ESPERANDO AL
SEÑOR
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Dominio público |
II. Jesús nos exhorta a la vigilancia, porque el enemigo no descansa, está siempre al acecho, y porque el amor nunca duerme.
III. Estaremos vigilantes en el
amor y lejos de la tibieza y del pecado si nos mantenemos fieles en las cosas menudas que llenan el día.
«No tengáis miedo, pequeño rebaño, porque
vuestro Padre ha decidido daros el reino. Vended lo que tengáis y dad limosna
con ello. Haceos bolsas que no se gasten y riquezas inagotables en el cielo,
donde no entra ningún ladrón, ni roe la polilla; porque donde esté vuestra
riqueza, allí estará vuestro corazón". "Estad preparados y tened
encendidas vuestras lámparas. Sed como los criados que esperan a su amo de
retorno de las bodas para abrirle tan pronto como llegue y llame. ¡Dichosos los
criados a quienes el amo encuentra en vela a su llegada! Os aseguro que los
hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos él mismo. Si llega a medianoche o
de madrugada y los encuentra así, ¡dichosos ellos! Tened en cuenta que si el
amo de casa supiera a qué hora iba a venir el ladrón, estaría en guardia y no
dejaría que asaltaran su casa. Estad preparados también vosotros, porque a la
hora que menos penséis vendrá el hijo del hombre".
Entonces Pedro le dijo:
"Señor, esta parábola, ¿la dices por nosotros o por todos?". El Señor
contestó: "¿Quién es, entonces, el administrador fiel y prudente, para que
dé a la servidumbre la comida a su hora? ¡Dichoso ese criado si, al llegar su
amo, lo encuentra cumpliendo con su deber! Os aseguro que le pondrá al frente
de todos sus bienes. Pero si ese criado, pensando que su amo va a tardar en
venir, se pone a maltratar a los demás criados y criadas y a comer y a beber
hasta emborracharse, su amo vendrá el día y la hora que él menos lo espere, lo
castigará severamente y lo pondrá en la calle, donde se pone a los que no son
fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no lo hace será severamente
castigado. Pero el que no lo sabe, si hace algo que merece castigo, será
castigado con menos severidad. Al que mucho se le da, mucho se le reclamará; y
al que mucho se le confía, más se le pedirá.» (Lucas 12,32-48).
I.
La Liturgia de la Palabra de este Domingo nos recuerda que la vida en la tierra
es una espera, no muy larga, hasta que venga de nuevo el Señor. La fe que guía
nuestros pasos es precisamente certeza en las cosas que se esperan, como se lee
en la Segunda lectura. Por medio de esta virtud teologal, el cristiano adquiere
una firme garantía acerca de las promesas del Señor, y una posesión anticipada
de los dones divinos. La fe nos da a conocer con certeza dos verdades
fundamentales de la existencia humana: que estamos destinados al Cielo y, por
eso, todo lo demás ha de ordenarse y subordinarse a este fin supremo; y que el
Señor quiere ayudarnos, con abundancia de medios, a conseguirlo.
Nada
debe desanimarnos en el camino hacia la santidad, porque nos apoyamos en estas
«tres verdades: Dios es omnipotente, Dios me ama inmensamente, Dios es fiel a
las promesas. Y es Él, el Dios de las misericordias, quien enciende en mí la
confianza; por lo cual yo no me siento solo, ni inútil, ni abandonado, sino
implicado en un destino de salvación que desembocará un día en el Paraíso». La
Bondad, la Sabiduría y la Omnipotencia divinas constituyen el cimiento firme de
la esperanza humana.
Dios es omnipotente. Todo le está sometido: el viento, el
mar, la salud, la enfermedad, los cielos, la tierra... Y todo lo emplea y
dispone para la salvación de mi alma y de todos los hombres. Ni un solo medio
deja de poner para el bien de cada uno de sus hijos; también de quien parece
estar solo y abandonado. La fuerza de Dios se pone al servicio de la salvación
y santificación de los hombres. Sólo el mal uso de la libertad puede hacer inútiles
los medios divinos. Pero siempre es posible el perdón. Siempre es posible dejar
abierta la puerta para que la esperanza nos invada. Dios es omnipotente; Dios
lo puede todo, es nuestro Padre y es Amor.
