Estudio teológico sobre la Virgen María
En la doctrina de la Iglesia católica -en su teología,
en su culto y en la vida de los fieles, la Virgen María ocupa un lugar
excepcional: Ella es la mujer asociada íntimamente al Verbo encarnado; es la
Madre de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, Redentor y Salvador del género
humano.
En la doctrina de la Iglesia católica -en su teología,
en su culto y en la vida de los fieles-, la Virgen María ocupa un lugar
excepcional: Ella es la mujer asociada íntimamente al Verbo encarnado; es la
Madre de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, Redentor y Salvador del género
humano. Es también la Madre espiritual de los hombres y miembro excelentísimo y
enteramente singular de la Iglesia, quien la venera como Madre amantísima con
afecto de piedad filial (cfr. Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n.53).
La justificación de un estudio teológico sobre María,
no obstante lo dicho en el párrafo anterior, no es tan obvia como parece a
primera vista si consideramos que Ella es una criatura humana -aunque
privilegiada-, descendiente de Adán. Hay, evidentemente, razones que lo justifican
plenamente, pero éstas hay que dilucidarlas a la luz de la ciencia teológica.
La ciencia teológica
Teología significa, etimológicamente, tratado o
estudio acerca de Dios. Pero, ¿qué es Teología como ciencia? Es necesario,
pues, adentrarnos un poco en el ser mismo de la Teología.
a) Cuando el creyente no se conforma con el simple
entendimiento y la sencilla aceptación de las verdades que conoce por la
Revelación, sino que desea comprenderlas con mayor profundidad y conocerlas
relaciones reciprocas de las verdades sobrenaturales y, de éstas, con las
verdades naturales, es entonces cuando nace la Teología.
Por lo tanto, Teología es el estudio científico de la
Revelación divina a la luz de la fe. En otras palabras, Teología es la ciencia
que trata de Dios y su obra de salvación, y tiene como principios las verdades
de la Revelación divina.
El término Teología se comienza a emplear con Clemente
de Alejandría y Eusebio de Cesarea; posteriormente, Anselmo de Canterbury lo
utiliza diciendo que la Teología es “la fe que busca entender” o con expresión
sinónima “la inteligencia de la fe”. Tomás de Aquino, a partir del concepto
aristotélico de ciencia, define la Teología como “ciencia de la fe”. El
Concilio Vaticano II enseña que se trata de un conocimiento, cada vez mayor, de
los tesoros insondables de la Palabra de Dios sobre sí mismo y su mensaje de
salvación (cfr. Const. dogm. Dei Verbum, nn. 5-6).
b) El quehacer de la Teología tiene como objeto la
profundización en el mensaje de la Palabra de Dios a los hombres. Ahora bien,
cuando Dios revela, el hombre lo escucha mediante la Fe y, por ella, se entrega
entera y libremente a Él: ofreciendo el homenaje pleno de su entendimiento y
voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela movido por su gracia (cfr.
Conc. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, n.5).
La Teología y la Virgen María
Si la Teología trata de Dios y su mensaje de
salvación, ¿por qué se ocupa de María? Para responder adecuadamente es útil
descartar primero algunas respuestas insuficientes:
a) No basta decir, simplemente, que la Teología se
ocupa de María porque de Ella habla la Sagrada Escritura.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se
habla de muchos personajes: Abraham, Moisés, el rey David, San Pedro y San
Pablo, etc. y, sin embargo, sólo de Cristo hay una Cristología por la sencilla
razón de ser verdadero Dios y verdadero Hombre: sólo Él constituye el centro
del estudio teológico. La razón antes mencionada sobre María, sólo justificaría
una biografía de Ella o, en su caso, de Abraham, o de San Pedro, etc., pero no
una Teología sobre ellos.
b) Tampoco justificaría un estudio teológico sobre
María la consideración de los “privilegios personales” que Ella ha recibido, si
los consideramos sólo desde el punto de vista de ,”dones personales”, que son
importantísimos para Ella, pero lo serían menos para nosotros. Esa razón -los
privilegios- a lo más serviría para hacer una maravillosa hagiografía (es
decir, el estudio descriptivo de la vida de los santos, por las gracias
recibidas de Dios y su correspondencia a ellos), pero no unaTeología mariana.
¿Cuál es, entonces, la razón válida para que la
teología se ocupe de María?
La razón válida proviene de la siguiente
consideración. Si la Teología, como hemos dicho, se ocupa de Dios y su obra de
salvación, María entra de lleno en la Teología, consecuentemente, como objeto
de ella -no podría ser de otra manera- en cuanto que tuvo un papel positivo en
la obra de la salvación; y, éste, por voluntad expresa y positiva de Dios.
En otras palabras: el fundamento teológico del estudio
sobre María radica en su divina maternidad y, de ella, en la asociación íntima
y activa que tuvo en la realización de los planes divinos, por medio de su
único Hijo, en orden a la salvación de los hombres.
Con razón los santos Padres estimaron que María no fue
un simple instrumento pasivo, sino que cooperó de manera activa a la salvación
humana por medio de su fe y libre obediencia.
En resumen, la razón última de una teología sobre
María radica en el modo como quiso Dios que se llevara a cabo la Redención.
Ella estuvo asociada a su Hijo, el Redentor, de tal manera que juntamente con
El quebrantó la cabeza a la serpiente infernal, obteniendo así un señalado
triunfo.
La respuesta de María al ángel: “He aquí la esclava
del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1,38), nos da la clave para
poder constatar que María está en el corazón mismo del misterio de Cristo y su
Obra; y, sobre todo, no porque Ella se haya colocado ahí usurpando ese sitio,
sino puesta por Dios mismo. De ahí las palabras suyas “según tu palabra”, que
son la respuesta a los planes de Dios. Dios quiere contar con Ella,
precisamente, como Madre de su Hijo, el Redentor, y que Ella misma sea
Corredentora. Así lo anunció a nuestros primeros Padres -Adán y Eva- (cfr. Gén
3 15) lue o a los Profetas (cfr. Is. 7,14).
Al aceptar María su divina maternidad y formarse jesús
en su seno, no sólo se está formando el Jesús hecho hombre, Jesús histórico que
vivió en Palestina hace dos mil años, sino también la cabeza de un gran Cuerpo
místico; ha comenzado a constituirse un gran organismo que es el “Cristo
místico” que será la Iglesia. María, por tanto, interviene de modo activo en la
obra de la redención y, por ello, es pieza clave de la historia de la salvación
(cfr. Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, nn.60- 62).
Si bien, antes se dijo que no era suficiente que la
Sagrada Escritura hablara de María y tampoco bastaba la consideración de sus
“privilegios personales” para justificar un estudio teológico sobre Ella,
ahora, una vez asegurado su papel activo en la obra de la Redención, Ella es
objeto de la Teología porque así lo enseña la Revelación -como atestiguan las
fuentes- ocupando el lugar que le corresponde y teniendo como centro a Cristo,
Mediador y Redentor.
El protestantismo y la mariología
Por su misión activa y singular en la obra de la
Redención, la Virgen María tiene un lugar propio en los tratados de la Teología
y, por lo mismo, se justifica el culto y la devoción que la Iglesia le profesa.
La misión privilegiada de María toca uno de los
nervios más sensibles del protesta ntisni o y afecta en el centro de sus
doctrinas. En efecto, ellos sostienen que sólo Cristo es el único Mediador y el
único Redentor -excluyendo de raíz cualquier otro tipo de mediación-; además de
negar la libertad del hombre para cooperar positivamente con Dios, de ahí que
digan que el hombre se salva por la sóla “fe fiducial” en Jesucristo,- y no
admiten el papel que libre y activamente desempeñó María en la obra de su Hijo
y, en consecuencia, tampoco admiten la validez de un culto y devoción a Ella.
Es aquí donde surgen las principales dificultades teológicas entre protestantes
y católicos.
Al decir protestantismo -término genérico que se
aplica a las diversas sectas- nos referimos a los protestantes que provienen de
Lutero, Zwinglio y Calvino.
Martín Lutero fue un hombre que vivió atormentado por
la angustia de su propia salvación. Ese temor le condujo al pesimismo y al
error de afirmar que, por el pecado original, el hombre quedó corrompido en su
naturaleza y libertad e incapaz de poder merecer para la vida eterna por las
buenas obras que pudiera realizar. Por tanto, al ser radicalmente pecador, sólo
puede confiar en que Dios “no le impute” -no le tome en cuenta, mire con
disimulo- sus pecados y, permaneciendo pecador, pueda salvarse.
Las dificultades de la doctrina protestante respecto a
la Teología católica consisten en el rechazo de la enseñanza sobre la
justificación cristiana y la corredención mariana.
La Iglesia entiende como justificación “el traslado
del estado en el que el hombre nació como hijo del primer Adán, al estado de
gracia y de adopción entre los hijos de Dios por medio del segundo Adán,
Jesucristo, Salvador nuestro” (Conc. de Trento, DZ. 796). Lo anterior supone
dos aspectos simultáneos, por el primero se consigue la verdadera remisión de
los pecados, por el segundo, la renovación y santificación del hombre interior,
por obra de la gracia de Dios (cfr. DZ. 799).
Para Lutero, en cambio, la justificación consiste en
el simple encubrimiento de los pecados, fruto de la misericordia divina, pero
no en la remisión de los mismos ni en la infusión de la gracia.
Por otra parte, admitir que algo creado o alguna
persona humana pudiera tener un influjo positivo en la obra de la Redención,
como es el caso de la Virgen María -según el protestantismo— destruye la
exclusividad del único Mediador y Redentor que es Jesucristo. En otras
palabras, la existencia misma de la Mariología tiene como fundamento un motivo
que el protestantismo jamás podrá aceptar sin negarse a sí mismo.
El Concilio Vaticano II y el magisterio de Juan Pablo
II nos presentan a María como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia,
maternalmente presente y activa en toda la vida y apostolado de la Iglesia:
como insustituible componente, por la providencial voluntad del Padre, que nos ha
dado por medio de María al Salvador y Fundador de la Iglesia; indisolublemente
asociada al Hijo en toda la historia de la salvación (cfr. Const. dogm. Lumen
gentium, cap. VIII y Enc. Redemptoris Mater).