EL
FUEGO DEL AMOR DIVINO
![]() |
Dominio público |
II. El amor pide más amor, y éste se demuestra en las
obras.
III. Los cristianos hemos de ser fuego que encienda,
como Jesús encendió a sus discípulos.
“En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«He venido a prender fuego en el
mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué
angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que be venido a traer al mundo paz? No,
sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra
dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo
contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra
contra la nuera y la nuera contra la suegra” (Lucas 12,49-53).
I. El fuego
aparece frecuentemente en la Sagrada Escritura como símbolo del Amor de Dios,
que purifica a los hombres de todas sus impurezas. (J DHELLY, Diccionario
Bíblico). El amor, como el fuego nunca dice basta (Proverbios 30, 16), tiene la
fuerza de las llamas y se enciende en el trato con Dios. Jesús nos dice en el
Evangelio de hoy: Fuego he venido a traer a la tierra, ¿y qué quiero sino que
arda? (Lucas 12, 49).
En Cristo
alcanza su expresión máxima el amor divino: Tanto amó Dios al mundo que le
entregó a su Hijo Unigénito. El Señor quiere que su amor prenda en nuestro
corazón y provoque un incendio que lo invada todo. Él nos ama a cada uno con
amor personal e individual, como si fuera el único objeto de su caridad. En
ningún momento ha cesado de amarnos, de ayudarnos, de protegernos, de
comunicarse con nosotros; ni siquiera en los momentos de mayor ingratitud de
nuestra parte.
Este misterio
de amor se realizó de una manera absolutamente particular en su Madre, Santa
María, y Ella nos enseña a creer en el amor sin límites de Dios.
II. El amor pide
más amor, y éste se demuestra en las obras, en el empeño diario por tratar a
Dios y por identificar nuestra voluntad con la suya. Muchas veces hemos de
decir sí al Amor: al negarnos a nosotros mismos para servir a quienes conviven
con nosotros; en la mortificación pequeña, que nos ayuda a guardar la
templanza; en la puntualidad a la hora de comenzar nuestros deberes; en el
orden en que dejamos las cosas; en el esfuerzo que frecuentemente supone hacer
un rato de oración, diciéndole al Señor muchas veces que le amamos; en la
aceptación alegre de la voluntad de Dios.
El amor
también se expresa en el dolor de los pecados, en la contrición, pues tantas
veces –casi sin darnos cuenta- decimos no al amor. Son muchas las mociones del
Espíritu Santo para corresponder a ese Amor infinito con que Jesús nos ama.
III. Los
cristianos hemos de ser fuego que encienda, como Jesús encendió a sus
discípulos. Nadie que nos haya conocido deberá quedar indiferente; nuestro amor
debe ser lumbre viva que convierte en puntos de ignición, otras fuentes de amor
y de apostolado, a quienes tratamos. El amor verdadero a Dios se manifiesta
enseguida en apostolado, en deseos de que otros conozcan y amen a Cristo: fuego
que se robustece en el trato íntimo con Cristo.
Le decimos a
Jesús que cuente con nosotros: ecce ego quia vocasti me, aquí estoy porque me
has llamado. La Virgen nos ayudará a ser audaces en el apostolado.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org