Dios me ama inmensamente, como si fuera su único hijo, no
me abandona nunca en mi peregrinación por la tierra, me busca cuando por mi
culpa me he perdido, me ama con obras, disponiéndolo todo para el bien de mi
alma. El amor paterno y materno, con todo el atractivo que posee, es tan sólo
un pálido reflejo del amor de Dios.
Dios es fiel a sus promesas, a pesar de nuestros
retrocesos, traiciones y deslealtades, de la falta de correspondencia a los
requerimientos divinos. Él nunca nos falla, no se cansa, tiene paciencia, una
paciencia infinita, con los hombres. Mientras caminamos por esta tierra, a
nadie abandona por imposible, a nadie considera irrecuperable. A Dios siempre
lo encontramos como el Padre del hijo pródigo que sale impaciente todos los
días a ver si su hijo se divisa ya en la lejanía, y tiene una fiesta preparada
para el hijo que retorna.
El Señor espera nuestra conversión sincera y correspondencia
cada vez más generosa: espera que estemos vigilantes para no adormecernos en la
tibieza, que andemos siempre despiertos. La esperanza está íntimamente
relacionada con un corazón vigilante; depende en buena parte del amor.
II.
Jesús nos exhorta a la vigilancia, porque el enemigo no descansa, está siempre
al acecho, y porque el amor nunca duerme. En el Evangelio de la Misa nos
advierte el Señor: Tened ceñidas vuestras cinturas y las lámparas encendidas, y
estad como quien aguarda a su amo cuando vuelve de las nupcias, para abrirle al
instante en cuanto venga y llame.
Los judíos usaban entonces unas vestiduras holgadas y se
las ceñían con un cinturón para caminar y para realizar determinados trabajos.
«Tener las ropas ceñidas» es una imagen gráfica para indicar que uno se prepara
para hacer un trabajo, para emprender un viaje, para disponerse a luchar. Del
mismo modo, «tener las lámparas encendidas» indica la actitud propia del que
vigila o espera la venida de alguien.
Cuando
el Señor venga al fin de la vida, nos debe encontrar así, preparados: en estado
de vigilia, como quienes viven al día; sirviendo por amor y empeñados en
mejorar las realidades terrenas, pero sin perder el sentido sobrenatural de la
vida, el fin a donde se hade dirigir todo; valorando debidamente las cosas terrenas
-la profesión, los negocios, el descanso...-, sin olvidar que nada de esto
tiene un valor absoluto, y que debe servirnos para amar más a Dios, para
ganarnos el Cielo y servir a los hombres; haciendo un mundo más justo, más
humano, más cristiano.
Poco tiempo nos separa de ese encuentro definitivo con
Cristo, cada día que pasa nos acerca a la eternidad. Puede ser este mismo año,
o el que viene, o el siguiente... De todas formas, siempre nos parecerá que la
vida ha ido muy deprisa. El Señor vendrá en la segunda o en la tercera
vigilia... «Y como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según la
amonestación del Señor, que vigilemos constantemente para que, terminado el único
plazo de nuestra vida terrena (Heb 9, 27), merezcamos entrar con Él a las bodas
y ser contados entre los elegidos». Vendrá, para quienes han vivido de espaldas
a Dios, como algo completamente inesperado: como ladrón en la noche. Sabed
esto: si el dueño de la casa conociera a qué hora va a llegar el ladrón, no
permitiría que se horadase su casa. Vosotros, pues, estad preparados...Y
comenta San Juan Crisóstomo que «con esto parece confundir a aquellos que no
ponen tanto cuidado en guardar su alma, como en guardar sus riquezas del ladrón
que esperan».
