Es necesario que las parroquias no se cierren en sí mismas, sino que vivan en actitud misionera, acercándose a los alejados y acogiendo a quienes buscan en la parroquia un sentido a su vida
Acabo de terminar la visita
pastoral al arciprestazgo de La
Granja-San Medel y deseo compartir algunas impresiones. En primer lugar,
agradezco a los sacerdotes y a las parroquias su cordial acogida y la
organización de la visita. También a los alcaldes que han contribuido con la
cesión de locales para poder tener encuentros diversos. Y, sobre todo, a cuantos
han participado en los actos programados: niños, jóvenes, matrimonios, agentes
de pastoral, ancianos.
Mi impresión ha sido muy
positiva. Aunque las parroquias son muy distintas unas de otras, en razón del
número de habitantes y de su sociología, en todas me he encontrado con personas
que valoran su fe y procuran vivirla con fidelidad.
También he visto, a pesar
de las campañas en contra de la Iglesia, que aman la Iglesia y se sienten
miembros vivos de ella. En muchas parroquias, los sacerdotes son mayores,
alguno está enfermo, pero cuentan con laicos que se responsabilizan de llevar
adelante el día a día de la comunidad.
He visitado también las
residencias de mayores. Han sido encuentros gratificantes. En primer lugar,
porque los ancianos y enfermos deben ser prioritarios en nuestra pastoral: son
verdaderos pobres en el sentido evangélico, que requieren nuestra compañía y
cariño. He visto cómo gozan en la celebración de la eucaristía, donde perciben
que son comunidad eclesial y predilectos de Cristo. Sus testimonios de alegría
y gratitud son conmovedores. Y la experiencia acumulada durante toda su vida,
una riqueza incalculable.
También he visitado escuelas
e institutos, dialogando con los niños y adolescentes que participan en la
clase de religión. Agradezco a los directores y profesores su cordial acogida.
El tiempo que he pasado en estos centros escolares me confirma en la
importancia de la religión para la formación integral del alumno, y el interés
que suscita la presencia del obispo, a quien pueden preguntarle sin trabas
sobre sus dudas, inquietudes y otros aspectos de la Iglesia.
Aprovechando la visita
pastoral, he confirmado a grupos de
adolescentes animándoles a seguir adelante en la formación que no termina con
la recepción del sacramento. Mi gratitud se dirige a los catequistas que, con
paciencia y tesón, dedican su tiempo a esta imprescindible tarea. También he
invitado a los laicos para que se animen a ser catequistas de los diversos
niveles, pues sin catequesis no es posible crecer y madurar en la fe.
No todo son luces. También
hay sombras que preocupan a las comunidades, a los sacerdotes y al obispo. La
primera es la falta de continuidad de quienes reciben la primera comunión y la
confirmación. Este fallo se achaca, en primer lugar, a los padres, que ven en
los sacramentos simples ritos sociales, separados de su dimensión religiosa y
eclesial. Hay que luchar contra esta concepción, invitando a los padres a
valorar la fe que dieron a sus hijos en el bautismo y a ser sus primeros
educadores en este terreno de la vida cristiana. También hay que fortalecer la formación de los
catequistas, pues no basta la buena voluntad para serlo, sino formación
sistemática y testimonio de vida cristiana. Trabajaremos por mejorar estos
aspectos. La continuidad de las nuevas
generaciones en la vida de la Iglesia depende de la conjunción de esfuerzos de
padres, catequistas y sacerdotes.
Por último, es necesario que
las parroquias no se cierren en sí mismas, sino que vivan en actitud misionera,
acercándose a los alejados y acogiendo a quienes buscan en la parroquia un
sentido a su vida, solución de sus problemas o la
compañía de quienes somos, por gracia de Dios, testigos de la caridad de
Cristo. No nos faltará la gracia de Dios ni la fuerza del Espíritu. ¡Gracias!
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia