En la
oscuridad, Dios me dispuso para un encuentro más profundo...
Pasaba por un momento muy difícil, no quería
llorar más, no podía rezar y la palabra de Dios me hería. Sentía que ya no
podía acumular más tristeza y desilusión en mi corazón.
Sabía que
necesitaba más pero quería seguir sobreviviendo según mis
parámetros y mis formas de entender la vida. Sabía que necesitaba
a Dios, que Él me quería decir algo, pero me dolía demasiado recibirlo como Él
se me quería dar.
Hasta que me rendí y Dios lo derrumbó todo. Ahí
donde yo decía: ya no se puede nada, Él comenzó todo.
Entendí que
Dios me amaba también cuando no quería ser reducido a lo que ya había entendido
o experimentado de Él. Me di cuenta de que Él era mucho más y que lo que tenía
de Él era muy poco. Que había tratado de retenerlo, de poseerlo y que como no
lo había logrado había fracasado hasta el punto de pensar que nada tenía
sentido.
En el
silencio, en la ausencia, en la oscuridad, Dios me dispuso para un
encuentro más profundo. Eso era lo que Él tenía preparado
para mí y yo no lo sabía.
No era que todo lo que me dolía se había
ido, sino que pude verlo de forma diferente.
Sabe más el que sabe que Dios no es nada de lo creado. Sabe más el que no
limita la realidad a la experiencia. Sabe más el que no busca poseerlo sino que
lo deja ser Dios.
Porque,
aunque todo eso nos deje pobres y desnudos, es una gracia de desilusión pues
nos permite lanzarnos a la certeza de que las personas, las cosas, las
situaciones no son el destino.
Aunque era de
noche, Señor, pude verte, pude ver en la oscuridad, pude
entender a la noche. Fui herida de dicha y pude ver lo
cierto en la incertidumbre.
Comprendí de
lo que se trataba la violencia y la ternura del amor. Un
amor que se recibe, no se posee; un amor que se vacía para
estar lleno y que no se cansa de buscar.
Ese día,
puedo decir con absoluta certeza: mi vida cambió para siempre.
En algunos
momentos me siento triste y las cosas no salen como yo quiero. Todavía siento
miedo y frustración. Todavía me duele. Todavía sigo queriendo retener a Dios.
Sigo confiando más en el día y a veces me cuesta atravesar las cosas para
llegar a Él. Pero ahora no desespero, espero y recibo.
Trato todos
los días de recordar quién es el que continuamente me está amando y busco
permanecer en ello, pues aprendí que la memoria no es recordar que alguna vez
lo vi o tuve su amor, la memoria es tomar conciencia de que cuento cada día con
su amor.
Todo sucede,
todo pasa, todo deviene… por lo tanto hay que buscar el equilibrio, poner los
pies en la tierra y abrazar la realidad. Tener presente que no soy más que un
pedacito diminuto de tierra que quiere cielo.
Abrazar la
noche estrellada donde está la profunda certeza de mi fe, que es también, la
misma noche estrellada en la que todo se agita… porque esa es la aventura de
existir.
Espero y
recibo de Dios y de la realidad. Porque la verdadera respuesta no está en la
conciencia de un mandamiento sino en la certeza de ser absolutamente amado.
Cuánto tiempo
pasó, y sin embargo, al fin, comencé a ser como una niña y a intuir lo que es
la verdadera paz…
Luisa Restrepo
Fuente:
Aleteia