«A la vigilancia se opone la negligencia o falta de solicitud
debida, que procede de cierta desgana de la voluntad». Estamos vigilantes
cuando hacemos con hondura el examen de conciencia diario. «Mira tu conducta
con detenimiento. Verás que estás lleno de errores, que te hacen daño a tiy
quizá también a los que te rodean.
»-Recuerda,
hijo, que no son menos importantes los microbios que las fieras. Y tú cultivas esos
errores, esas equivocaciones -como se cultivan los microbios en el
laboratorio-, con tu falta de humildad, con tu falta de oración, con tu falta de
cumplimiento del deber, con tu falta de propio conocimiento... Y, después esos
focos infectan el ambiente.
»-Necesitas
un buen examen de conciencia diario, que te lleve a propósitos concretos de
mejora, porque sientas verdadero dolor de tus faltas, de tus omisiones y
pecados». El Señor debe encontrarnos preparados a cualquier hora en que se presente,
en cualquier circunstancia.
III.
Estaremos vigilantes en el amor y lejos dela tibieza y del pecado si nos
mantenemos fieles en las cosas menudas que llenan el día. Si consideramos lo
pequeño de cada jornada en el examen de conciencia, encontraremos con facilidad
las señales que indican el camino y las raíces de posibles descaminos. Las
cosas pequeñas son antesala delas grandes, y el amor vigilante se alimenta de
lo pequeño; y cae en la tentación más grande quien descuida lo que parece sin
importancia.
San Francisco de Sales señala la necesidad de luchar en
las tentaciones menudas, pues son muchas las ocasiones que se presentan en una
jornada corriente y, si se vence ahí, esas victorias son más importantes -por
ser muchas- que si se hubiera vencido en una de más trascendencia. Además,
aunque «los lobos y los osos son sin duda más peligrosos que las moscas», sin
embargo «nonos causan tantas molestias, ni prueban tanto nuestra paciencia».
Es
cosa fácil -señala el Santo- «apartarse del homicidio, pero es dificultoso evitar
las pequeñas cóleras», que suelen presentarse con alguna facilidad. «No es
dificultoso el no hurtar los bienes ajenos; pero sí lo es el no desearlos.
Fácil es el no levantar en juicio falso testimonio, pero difícil será el no
mentir en conversaciones. Con facilidad nos apartaremos de la embriaguez, pero
con más dificultad viviremos la sobriedad».
Las pequeñas victorias diarias fortalecen la vida interior
y despiertan el alma para lo divino. Estas ocasiones se presentan con mucha
frecuencia: vivir el minuto heroico al levantarse o al comenzar el trabajo;
cuando dejamos a un lado esa revista insustancial que puede enredar el alma o es,
al menos, una pérdida de tiempo y, siempre, una buena ocasión para vencer la
curiosidad; en la mortificación a la hora de la comida; en la sobriedad en las
reuniones sociales, en la locuacidad... Estamos seguros de que «tantas
victorias cuantas ganemos contra esos pequeños enemigos, tantas piedras
preciosas serán puestas en la corona de la gloria que Dios nos prepara en su
santo reino».
Si hacemos un acto de amor en cada tentación, en todo
aquello que en nosotros o en los demás puede ser origen de una ofensa a Dios,
nos llenaremos de paz, y lo que podía haber sido motivo de derrota lo
convertimos en una victoria. Además de este inmenso bien para el alma, asegura
el mismo Santo que «cuando el demonio ve que sustentaciones nos llevan a este
divino amor, cesa detentarnos».
Si somos fieles en lo pequeño nos mantendremos ceñidos, en
vela, alerta ante el Señor que llega. Nuestra vida habrá consistido en una
alegre espera, mientras llevamos a cabo ilusionadamente la tarea que nuestro
Padre Dios nos ha encomendado en el mundo. Entonces comprenderemos con hondura
las palabras de Jesús: Dichoso aquel siervo, al que encuentre obrando así su
amo cuando vuelva. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus
bienes. Y Él está para venir; no dejemos de vigilar.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org