El rezo
del rosario, oración que alegra el corazón de la Santísima Virgen
Por fin un día Doña Paquita se acercó entusiasta a
Doña Soledad.
"¡Señora Soledad, no me va a creer!"
"¡Señora Soledad, no me va a creer!"
"¿Qué?"
"¡Mi hijo ya sabe decir mamá! ¡Me lo ha dicho como treinta o cuarenta
veces por lo menos!"
"¡Ah... entonces debe estar usted cansada y aburrida de oír lo mismo
tantas veces!"
"¡Claro que no! ¿Pero Doña Soledad, cómo se le ocurre semejante
disparate!"
Desde aquel día Doña Paquita comprendió por qué Doña Soledad rezaba todos los
días el rosario. Pues claro, Doña Soledad repetía cincuenta veces las palabras
que más gustan a Nuestra Madre del Cielo.
Como el niño que apenas sabe balbucear arranca una sonrisa del corazón de la
madre cuando dice "mamá", así nosotros con el Ave María alegramos a
nuestra Madre. El niño dice "mamá", estira sus tiernos brazos y la
madre sin dilación lo coge entre los suyos. Así María. El niño fija los ojos en
los de su madre y ella lo acerca a su rostro hasta rozar con la nariz la
ternura de su piel. Así María nos acerca a su rostro y roza con su belleza
nuestra alma.
Como la mamá estrecha al niño entre sus brazos, lo oprime contra su pecho,
porque lo ama, así María, apenas escucha el susurro de nuestra oración, corre,
nos abraza, nos acerca hasta su pecho porque nos ama.
¿De qué sirve el amor de una madre? No es moneda de cambio, no produce, no
consigues nada con él, tampoco con el de María. El amor de una madre da
seguridad, orienta tu vida; también el amor de María.
El niño dice mamá, espera la respuesta y siempre la halla. María responde
cuando elevamos los ojos del alma y esperamos su respuesta. La madre goza
cuando el niño le sonríe y susurra al oído "Te quiero" ¿Acaso María
no? La madre ve crecer con santo orgullo a su hijo ¿Acaso María no? La madre ha
engendrado con dolores ¿Acaso María no?
Una madre no se cansa de amar, de abrazar, de besar a sus hijos. Tampoco María.
Una Madre derrama lágrimas de dolor cuando percibe, aún de lejos, que sus hijos
andan tomando decisiones erróneas que los alejan de Dios. ¿Acaso María no? No
hay peor dolor para María que el constatar que sus hijos viven distanciados de
Dios. Ella les espera pacientemente e intercede día y noche por ellos hasta que
como ovejitas descarriadas vuelven al redil en hombros de su Pastor. ¿Y si se
olvidan de ella? Ciertamente sufre pero como buena Madre sabe perdonar el
olvido.
El corazón de María ama por encima de cualquier olvido. Ama aunque el hijo
duerma, cubre su cuerpecito, y acaricia la frente del hijo perdido en sueños.
Así nos ama María. ¿Por qué no repetir una y cien veces su Ave María? Para que
así surja una sonrisa en su corazón, nos abrace, acaricie y cubra nuestra alma
del frío mientras dormimos.
Por Nabor Herrera, L.C.
Fuente: Equipo Gama-Virtudes y Valores