Perdió
a sus amores, pero superó el duelo y sanó
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Nació
en una familia de campesinos, tuvo una infancia normal y feliz, como merecen
vivir todos los niños, incluso si se nace pobre como era su caso.
En
esta humilde familia, los padres de María Munera eran ricos en fe. “Desde niña
nos enseñaron en casa a rezar el Rosario y a tener devoción a María
Auxiliadora”, cuenta a Portaluz María, al iniciar su testimonio.
Y
prosigue recordando aquel tiempo de carencias materiales cuando “las amigas del
colegio nos daban los cuadernos, los uniformes y los zapaticos que les sobraban
para poder ir nosotros al colegio”, dice agradecida esta mujer colombiana.
Al
cumplir 14 años su padre se vio forzado a decirle “que ya no podía estudiar
más”, y ella lloró mucho ese día.
Pero
su madre le animó a que trabajara los fines de semana, y con lo que ganara
podría pagarse los estudios: “Pasas de un colegio que era privado a uno público
y con eso te pagas los pasajes”, le propuso la mamá.
Viviendo su primer ‘amor’
Al
finalizar el bachillerato estaba orgullosa y feliz pues el chico que más le
gustaba la quería de novia, tal como ella misma “se lo había pedido a Dios”,
comenta.
Como
ambos novios anhelaban estudiar en la universidad y no tenían el dinero para
ello, decidieron vender juntos mercancías y así financiar la formación
profesional.
A
mitad de la carrera tomaron la decisión de casarse, “por la Iglesia”, tuvieron
dos niños y poco tiempo después ambos se graduaron; ella de Contadora Pública y
él como Ingeniero Mecánico.
Iniciaron
un emprendimiento con amigos que con el tiempo crecía y María estaba feliz
teniendo un esposo que era “un hombre muy bueno, muy trabajador”.
Sin
embargo, llegó un momento en que comenzó a sentir que aunque había podido
superar la pobreza, ser una madre feliz y tener un esposo “bueno y
trabajador”, no estaba en paz.
Llevaban
ya 12 años de casados y cierto día, orando a María Auxiliadora, miró su alma y
vio que, “por las inseguridades que yo arrastraba, había puesto como centro de
todo a mi esposo, él era toda mi seguridad. Pude sentir en mi corazón una voz
interior que me decía muy claro «Hiciste de tu esposo tu dios» y esto me quedó
resonando, resonando”.
Ese
mismo día su esposo falleció, de improviso, recuerda María: “Mientras
inspeccionaba en una empresa una maquinaria y alguien, por un grave error de
seguridad, la puso en marcha. Fue bastante duro y difícil ese momento de mi
vida, tenía dos niños de 7 y 9 años”.
Vivió
desbordada emocionalmente por mucho tiempo y sin rumbo espiritual; oscilaba
María entre su devoción a la Virgen, prácticas religiosas como ir a misa, pero
al mismo tiempo apostando a encontrar su paz o el sentido trascendente “en la
práctica del yoga y propuestas de grupos esotéricos, propios de la Nueva Era”
en general, reconoce.
“Le pedía al Señor que me
diera otro esposo”
Tres
años después María centró su empeño espiritual en volver a sentirse amada y
enamorarse. Con este interés dirigió ruegos a Dios y… “le pedía al Señor que me
diera un esposo, porque a mí me encantaba el matrimonio, la vida de familia,
pero no quería yo que fuera con alguien separado, nada, sino una persona con la
que pudiera agradar a Dios, que fuera soltero o viudo”, relata.
Ocurrió
según anhelaba y se enamoró. A los dos años de noviazgo decidieron
organizar el matrimonio. Pero un mes antes de llegar nuevamente al altar, su
novio -que trabajaba en una empresa recaudadora de dineros y documentos de
valor financiero-, fue asesinado.
“Me
sentí sin saber para dónde iba mi vida” señala María y agradece a Dios haber
tenido en ese instante la certeza de que sólo entregándose a Dios lograría
vivir en paz. Pasaban las semanas y entonces “le pedí a la Virgen que me
ayudara” rememora.
En
ese momento de abandono confiada en la Madre Dios, María Auxiliadora
-puntualiza- “pude tener claridad en mi alma y ver que yo era muy
dependiente de las personas, pero no de Dios; que Él no era centro de mi vida”.
“Vi
que yo me creía buena, porque no mataba, no robaba, iba a misa, me confesaba.
Pero pude entender que era una católica tibia”.
“En
ese momento el Señor me permitió hacer un examen a conciencia de mi vida y
desde el fondo de mi corazón le supliqué misericordia, que me perdonara pues yo
me reconocía pecadora y necesitaba de su ayuda”.
“Sentí
una paz muy, muy profunda, me quedé dormida un rato largo y desperté
sintiéndome renovada”.
Finalmente conoció el Amor
Poco
tiempo después conoció a Monseñor Gilberto Villa quien sería su guía
espiritual. Luego con las hermanas religiosas del Ave María, hizo su
consagración a la Virgen, según el método de San Luis María Grignon de
Montfort.
“Recibí
la formación de manos del fundador de Lazos de Amor Mariano, Rodrigo Jaramillo,
quien iba a mi casa todos los domingos y junto a otra amiga nos preparó a las
dos” recuerda.
María
seguía anhelando volver a casarse, sin embargo percibía que no era el momento o
el querer de Dios y confiada a los consejos de su director espiritual, continuó
fortaleciendo el sentido pertenencia por entero al Señor.
Un
año transcurrió hasta que escuchó a su director decirle: “Creo que estás
preparada para ello”; y María se consagró a Cristo “en castidad perpetua”,
cuenta, el 27 de octubre del año 2002.
La fuente de la sanación
No
sólo su vida fue transfigurada al dar este paso. También pudo ver el impacto
benéfico en su familia y hasta la empresa que habían fundado con su esposo.
“Esto
cambió notoriamente la situación de mi empresa porque empezamos a hacer oración
a diario, a las 07:15 de la mañana hacemos siempre la lectura del Evangelio,
reflexionamos 10 minuticos y luego a sus puestos de trabajo” explica.
De
5 que empezaron en esta empresa, que está próxima a cumplir los 30 años, ya son
25 los empleados, que gozan de una estabilidad y calidez laboral, de los cuales
17 son ingenieros: “Somos administradores de los bienes de Dios.
Si
no caminamos de la mano de Dios, no hay empresa” expresa con energía y agrega:
“Puedo hablar con total certeza, que las personas que no tienen una experiencia
de Dios, que no lo involucran en su proceso de duelo, nunca se sanarán
completamente”.
Alegre
de haber encontrado la felicidad junto al Señor, María no para de agradecer las
gracias recibidas y no se cansa de decir que para encontrar la verdadera y
total felicidad en este mundo, sólo hace falta “acercarse a la fuente de la
sanación que es la Eucaristía, rezar el santo Rosario y vivir santamente de los
Sacramentos (…) Ahora pues, yo no soy la viuda, sino la esposa de Jesús. Igualmente
tengo dificultades, pero puesta mi confianza en el Señor me siento
profundamente amada por Él”.
Artículo
publicado originalmente por Portaluz
Fuente:
Aleteia