Si no me
quedo anclado en el pasado que hiere, soy más feliz
Pero a veces me gusta más tener razón que
amar en silencio. Más guardar mi vida que darla. Más que me hagan feliz antes
que hacer yo el esfuerzo. Que reconozcan mi opinión antes que yo la de otros.
Quiero tener razón en todo y por eso me ofendo cuando no me toman en cuenta, no
me valoran, o me hieren con palabras, actos u omisiones.
Sólo el amor verdadero me ayuda a perdonar,
a vivir reconciliado. Lo sé. Lo he vivido. Un amor que me dé paz y me centre. En
definitiva todos queremos ser amados. Ser reconocidos y tomados en cuenta. Ser
perdonados siempre, hagamos lo que hagamos.
Por eso nos ofenden con facilidad el mundo,
la vida, las circunstancias. Por eso cometen injusticias contra nosotros. Y por
eso nos cuesta perdonar tanto las ofensas.
Decía Mirian Subirana: “El problema surge cuando consideramos
lo ocurrido como inaceptable, entonces somos incapaces de perdonar. Podemos
considerar inaceptables ciertas situaciones vividas que se dan porque se han
traicionado unos acuerdos, unos principios, no se han cumplido nuestras
expectativas o no se han respetado ciertos valores. Sea cual sea la razón de lo‘inaceptable’,
podemos aferrarnos a ella y quedarnos clavados ahí. Por mucho que no estemos de
acuerdo con lo ocurrido, tenemos que aceptar los hechos. Aceptar no significa
estar de acuerdo. En el mundo hay mucha rabia en contra de las injusticias. La rabia no soluciona las injusticias, sino que crea más dolor e incluso más
injusticias”.
Es verdad. Aceptar lo que no me gusta. Aceptar lo que me
hace daño. Mi rabia no cambia nada. Sólo me cambia la aceptación de los hechos
tal y como son.
Renuncio a tener razón siempre, a que se
haga justicia conmigo,
a ser reconocido por todos. Renuncio a vivir enfadado con Dios, con los
hombres, con la vida. Elijo amar más, aunque yo no me sienta tan amado. Elijo
dar yo más, aunque piense que me deben algo.
Ya lo decía santa Teresa: “El aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en
amar mucho”. Quizás si
pensara menos y amara más me irían mejor las cosas. Si no me quedo anclado en
el pasado que hiere, soy más feliz.
Pero a veces me quedo en buscar razones
para tener razón, para justificar mi rabia, mi odio. Tengo razón, me digo, el
mundo es injusto. Y no hay que perdonar lo imperdonable. Busco razones que me refuercen en mis
sentimientos.
Me importa justificar mis comportamientos a
veces no tan edificantes, no tan ejemplares. Justifico mis críticas con
argumentos. Me han hecho daño injustamente. Me olvido
de lo importante. De cuánto me quiere Dios. Me quiere de forma tan inmerecida…: “Si conocieras cuánto te amo”.
Amar con toda el alma, con todo el corazón
es lo que vale la pena. Porque el amor no se construye a base de juicios y
argumentos. No se
basa en tener razón en la vida. La razón es algo que pasa. Desaparece y muere.
El amor permanece siempre.
A veces el amor que tenemos se construye en
base a argumentos y razones. Pero el amor
verdadero se fundamenta en esa entrega total sin razones. El amor de Dios es sin razones, es más
bien poco razonable.
Decía Antonio Gala: “El que no ama siempre tiene razón. Es lo
único que tiene”. Dios no
me ama porque me porte bien, porque sea bueno y digno de su amor. Su amor no
está justificado. Dios me ama con misericordia, sin razones
suficientes.
Y me repite: “Si realmente conocieras cuánto te amo”.
Esa frase viene de una canción en la que Dios me lo repite al oído.
Y tiene razón en su sinrazón. No me ama
porque me porte bien. Me ama porque quiere y yo no conozco ese amor tantas
veces.
Porque si yo de verdad conociera cuánto me
ama Dios, sin tener razones suficientes para amarme, si conociera el amor de
Dios tan hondo y verdadero, si supiera cuánto me ama en comparación con ese
pobre amor mío, si me diera cuenta del cariño que me tiene aunque yo no sea
digno, si comprendiera que no me quiere por mi buen comportamiento, por mi alma
pura y sin pecado, o porque es imposible no quererme, si supiera cómo de grande
es su amor, y lo tocara cada día, si percibiera su mano sosteniendo mi vida, si
fuera consciente de todo eso, mi vida sería muy diferente.
Entonces tendría que vivir de una manera
diferente. Tendría más paz.
Viviría alabando, dando gracias, cantando. Sembraría esperanza con mi
vida. No guardaría tantos rencores. Perdonaría
más fácilmente.
Si fuera capaz de tocar ese amor no podría
dejar de amar a los hombres.
Tanto amor infinito en mi corazón finito me superaría. Viviría desbordado. Lo
sé.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia