Sólo quien haya perdido el sentido de la interioridad podrá afirmar sin
pudor que la oración es obsoleta
La Cuaresma ha dejado de
decir algo, no sólo al mundo de la increencia, sino a muchos cristianos que no
aprecian el sentido de este tiempo litúrgico. Decir Cuaresma es sinónimo de
penitencia, ayuno y oración. Y, para otros, es rememorar prácticas anticuadas,
oscurantistas y extrañas a nuestra mentalidad.
La Cuaresma es, en primer
lugar, un tiempo intenso cuya finalidad es prepararnos para el Misterio Pascual
de Cristo, su muerte y resurrección, culmen de todos los misterios de su vida.
Siguiendo el ejemplo de
Cristo, que dedicó cuarenta días a la oración y al ayuno antes de comenzar su
actividad pública, la Iglesia ha instituido un tiempo semejante de purificación
y de caridad con el prójimo.
Jesús ha hablado con
meridiana claridad de la oración, el ayuno y la limosna, que son las clásicas
prácticas cuaresmales. ¿Siguen teniendo vigencia?
Sólo quien haya perdido el
sentido de la interioridad podrá afirmar sin pudor que la oración es obsoleta.
En cualquiera de sus formas, es la expresión más genuina de la relación con
Dios y de la búsqueda de la verdad en el corazón del hombre, lugar donde Dios
habla y se revela.
La crisis de interioridad,
propia de nuestra cultura, ha desterrado —como reconocen pensadores creyentes o
no— muchas prácticas espirituales que exigen al hombre retirarse al silencio y
a la soledad, encontrarse consigo mismo y recapacitar sobre el sentido de su
ser y estar en el mundo. Jesús invita a entrar dentro de nosotros (en nuestra
habitación interior) y orar en secreto al Padre para descubrir la necesidad que
tenemos de él. Ya decía Pascual que la mayor dificultad que tiene el hombre
para ser él mismo es su incapacidad de quedarse quieto en su habitación y
pensar.
¿Es obsoleto el ayuno? ¿Cómo
explicar entonces los sacrificios que hacemos para estar en forma privándonos
de alimentos o ajustándonos a dietas exigentes? ¿Es más humana la forma física
que la espiritual? En todo necesitamos motivación, perspectiva y metas. El
ayuno es una forma de dominio de sí mismo, una gimnasia espiritual para
mantener en forma el sujeto cristiano y purificarlo del deseo hedonista de
disfrutar de las cosas mediante el consumo y la posesión de cosas superfluas
que acrecientan el afán insaciable de placer.
Podemos preguntarnos cuántos
«ayunos» de cosas legítimas nos imponemos cuando queremos conseguir metas en el
terreno deportivo o estético. ¿Hacemos lo mismo en el ámbito del espíritu? ¿Nos
proponemos ayunar para desterrar de nosotros comportamientos que nos hacen
egoístas?
El ayuno está además
vinculado a la limosna. ¿Está anticuada la limosna? Cuando nos privamos de
algo, sobre todo si es superfluo, es para darlo a quienes carecen de lo
necesario. Hablar de solidaridad y fraternidad sin contribuir al bienestar de
los demás es pura hipocresía.
El Papa Francisco ha
insistido en que cada vez es más grande el abismo que separa a los que cada vez
son más ricos de los que se hunden progresivamente en la miseria. La justicia
en el uso y disfrute de los bienes creados interpela a quienes se comportan con
indiferencia ante las necesidades básicas del hombre mientras ellos no ponen
límites al desorden de sus apetencias en la posesión y consumo de los bienes de
la tierra.
Compartir con otros los
bienes no es asunto de mera piedad individual o de caridad entendida como
lástima ante el mal ajeno; es un deber de elemental justicia que nos llama a
vivir austeramente para que otros vivan con la dignidad que les corresponde
como seres humanos.
Contemplada así, la Cuaresma
es actualísima. Más aún: no puede reducirse a los cuarenta días del tiempo
litúrgico, porque, si lo pensamos bien, siempre estamos en Cuaresma.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia
