El
defecto dominante es un enemigo que llevamos siempre y en todas partes con
nosotros y que a menudo nos lleva a cometer faltas o pecados
Estimado
Padre: He leído en un libro de espiritualidad que debemos luchar contra nuestro
defecto dominante. No entiendo qué significa esto; ¿podría usted explicarme qué
es el ‘defecto dominante’? Gracias.
Estimado:
1. Naturaleza.
Con
la palabra ‘defecto’ se designa entre otras cosas la propensión o proclividad a
un determinado acto pecaminoso producida por la repetición frecuente del mismo
acto. Todos nacemos con predisposiciones naturales a ciertos actos buenos y a
otros malos. Si la voluntad no se opone desde el principio a estas
predisposiciones connaturales al mal, éstas adquieren pronto mayor vigor y se
convierten en verdaderos defectos. ‘Defecto dominante’ en el hombre es aquella
proclividad cuyo impulso es más frecuente y más fuerte, aunque no siempre se
observe.
2. Efectos.
El
defecto dominante es un enemigo que llevamos siempre y en todas partes con
nosotros y que a menudo nos lleva a cometer faltas o pecados. Este defecto es
tanto más terrible cuanto que es un arma poderosa de la cual se sirve el
demonio para inducirnos al pecado. Si el defecto dominante no es combatido
enérgicamente irá cegando poco a poco la mente llevando al hombre a culpas cada
vez más frecuentes y más graves.
3. Modos de
combatirlo
Para
combatir el defecto dominante es necesario ante todo conocerlo, lo cual no se
consigue fácilmente; más aún, muchas veces parece que no hay cosa que nos
repugne tanto o nos dé tanto miedo como conocernos a fondo. Para conocer
nuestro defecto dominante hemos de orar y examinarnos acerca de las
infidelidades que más fácilmente y a menudo cometemos, indagando la causa
íntima de estas culpas; es también conveniente observar el objeto a que se
dirigen nuestros pensamientos y deseos espontáneamente, así como lo que más nos
desagrada en los demás, que con frecuencia suele ser lo que domina en nosotros.
Otro
medio de actuar es abrir sinceramente el corazón al confesor que de esta manera
nos conocerá a fondo y podrá indicarnos nuestro defecto dominante. También
debemos tener en cuenta las reprensiones que se nos hacen, pues frecuentemente
nos pueden servir para conocer el estado de nuestra alma.
Después
de haber conocido nuestro defecto dominante es necesario trabajar sin tregua en
extirparlo, especialmente con el ejercicio de las virtudes más directamente
contrarias a él. Para conseguir nuestro intento habremos de orar mucho y
examinarnos sobre los progresos que hacemos. San Ignacio y otros santos
aconsejan que se anoten las veces que durante el día o durante la semana cae
uno en el defecto dominante, para poder darse cuenta del adelanto o del posible
retroceso. Para desarraigar el defecto dominante es un medio muy eficaz el
excitarse internamente a dolor e imponerse una pequeña penitencia cada vez que
se cae en tal defecto. A veces se requieren varios años de dura lucha para
desarraigar un defecto, pero no debemos creer que estos esfuerzos son inútiles:
con la gracia del Señor se pueden reformar las naturalezas más rebeldes.
Tampoco nos hemos de creer vencedores hasta el punto de descuidar toda
vigilancia durante el resto de nuestra vida.
P.
Miguel A. Fuentes, IVE
Fuente:
El teólogo responde