Jesús, el Esposo que viene a buscarnos; que lo acojamos bien preparados
Dominio público |
Esto sucedió antes que metieran a
Juan en la cárcel. Por entonces, algunos de los seguidores de Juan comenzaron a
discutir con un judío sobre la cuestión de las purificaciones, y fueron a
decirle a Juan: «Maestro, el que estaba contigo al oriente del Jordán, aquel de
quien nos hablaste, ahora está bautizando y todos le siguen».
Juan les dijo:
«Nadie puede tener nada si Dios no se lo da. Vosotros mismos me habéis oído
decir claramente que yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado por Dios
delante de él. En una boda, el que tiene a la novia es el novio; y el amigo del
novio, que está allí y le escucha, se llena de alegría al oírle hablar. Por
eso, también mi alegría es ahora completa. Él ha de ir aumentando en
importancia, y yo, disminuyendo»” (Juan 3,22-30).
El
pueblo de Israel, una imagen de la vida del hombre, es un continuo éxodo, la
historia del mundo y la nuestra. Todas las circunstancias de la vida son camino
hacia el Señor. Hay que ensanchar las perspectivas de nuestra visión, y para
ello ensanchar nuestro corazón. El vino nuevo, en odres nuevos, algo misterioso
que puede significar que para acoger la buena nueva hemos de hacernos buenos y
para esto hemos de hacernos nuevos, nacer de nuevo, renovarnos en el interior.
Acabamos
el tiempo de Navidad, y este tiempo “fuerte”, de gran belleza litúrgica, vuelve
a Juan Bautista como al comienzo, cerrando un ciclo en el que nos hemos
acercado a Jesús, al fuego de su amor encarnado. Nos hemos percatado estos días
de que no estamos solos. Por fin llegó la plenitud de los tiempos, el momento
escogido por Dios para encarnarse. Esta es la gran alegría que hemos celebrado
estos días.
Juan
el Bautista invita a una conversión de corazón. Hoy le vemos antes de caer
preso. Quizá en la cárcel pudiera escribir cartas como la que alguien ha
imaginado: “Ya llevo varios meses en estas mazmorras de Maqueronte y deseo
comunicarme con vosotros, especialmente con los que no habéis podido venir a
visitarme, a la vez que os suplico que sigáis acercándoos por aquí y me contéis
cuanto sepáis de lo que hace Jesús, mi primo”; y que, al recordar el Bautismo
del Señor, añade: “Me di cuenta entonces de que mi misión estaba cumplida; mi
voz se hacía cada día más débil, más remota, porque Él es la Palabra, y yo sólo
necesitaba señalarlo, descubrirlo, ante las gentes; hacedlo ahora vosotros por
mí. Ofrezco a Dios mi encierro...
Desde
estas prisiones estoy viviendo su hora y me lleno de gozo. Presiento que ya no
van a ser necesarios los sacrificios de corderos y toros en nuestro templo, y que
los sacerdotes y los levitas, los hijos de Aarón, serán olvidados. El viene a
cumplir la ley de nuestros padres y a darnos la gracia de Dios; a fundar un
nuevo pueblo. Hay que ensanchar el corazón. Me han dicho que incluso ha salido
de nuestras fronteras, que ha pasado por Samaría anunciando la adoración a
Yahwéh en cualquier lugar en espíritu y en verdad... ‘No se puede echar vino
nuevo en odres viejos’ es una frase suya muy misteriosa y, a la vez,
significativa.
Nosotros hemos sido esas viejas vasijas y Él es el vino nuevo. Y
ese vino maravilloso, cuando se bebe con fe, tiene la virtualidad de convertir
en nuevo a todos los que lo gustan y saborean. Si me habéis seguido cuando el
pueblo sencillo venía a mí, seguidme también ahora cuando me acerco a Él; es el
anunciado por los profetas y yo, el último, os lo confirmo, porque ya no habrá
otros profetas que lo anuncien. ¡Ha llegado!"
Juan
el Bautista remite a Jesús, que es el Mesías, el "nuevo Moisés", el
Profeta tan esperado, aquel que viene para darnos a Dios. «¿Qué ha traído
[Jesús]? La respuesta es muy sencilla: a Dios. Ha traído a Dios» (Benedicto
XVI).
Juan
aclara el sentido del bautismo: realmente, se trata de una purificación, pero
«se distingue de las acostumbradas abluciones religiosas» de aquel tiempo, y
-como afirmó el papa Benedicto- «debe ser la consumación concreta de un cambio
que determina de modo nuevo y para siempre toda la vida». Así, pues, el
bautismo cristiano comporta un cambio tan radical como un nacer de nuevo hasta
el punto de convertirnos en un nuevo ser.
Juan
Pablo II hablaba de esta preparación con el sacramento de la confesión, y
decía: “¡Empeñaos en vivir en gracia! Jesús ha nacido en Belén precisamente
para esto: para revelarnos la verdad salvífica y para darnos la vida de la gracia!
Empeñaos en ser siempre partícipes de la vida divina infundida en
nosotros por el Bautismo. Vivir en gracia es dignidad suprema, es alegría
inefable, es garantía de paz, es ideal maravilloso, y debe ser también lógica
preocupación de quien se dice discípulo de Cristo. Navidad por tanto significa
la presencia de Cristo en el alma mediante la gracia.
”Y
si por la debilidad de la naturaleza humana se pierde la vida de divina por el
pecado grave, Navidad entonces debe significar el retorno a la gracia mediante
la confesión sacramental, vivida con seriedad de arrepentimiento y de
propósitos. Jesús viene también para perdonar. El encuentro personal con Cristo
se convierte en una conversión, en un nuevo nacimiento para asumir totalmente
las propias responsabilidades de hombre y de cristiana".