LA ALEGRÍA EN LA CRUZ
II. La alegría verdadera tiene un origen espiritual.
III. Dios ama al que da con alegría (2 Corintios 9, 7).
“En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos:
-Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado
que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas
y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le
importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías
me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida
por las ovejas.
Tengo,
además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que
traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por eso me
ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la
quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder
para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre” (Juan 10,11-18).
I. La alegría es una
característica esencial del cristiano y la Iglesia nos recuerda durante la Cuaresma que debe estar
presente en todos los momentos de nuestra vida. Ahora meditamos la alegría de
la Cruz. La alegría es compatible con la mortificación y el dolor. Lo que se
opone a la alegría es la tristeza, no la penitencia. La mortificación que
vivimos en estos días no debe ensombrecer nuestra alegría interior, sino todo
lo contrario: Debe hacerla crecer, porque nuestra Redención se acerca, el
derroche de amor por los hombres que es la Pasión se aproxima, el gozo de la
Pascua es inminente.
Por eso queremos estar muy
unidos al Señor, para que también en nuestra vida se repita, una vez más, el
mismo proceso: Llegar, por su Pasión y su Cruz, a la gloria y a la alegría de
la Resurrección.I. La alegría es una característica esencial del cristiano y la
Iglesia nos recuerda durante la Cuaresma
que debe estar presente en todos los momentos de nuestra vida. Ahora meditamos
la alegría de la Cruz. La alegría es compatible con la mortificación y el
dolor. Lo que se opone a la alegría es la tristeza, no la penitencia.
La mortificación que vivimos
en estos días no debe ensombrecer nuestra alegría interior, sino todo lo
contrario: Debe hacerla crecer, porque nuestra Redención se acerca, el derroche
de amor por los hombres que es la Pasión se aproxima, el gozo de la Pascua es
inminente. Por eso queremos estar muy unidos al Señor, para que también en
nuestra vida se repita, una vez más, el mismo proceso: Llegar, por su Pasión y
su Cruz, a la gloria y a la alegría de la Resurrección.
II. La alegría es equivalente a
felicidad, y lógicamente se manifiesta en el exterior de la persona. La alegría
verdadera tiene un origen espiritual. El Papa Pablo VI nos dice: “La sociedad
tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy
difícil engendrar la alegría. Porque la alegría tiene otro origen: es
espiritual. El dinero, el “confort”, la higiene, la seguridad material, no
faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la aflicción, la tristeza, forman
parte, por desgracia, de la vida de muchos” (Exhortación Apostólica Gaudete in
Domino).
Nosotros sabemos que la
alegría surge de un corazón que se siente amado por Dios y que a su vez ama con
locura al Señor. De un corazón que se esfuerza que ese amor se traduzca en
buenas obras; de un corazón que está en unión y en paz con Dios, pues, aunque
se sabe pecador, acude a la fuente del perdón: Cristo en el sacramento de la
Penitencia. El Señor nos pide que perdamos el miedo al dolor, a las
tribulaciones, y nos unamos a Él, que nos espera en la Cruz. Nuestra alma
quedará más purificada, nuestro amor más firme. Entonces comprenderemos que la
alegría está muy cerca de la Cruz.
III. Dios ama al que da con
alegría (2 Corintios 9, 7). No nos tiene que sorprender que la mortificación y
la penitencia nos cuesten; lo importante es que sepamos encaminarnos hacia
ellas con decisión, con la alegría de agradar a Dios, que nos ve. La
experiencia que nos transmiten los santos es unánime en este sentido: “Estoy
lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones” (2
Corintios, 11, 24-27). Si hemos tenido miedo a la expiación, llenémonos de
valor, pensando que el tiempo es breve y el premio grande, sin proporción con
la pequeñez de nuestro esfuerzo.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org