Muy
pocos conocen qué es lo que estaba diciendo San Romero ese día y por quién
ofrecía la Misa
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La mayor parte
de los católicos sabemos que el arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo
Romero, ahora santo, fue asesinado al concluir la homilía de la Misa que
celebraba en una pequeña capilla del hospital de la Divina Providencia, “el
Hospitalito”, el 24 de marzo de 1980. Y que su asesinato precipitó la guerra
civil de El Salvador por más de una década.
Sin embargo,
muy pocos conocen qué es lo que estaba diciendo San Romero ese día y por quién
se estaba ofreciendo la Misa que, finalmente, fue la última que ofició en su
vida.
La Misa en “el
Hospitalito” se ofrecía por el primer aniversario de la muerte de doña Sara
Meardi de Pinto, madre de Jorge Pinto, editor de “El Independiente”, un pequeño
periódico semanal de San Salvador.
Por otra parte,
la lectura del Evangelio de ese día correspondió al Evangelio de San Juan 12:
23-26. El entonces arzobispo de San Salvador –había sido nombrado por el Papa
san Pablo VI tres años antes, en 1977—ligo la Palabra de Dios con el testimonio
de doña Sara y, como solía hacerlo en todas sus homilías, con la situación por
la que atravesaba El Salvador.
El Evangelio de ese día
“Entonces Jesús
dijo: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. En verdad
les digo: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si
muere, da mucho fruto. El que ama su vida la destruye; y el que desprecia su
vida en este mundo, la conserva para la vida eterna. El que quiera servirme,
que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Y al que me
sirve, el Padre le dará un puesto de honor”.
Primera relación
El arzobispo,
lo primero que hizo en su última homilía, recogida y traducida al inglés por el
padre jesuita James R. Brockman, autor de *Romero: una vida* (Orbis Books)
quien reexaminó la grabación y la publicó en 1992, fue retomar la figura de
doña Sara Pinto, recordando que todo cristiano debe tener una vida intensa.
“Muchos no
entienden, y piensan que el cristianismo no debería involucrarse” en la vida
social, política, económica de un pueblo. “Pero, por el contrario, ustedes
acaban de escuchar el Evangelio de Cristo, que uno no debe amarse a sí mismo
tanto como para evitar involucrarse en los riesgos de la vida que la historia
nos exige, que aquellos que evitan el peligro perderán su vida, mientras
aquellos que por amor a Cristo se entreguen al servicio de los demás vivirán,
como el grano de trigo que muere, pero solo aparentemente. Si no muriera,
quedaría solo. La cosecha se produce porque muere, se deja sacrificar en la
tierra y se destruye”.
Segunda relación
Tras introducir
la circunstancia particular, la de doña Sara y su labor por la gente más
humilde de El Salvador (junto con el trabajo de su esposo y de su hijo),
monseñor Romero lo ligó con el mensaje de la *Gaudium et Spes *y la esperanza
que inspira a los cristianos:
“Sabemos que
todo esfuerzo por mejorar una sociedad, especialmente una que está tan inmersa
en la injusticia y en el pecado, es un esfuerzo que Dios bendice, que Dios
desea, que Dios exige de nosotros. Y cuando uno encuentra personas generosas,
como Sarita, y su pensamiento encarnado en Jorgito (su hijo) y en todos los que
trabajan por estos ideales, debe tratar de purificarlos, por supuesto,
cristianizarlos, vestirlos con la esperanza de lo que hay más allá. Eso los
hace más fuertes, y nos da la seguridad de que todo lo que trabajamos en la
tierra, si lo alimentamos con una esperanza cristiana, nunca será un fracaso.
Lo encontraremos en una forma más pura en ese reino donde nuestro mérito estará
en lo que hemos trabajado aquí en la tierra”.
Tercera relación
Tras recordar
con gratitud a esa mujer generosa que pudo simpatizar con las preocupaciones de
su esposo y de su hijo y de todos los que trabajan por un mundo mejor, y que
agregó su propia parte, su grano de trigo, en su sufrimiento”, san Romero lo
relacionó con el momento que vivía El Salvador.
“Esta Santa
Misa, la Eucaristía, es en sí misma un acto de fe. Con la fe cristiana, sabemos
que en este momento la hostia de trigo se transforma en el cuerpo del Señor que
se ofreció para la redención del mundo y en ese cáliz el vino se transforma en
la sangre que era el precio de la salvación. Que este cuerpo inmolado y esta
sangre sacrificada por los humanos también nos alimente, para que podamos
entregar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como
Cristo, no para sí mismo, sino para impartir nociones de justicia y paz a
nuestro pueblo”.
Epílogo
“Entonces,
unámonos íntimamente en fe y esperanza en este momento de oración por Doña
Sarita y por nosotros mismos…”.
(Justo en este
momento las balas homicidas callaron la voz de San Óscar Arnulfo Romero Galdánez,
pero no podrían –ni podrán jamás– acallar su enorme testimonio de caridad para
el pueblo y con el pueblo).
Jaime Septién
Fuente: Aleteia