EL HIJO PRÓDIGO
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Dominio público |
II. El pecado
“consiste en la rebelión frente a Dios, o al menos en el olvido o indiferencia
ante Él y su amor”.
III.
El padre prepara una gran fiesta para recibir al hijo pródigo, pero el hijo
mayor se enfada
«Se
le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. Pero los fariseos y
los escribas murmuraban diciendo: éste recibe a los pecadores y come con ellos.
Entonces les propuso esta parábola : ¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y
pierde una, no deja las noventa y nueve entonces el campo y va entonces busca
de la que se perdió hasta encontrarla ? Y, cuando la encuentra, la pone sobre
sus hombros, gozoso, y al llegar a casa, convoca a los amigos y vecinos y les
dice: alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me perdió. Os digo
que habrá entonces el Cielo mayor alegría por un pecador que hace penitencia
que por noventa y nueve justos que no la necesitan.
¿Qué
mujer, si tiene diez dracmas y pierde una, no enciende una luz y barre la casa
y busca cuidadosamente hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a las
amigas y vecinas diciéndoles: alegraos conmigo, porque he encontrado la dracma
que se me perdió. Así, os digo, es la alegría entre los ángeles de Dios por un
pecador que se arrepiente.
Dijo también: Un hombre tenía dos hijos; el más joven de ellos dijo a su padre: padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde. Y les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más joven, reuniéndolo todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna viviendo lujuriosamente. Después de gastar todo, hubo una gran hambre en aquella región y él empezó a pasar necesidad. Fue y se puso a servir a un hombre de aquella región, el cual lo mandó a sus tierras a guardar cerdos; le entraban ganas de llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos; y nadie se las daba. Recapacitando, se dijo: ¡cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen pan abundante mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame cono a uno de tus jornaleros. Y levantándose se puso en camino hacia la casa de su padre.
Cuando
aún estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció; y corriendo a su encuentro,
se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Comenzó a decirle el hijo: padre, he
pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.
Pero el padre dijo a sus criados: Pronto, sacad el mejor traje y vestidlo; ponedle
un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y
matadlo, y vamos a celebrarlo con un banquete; porque este hijo mío estaba
muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. Y se
pusieron a celebrarlo.
El
hijo mayor estaba en el campo; al volver y acercarse a casa oyó la música y la
danza y, llamando a uno de los criados, le preguntó qué pasaba. Este le dijo:
ha llegado tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado por haberle
recobrado sano. Se indignó y no quería entrar, pero su padre salió a
convencerlo. El replicó a su padre: mira cuántos años hace que te sirvo sin
desobedecer ninguna orden tuya y nunca me has dado ni un cabrito para
divertirme con mis amigos. Pero en cuanto ha venido ese hijo tuyo que devoró la
fortuna con meretrices, has hecho matar para él el ternero cebado. Pero él le
respondió: hijo tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo; pero había que
celebrarlo y alegrarse porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la
vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (Lucas 15, 1-32)
I.
La liturgia de este domingo trae a nuestra consideración, una vez más, la
misericordia inagotable del Señor: ¡un Dios que perdona y que manifiesta su
infinita alegría por cada pecador que se convierte! Todos conocemos cómo Dios
no se ha cansado jamás de perdonarnos, de facilitarnos de continuo el camino
del perdón. En el Evangelio, San Lucas recoge estas parábolas de la compasión
divina ante el estado en que queda el pecador, y el gozo del Señor al recuperar
a quien parecía definitivamente perdido.
Un padre, que movido por la
impaciencia del amor, sale todos los días a esperar a su hijo descarriado, y
aguza la vista para ver si cualquier figura que se vislumbra a lo lejos es su
hijo pequeño. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por
un solo pecador que se convierta. ¿Cómo nos vamos a retraer de la Confesión
ante tanto gozo divino? La actitud misericordiosa de Dios será, aun cuando
estuviéramos lejos, el más poderoso motivo para el arrepentimiento.
II.
El pecado, tan detalladamente descrito en la parábola del hijo pródigo,
“consiste en la rebelión frente a Dios, o al menos en el olvido o indiferencia
ante Él y su amor” (JUAN PABLO II, Homilía), en el deseo necio de vivir fuera
del amparo de Dios, de emigrar a un país lejano, fuera de la casa paterna. El
hijo pródigo, junto a “una amarga experiencia de empobrecimiento y de
desesperación, se vio obligado –él, que había nacido en libertad- a servir a
uno de los habitantes de aquella región” (Ibidem).
Cuando el hijo decide volver
a casa de su padre, éste, hondamente conmovido al ver las condiciones en que
vuelve, corre a su encuentro, y se le echó al cuello –dice Jesús en la
parábola- y lo cubrió de besos. ¿Se puede describir de manera más gráfica el
amor paternal de Dios por los hombres? El padre de la parábola no pone
condiciones al hijo, piensa en restituir cuanto antes al que llega su dignidad
de hijo. En la Confesión, a través del sacerdote, el Señor nos devuelve todo lo
que culpablemente perdimos: la gracia y la dignidad de hijos de Dios.
III.
El padre prepara una gran fiesta para recibir al hijo pródigo, pero el hijo
mayor se enfada; es la nota discordante y reprocha a su padre: tantos años que
te sirvo, y nunca me has dado ni un cabrito... Ha servido porque no había más
remedio, y con el tiempo se le ha empequeñecido el corazón. Es la figura de
todo aquel que olvida que estar con Dios –en lo grande y en lo pequeño- es un
honor inmerecido.
Hay siempre motivos de fiesta, de acción de gracias, de
alegría, junto a Dios. Y especialmente cuando tenemos el corazón grande,
comprensivo, con un hermano nuestro.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org