Con estas palabras de Jesús
el Papa Francisco ha dirigido a toda la Iglesia su Mensaje de Paz al comenzar
un año nuevo
La casa es cada hogar, cada país y continente, y el planeta en el
que vivimos. Y la paz no es sólo la ausencia de guerras sino la realización de
la verdad, la justicia y la caridad.
No es, pues, extraño que el
Papa se dirija en este discurso a los que gobiernan los pueblos, mediadores
imprescindibles de la paz. «La política —dice Francisco— es un vehículo
fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre, pero cuando
aquellos que se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad
humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso
destrucción» (Mensaje, 2).
En este día de la Epifanía
del Señor, tenemos el ejemplo de un gobernante, Herodes, que, por temor a
perder su trono, provocó la matanza de los inocentes para acabar con el Mesías
recién nacido.
La Doctrina Social de la
Iglesia, inspirada en los principios evangélicos, presenta la actividad
política como una forma eminente de caridad. Se llama «caridad política» al
empeño de los gobernantes por establecer la justicia, la fraternidad y la paz
entre sus ciudadanos. Esto exige gobernar en el respeto a las leyes establecidas.
Los gobernantes son los primeros que deben cumplirlas y hacerlas cumplir, como
juran al asumir sus cargos, de manera que supediten al bien común sus propios
intereses de partido y, más aún, su egoísmo personal.
«La función y la
responsabilidad política constituyen un desafío permanente para todos los que
reciben el mandato de servir a su país, de proteger a cuantos viven en él y de
trabajar a fin de crear las condiciones para un futuro digno y justo. La
política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad
y la dignidad de las personas, puede convertirse en una forma eminente de la
caridad» (Mensaje, 2)
En muchos países estamos
lejos de esta comprensión de la política, porque escasean gobernantes que
sacrifiquen sus apetencias desmedidas de poder y, mediante el diálogo basado en
el respeto a las leyes establecidas y en el bien común —como exige cualquier
estado de derecho— eviten los «vicios» que, a juicio del Papa, acechan a
quienes, si se dejan llevar por ellos, pueden dilapidar su credibilidad y
desacreditar la autoridad que ostentan.
Así dice el Papa: «Estos
vicios, que socaban el ideal de una democracia auténtica, son la vergüenza de
la vida pública y ponen en peligro la paz social: La corrupción —en sus
múltiples formas de apropiación indebida de bienes públicos o de
aprovechamiento de personas—, la negación del derecho, el incumplimiento de las
normas comunitarias, el enriquecimiento ilegal, la justificación del poder
mediante la fuerza o con el pretexto arbitrario de la “razón de Estado”, la
tendencia a perpetuarse en el poder, la xenofobia y el racismo, el rechazo al
cuidado de la Tierra, la explotación ilimitada de los recursos naturales por un
beneficio inmediato, el desprecio a los que se han visto obligados a ir al
exilio» (Mensaje, 4).
He aquí un buen examen de
conciencia para comenzar un año. Los vicios sólo se desarraigan con las
virtudes opuestas. El Papa ofrece como contrapunto a dichos vicios las célebres
«bienaventuranzas del político» propuestas por el cardenal vietnamita Van
Thuan, que padeció torturas y vejaciones en un campo de concentración, murió en
2002, y está en proceso de canonización. Aconsejo
vivamente su lectura.
En realidad, son normas de
ética y moral universales que se oponen radicalmente a los principios éticos
que, de modo obscenamente subjetivo, suelen fabricarse quienes sólo aspiran a
servirse del pueblo.