Jornada
Mundial de Manos Unidas
Se cumplen ahora 60 años de
la fundación de Manos Unidas por un grupo de mujeres de Acción Católica
comprometidas con el Evangelio y con el hombre que padece hambre en el mundo.
Eran mujeres sensibles, valientes, apostólicas.
Hay que recordarlo hoy cuando
se habla tanto de la mujer, de su dignidad y derechos inalienables. Mujeres que
se identificaron con la Iglesia sin reservas y generaron iniciativas para
visibilizar el rostro compasivo de los cristianos.
Podemos decir que, a su
manera, escucharon las palabras de Jesús a Pedro en el evangelio de hoy: «Echad
las redes al mar». La pesca milagrosa es un signo del poder de Cristo y de la
colaboración del hombre. Manos Unidas une también a las personas en la obra de
misericordia que es dar de comer al hambriento y restablecerlo en su dignidad
humana.
El lema de este año nos
exhorta a trabajar por la igualdad y dignidad de las personas. No existirá
igualdad ni dignidad mientras no haya justicia equitativa y distributiva que
evite la terrible lacra del hambre, la desnutrición y la falta de las
condiciones esenciales para que las personas vivan y desarrollen su existencia
con la dignidad que merecen. Manos Unidas alza su voz y trabaja para lograr,
con su esfuerzo diario, la igualdad y dignidad de las personas, cualquiera que
sea su raza, cultura y credo religioso. Este año pone su acento en la mujer del
siglo XXI, de la que afirma no ser independiente, ni segura ni con voz. «Una de
cada tres mujeres de hoy no es como te la imaginas», dice la campaña.
Para superar estas
injusticias es preciso luchar contra el pecado y las estructuras injustas que
los poderes de este mundo establecen como reglas de juego. Hay carencias
materiales, morales, estructuras opresoras que provienen del abuso del poder o
de la injusticia. La liturgia de este domingo V del tiempo ordinario nos
propone como ejemplo al profeta Isaías. Al narrar su vocación, él mismo
reconoce que vive en un mundo impuro que necesita la acción de Dios.
Y a la pregunta de Dios
sobre a quién enviará para realizar esta tarea, el profeta responde: «Heme
aquí, envíame». Sólo esta actitud es el fundamento de cualquier tarea de
renovación y transformación de nuestro mundo injusto e insolidario. ¡Heme aquí,
envíame! Se trata de hacerse disponible para ser enviado. Así hizo María y el
mismo Cristo cuando dice: «Heme aquí que vengo para hacer tu voluntad».
Sabemos bien que los
problemas que afectan a la humanidad no se solucionarán de modo definitivo y
universal. Cristo no vino a dar solución a los problemas sociales y económicos.
Pero cada vez que una persona recupera la dignidad perdida y se le reconoce su
igualdad con el resto de los seres humanos se da un paso de gigante en la transformación
de este mundo. El hombre tiene valor infinito a los ojos
de su Criador.
Todo debe girar en torno a
la dignidad de la persona, eje central de la organización social y económica de
los pueblos. «La dignidad de cada persona humana y el bien común —dice el Papa
Francisco— son cuestiones que deberían estructurar toda la política económica,
pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera para completar un
discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo
integral» (EG 203).
El amor cristiano es
fecundo. No busca el éxito sino la salvación integral del hombre, llamado a ser
plenamente feliz. La campaña de Manos Unidas es una ocasión para poner en juego
todas nuestras capacidades de servir a nuestros hermanos más necesitados de
manera que ya aquí, en este mundo, experimenten que todos somos hijos del mismo
Padre y miembros de la única familia humana.
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia
