Durante el verano,
miles de personas viajan a Tierra Santa, aunque no todos tienen una experiencia
religiosa. Para asegurarse de que puedan tener un encuentro con Dios, los
franciscanos custodian y muestran los principales santuarios
Foto: Salvador Rosas |
Salvador Rosas es un franciscano
mexicano afincado en Israel desde 2007. Nada más terminar Filosofía, su
congregación le envío allí para cursar sus estudios teológicos. Sin embargo, al
llegar a Tierra Santa descubrió que iba a hacer algo más que estudiar.
«El seminario franciscano
tiene como principal función, aparte de la académica, mostrar la
internacionalidad de la orden y participar en las liturgias de Cuaresma en la
basílica del Santo Sepulcro y los diferentes santuarios que hay alrededor»,
explica.
Salvador es uno de los guías
que el Centro Académico Romano (CARF), una fundación dedicada a la formación
integral de sacerdotes y seminaristas, tiene en Israel. «Queremos que la gente
se dé la oportunidad de encontrarse con ese quinto Evangelio, hacer oración y
reflexionar la palabra de Dios», revela Rosas.
Su función: custodiar las
huellas que dejó Jesús a su paso por Tierra Santa y mostrar los santos lugares
a quienes los visitan. «Es impresionante ver que a lo largo de estos años el
mensaje cristiano ha permanecido y también lo que representa el Antiguo
Testamento», opina el fraile.
Cuidar de este testimonio,
«más que un orgullo, una bendición o una gracia», es para él «una gran
responsabilidad». Por ello, intenta que la gente que pasa por Tierra Santa
realmente tenga una experiencia de Dios.
Algo que, a su juicio,
están consiguiendo porque «mucha gente se lo toma como si fueran unas
ejercicios espirituales». «Las agencias cristianas tratan de hacer que el viaje
sea una peregrinación, no unas vacaciones», cuenta el franciscano, quien
recuerda que, para simplemente darse un paseo, «hay otros lugares más bonitos,
más accesibles o menos caóticos».
Un testimonio escondido
Los lugares que Salvador
Rosas enseña a los cristianos que visitan Tierra Santa tienen un eminente
carácter religioso. «Vamos a Belén en Navidad, a Nazaret el día de la
Anunciación o Getsemaní en Tierra Santa», explica.
Pero no todos son
especialmente conocidos porque este franciscano muestra algunas joyas
escondidas. «Hay dos o tres santuarios que no son tan visitados por cuestiones
políticas, hay que atravesar los muros y los puntos de control», explica. Se
refiere a aquellos que están en Palestina.
Uno de ellos es Emaús. Para
acceder a este lugar «es necesario solicitar permisos para entrar con el
autobús y eso crea conflictos a las agencias que, con tal de evitarlos, no
promueven estas visitas», lamenta el fraile. «Muchos peregrinos no van a
Betania por lo mismo», añade.
Espiritualidad comunitaria
Salvador Rosas forma parte
de una comunidad de diez franciscanos que acoge peregrinos y hace oración
constante por la mañana, tarde y medianoche. «Veo mi experiencia en Tierra
Santa como lo que hizo María con su prima Isabel, fue a Israel a servir» opina
Rosas.
Este servicio no solo le es
útil a los peregrinos, también ha ayudado a Rosas a descubrir el papel que su
orden juega en el mundo. «Conforme fui creciendo en la formación, me di cuenta
de que los franciscanos están más allá de México y las fronteras. Me siento
responsable de que el día de mañana las nuevas generaciones recuerden a los
frailes franciscanos», reconoce.
Una tarea que intenta
abordar con sencillez y sin perder de vista que solamente es «un eslabón de una
larguísima cadena de franciscanos que, a lo largo de 800 años, han estado aquí
hasta el punto de derramar sangre».
Rodrigo Moreno Quicios
Fuente: Alfa y Omega