Un "Edén" a las
puertas de Buenos Aires
El “Edén a las puertas de Buenos Aires”, el interminable delta del río Paraná, uno de los más extensos del mundo, refugia en sus incontables islas mucho más que a una fauna y flora típica de la Mesopotamia argentina. Aunque más pobladas hacia la desembocadura del Río de la Plata, habitan sus kilómetros de islas miles de personas, en muchos casos aisladas durante gran parte del año del continente y conectadas entre sí por barcas en algunos casos modernas y en otros bien rudimentarias.
El
aprovisionamiento, la escolaridad, la sanidad, los servicios, son todos
desafíos resueltos con mucha creatividad y solidaridad por los pobladores.
Uno
de los principales promotores del Delta del Río Paraná, en el siglo XIX, fue el
ex presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento, quien la definió como “una
gran masa de verdura que sólo mediante la inversión de capital, inteligencia y
trabajo del hombre se convertiría en el Edén a las puertas de Buenos Aires”.
El
impulso de Sarmiento fue atrayendo durante las últimas décadas del siglo XIX y
primeras del siglo XX a una importante población inmigrante procedente de
Europa, que requería atención pastoral. El primero en enfrentar de lleno ese
desafío fue el jesuita Luis César Isola (1869-1947) quien como otros jesuitas
en aquellos tiempos se embarcaba en su lancha El Salvador durante semanas para
conectar San Nicolás de los Arroyos con Buenos Aires visitando en el recorrido
las distintas y distantes rancherías.
Una
de las mejores alternativas que encontró este jesuita para poder desafiar las
crecidas que impedían la instalación de más capillas para la celebración del
culto fue la creación de una capilla flotante. El desafío de construir una
embarcación de estas características fue posible gracias al presidente Agustín
Pedro Justo, quien a pedido del padre Isola indicó su construcción en el
Astillero de Obras Públicas de la Nación. El presidente y su esposa fueron los
padrinos de la ceremonia de bendición, el 22 de agosto de 1936, encabezada por
el Nuncio Apostólico monseñor Felipe Cortesi.
La
capilla flotante Cristo Rey tenía 33 metros de eslora, capacidad para 150
personas, diez ventanas ojivales con motivos religiosos, sacristía, despacho
parroquial, comedor, cocina, tres camarotes y cuarto de baño para los
sacerdotes, además de dos camarotes y servicio para la tripulación. La vida
sacramental de la capilla era plena; además de Misas se celebraban bautismos, y
hasta casamientos. Pero debía ser remolcada, ya que no poseía motores.
Los
costos de mantenimiento fueron llevando a su desmantelamiento iniciada la
segunda mitad del siglo XX. No obstante, su hermoso campanario de formas gótica
aún se conserva y expone en el cuartel de policía departamental en la
confluencia del río Carapachay y el Paraná de las Palmas.
Esteban
Pittaro
Fuente:
Aleteia