Sábado
"Oh Dios, que con la abundancia de tu gracia
no cesas de aumentar el número de tus hijos, mira con amor a los que has
elegido como miembros de tu Iglesia, para que, quienes han nacido por el
bautismo, obtengan también la resurrección gloriosa. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y
es Dios por los siglos de los siglos. Amén."
Dios, que con la abundancia de su gracia no cesa de aumentar el
número de sus hijos, mira con amor a los que ha elegido como miembros de su
Iglesia, para que, renacidos por el bautismo, obtengamos también la
resurrección gloriosa.
El Señor Jesús Resucitado una vez más aparece a sus apóstoles,
corrigiendo su incredulidad, y exhortándolos a salir por todo el mundo y
anunciar su Evangelio a todas las personas.
De las Catequesis de Jerusalén
El pan celestial y la bebida de salvación
Jesús, el Señor, en la noche en que iba a ser entregado, tomó a
pan y, después de pronunciar la Acción de Gracias, lo partió y lo dio a sus
discípulos, y dijo: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo.» Y tomando el cáliz,
después de pronunciar la Acción de Gracias, dijo: «Tomad y bebed, ésta es mi
sangre.» Por tanto, si él mismo afirmó del pan: Esto es mi cuerpo, ¿quién se
atreverá a dudar en adelante? Y si él mismo afirmó: Esta es mi sangre, ¿quién
podrá nunca dudar y decir que no es su sangre?
Por esto hemos de recibirlos con la firme convicción de que son el
cuerpo y sangre de Cristo. Se te da el cuerpo del Señor bajo el signo de pan, y
su sangre bajo el signo de vino; de modo que al recibir el cuerpo y la sangre
de Cristo te haces concorpóreo y consanguíneo suyo. Así, pues, nos hacemos
portadores de Cristo, al distribuirse por nuestros miembros su cuerpo y sangre.
Así, como dice San Pedro, nos hacemos participantes de la
naturaleza divina.
En otro tiempo, Cristo, disputando con los judíos, decía: Si no
coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros. Pero, como
ellos entendieron estas palabras en un sentido material, se hicieron atrás
escandalizados, pensando que los exhortaba a comer su carne.
En la antigua alianza había los panes de la proposición; pero,
como eran algo exclusivo del antiguo Testamento, ahora ya no existen. Pero en
el nuevo Testamento hay un pan celestial y una bebida de salvación, que
santifican el alma y el cuerpo. Pues, del mismo modo que el pan es apropiado al
cuerpo, así también la Palabra encarnada concuerda con la naturaleza del alma.
Por lo cual, el pan y el vino eucarísticos no han de ser
considerados como meros y comunes elementos materiales, ya que son el cuerpo y
la sangre de Cristo, como afirma el Señor; pues, aunque los sentidos nos
sugieren lo primero, hemos de aceptar con firme convencimiento lo que nos
enseña la fe.
Adoctrinados e imbuidos de esta fe certísima, debemos creer que
aquello que parece pan no es pan, aunque su sabor sea de pan, sino el cuerpo de
Cristo; y que lo que parece vino no es vino, aunque así le parezca a nuestro
paladar, sino la sangre de Cristo; respecto a lo cual hallamos la antigua
afirmación del salmo: El pan da fuerzas al corazón del hombre y el aceite da
brillo a su rostro. Da, pues, fuerzas a tu corazón, comiendo aquel pan
espiritual, y da brillo así al rostro de tu alma.
Ojalá que con el rostro descubierto y con la conciencia limpia,
contemplando la gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en
gloria, en Cristo Jesús nuestro Señor, a quien sea el honor, el poder y la
gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Tomado de serviciocatolico.com
Fuente: ACI Prensa