregorio XVI, que en la
Encíclica “Mirari vos” definía estos principios como errores
venenosos. Comparando los textos, desde un punto de vista literal, hay una gran
contradicción, no hay un desarrollo lineal. Pero si leemos mejor el Evangelio, recordamos
las palabras de Jesús: «Si permanecen fieles a mi palabra, serán
verdaderamente mis discípulos; conocerán la verdad y la verdad los hará libres”
(Jn 8,31-32).
El dolor de los
Papas
Los santos siempre nos han invitado a amar a los Papas
como condición para caminar unidos a la Iglesia. San Pío X, hablando a los sacerdotes de la Unión
Apostólica en 1912, afirmaba con el “estallido de un corazón
afligido”: “Parece increíble, y es además doloroso, que haya sacerdotes
a los que tengo que hacer esta recomendación, pero estamos desgraciadamente en
nuestros días en esta dura y desafortunada condición de tener que decir a los
sacerdotes: ¡amen al Papa!”. Juan Pablo II, en su Carta Ecclesia Dei de 1988,
señalaba “con gran aflicción” la ilegítima ordenación episcopal conferida por
Mons. Lefebvre, recordando que es «contradictoria una noción de
Tradición que se oponga al Magisterio universal de la Iglesia, el cual
corresponde al Obispo de Roma y al Colegio de los Obispos. Nadie pude
permanecer fiel a la Tradición si rompe los lazos y vínculos con aquél a quien
el mismo Cristo, en la persona del Apóstol Pedro, confió el ministerio de la
unidad en su Iglesia». Y Benedicto XVI, en su Carta de 2009 sobre el tema de los
Lefebvrianos, expresaba el mismo dolor: “Me ha entristecido el hecho de
que también los católicos, que en el fondo hubieran podido saber mejor cómo
están las cosas, hayan pensado que debían herirme con una hostilidad dispuesta
al ataque”. Quien es católico no sólo no falta jamás de respetar al
Papa, sino que lo ama como Vicario de Cristo.
Llamada a la
unidad: caminar juntos hacia Jesús
La fidelidad a Jesús no es, pues, fijarse en un texto
escrito en un determinado momento de estos 2000 años de historia, sino que es
la fidelidad a su pueblo, pueblo de Dios que camina unido hacia Cristo, unido a
su Vicario y a los sucesores de los Apóstoles. Como dijo el Papa ayer en
el Ángelus, al concluir el Sínodo sobre la
Amazonía:
“¿Qué ha sido el Sínodo? Ha sido, como dice la
palabra, un caminar juntos, reconfortados por el valor y las consolaciones
que vienen del Señor. Hemos caminado mirándonos a los ojos y escuchándonos, con
sinceridad, sin ocultar las dificultades, experimentando la belleza de seguir
adelante juntos, al servicio de los demás”.
Sergio Centofanti – Ciudad del Vaticano
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