El silencio de Dios reta y quizá incluso puede empezar a socavar nuestra fe. Preguntarse por qué Él no se hace escuchar es válido
Muchas veces en
mis años siguiendo a Dios, me he quejado diciendo: “Señor, ¿por qué no me
hablas más claramente? ¿Qué pasa con esto? ¡Eres Dios, no creo que te sea
difícil contactarme!” Luego, siempre sigue un gran silencio, y normalmente me
lleno de frustración.
Para muchos de nosotros, la mayor parte del tiempo Dios está aparentemente distante. Parece que se involucra en nuestras vidas más o menos tanto como la constelación de la Osa Mayor. Claro, sabemos que está ahí, pero no tiene ningún efecto en nuestra vida. No realiza ningún cambio o por la menos no esperamos que realmente cambiase las cosas.
En mi
trabajo, encuentro a muchas personas que me dicen como gradualmente van
perdiendo su fe.
“Rezo, pero no siento nada. Parece que no importa cuánto rezo. Es como si hablara con una pared. Si Dios tuviera algo que decirme, ¡creo que me lo podría decir!”
El silencio de Dios reta y quizá incluso puede empezar a socavar nuestra fe. Preguntarse por qué Él no se hace escuchar es válido, después de todo, Él es todopoderoso. Como si se le dificultara dar con una manera de contactarnos.
Dicen que Dios
habla incesantemente. Si eso es cierto y no lo oímos, no estamos escuchando. Mi
profesor de filosofía medieval siempre repetía una y otra vez que si Dios cesara de “pronunciar” el
mundo, dejaría de existir como mis palabras desaparecen
cuando dejo de propulsar aire a través de mis cuerdas vocales. Lo que la
teología llama la creatio continua--el hecho de que la creación de Dios no se
acaba una vez para siempre sino que es un sostener constantemente en la
existencia--significa que Dios habla sin pausa (CIC 301). Para saber qué está
diciendo, hay que que saber escuchar.
No para machacar en hierro frío, pero todavía me
pregunto, “¿Por qué Dios exige que yo escuche atentamente?” ¿Por qué me pide
tanto esfuerzo? Él tiene la capacidad de hacer que las cosas sean obvias. Si
realmente está, ¿por qué no lo demuestra?
En primer lugar, no siempre espera hasta que pongamos atención para revelarse. Michael es un motociclista de los Estados Unidos ostentando una colección impresionante de tatuajes. Admite que es alcohólico y a veces usa drogas. En sus múltiples roces con la muerte, nunca cuestionó su estilo de vida hasta que un día compró de una casa de empeño un espejo curioso.
Era un artefacto interesante con un grabado de una mujer en el centro. Había sido el grabado que le llamó la atención. Resulta que la imagen representa a la Virgen de Guadalupe, y un día Michael escuchó una voz.
“No te traje hasta acá para perderte ahora!” le dijo. Michael no sabía qué pensar, pero se dio cuenta que tenía que ver con la imagen. Empezó a investigar y unos días después encontró un panfleto para una peregrinación a Medjugorje--el único problema era que costaba 3,000 dólares.
“Me gustaría ir,
pero no tengo esa cantidad de dinero para gastarlo así,” pensaba. Ese fin de
semana, jugando bingo en el club de veteranos, Michael ganó el bote--y fue
exactamente 3,000 dólares. “No te traje hasta acá para perderte ahora!” Dios a
veces habla alto y claro. Michael fue a Medjugorje.
Exactamente así nos gusta que Dios se comunica con nosotros: alto y claro. Pero
generalmente nos pide escuchar y poner atención. Su aparente silencio puede ser
frustrante, desalentador, y oscuro. A los humildes y sencillos de corazón, la voz de Dios es perceptible aun
en momentos así. Aprendí la lección hace unos años en
medio dificultades y sufrimiento y sigue siendo una verdad que necesito
aprender una y otra vez. En medio de la duda y el esfuerzo aparentemente
súper-humano de creer en Él, me preguntaba, “¿Si Dios me ama, por qué estaría
permitiéndome sufrir esto?” Así me topé con la respuesta: Dios me ama.
Es la actitud del corazón que determina nuestra capacidad de percibirla. Cuando preguntas con humildad, recibes una respuesta. Si Dios me ama y me permite sufrir su silencio, tiene que haber un motivo--¡su mismo amor! Entonces su silencio es una táctica para evocar de mi libertad y mi corazón o una conversión porque algo que yo hago está impidiendo que escuche su voz o más silencio y confianza de mi parte porque esas son las actitudes necesarias para permitir que el obre en mí.
Dios, que nos ama, busca nuestra conversión para poder regalarnos la
felicidad y la paz. Su silencio no es nada más que una llamada
constante a volver a renovar la confianza en Él y desprendernos de las cosas
que nos alejen de Él. De hecho,
su silencio no es silencio sino una suave y persistente invitación de confiar
en Él.
Por: H. Jonathan Flemings, L.C.
Fuente:
Catholic.net