En Pentecostés los apóstoles son
bendecidos con diversos dones para su misión, y a lo largo de la historia
el Espíritu sigue bendiciendo a cada uno de nosotros
Probablemente
hemos escuchado que en la Iglesia hay muchos carismas y nos podemos preguntar:
¿eso qué significa? Si la Iglesia que ha fundado Jesucristo es universal y
es una sola, ¿cómo podemos entender que hay estas distinciones?, ¿cuál
carisma es el válido o cuál es el mejor? En este post quisiera profundizar en
algunos aspectos que pueden ayudarnos a entender de qué se trata este asunto de los
carismas en la Iglesia.
1. Los carismas
son regalos del Espíritu Santo
Debemos
comenzar por lo esencial. Sabemos que cuando Jesús reúne a sus discípulos y les
encomienda la tarea de anunciar su Evangelio, les promete que no estarán solos
en esta misión, y les envía el Espíritu Santo. En Pentecostés los apóstoles son
bendecidos con diversos dones para su misión, y a lo largo de la historia
el Espíritu sigue bendiciendo a cada uno de nosotros. A estas gracias del
Espíritu las podemos llamar carismas (la palabra carisma viene del griego charis y
se traduce como gracia). Son precisamente estos regalos que recibimos,
cada uno o de manera colectiva, para edificar la Iglesia y para el servicio de
los demás. El Espíritu no solo actuó en esa ocasión, continúa haciéndolo hoy,
Él es quien anima, alienta y sigue edificando a la Iglesia.
2. Son
una riqueza para la Iglesia y para el mundo
El
propósito de estos regalos es seguir edificando la Iglesia, seguir propagando
el Evangelio, para mantener viva la misión original de hacer presente
la Buena Nueva y comunicarla a todos los hombres. Estos dones del Espíritu
requieren de la generosa colaboración de quienes los reciben, de la disposición
no solo de acogerlos sino de ponerlos en servicio de este propósito, de
hacerlos fructificar.
3. Dios actúa a lo
largo de la historia. Su acción es dinámica, viva, llena de sorpresas
Es
muy consolador saber que la acción de Dios se mantiene a lo largo de más de
2000 años y que es la garantía que la Iglesia perdure; incluso sabiendo de
las debilidades humanas, de tantas fragilidades y de tantos pecados. Dios,
que se mantiene fiel a su intención, sigue actuando en cada momento histórico. Él
otorga sus carismas (que son respuesta para el hombre situado en un momento
histórico específico) a quienes quiere.
4. Los carismas son
concretos y reales
Cuando
el Espíritu Santo ha regalado a la Iglesia diferentes carismas, estos se
han concretado y se han hecho reales a través de personas que los han expresado
a través de su vida y de sus obras. Podemos recordar en la historia de la
Iglesia distintas expresiones y rostros concretos, por ejemplo: san Agustín,
san Benito, san Francisco de Asís, santo Domingo, santa Teresa, san Ignacio de
Loyola, san José María Escrivá, entre otros. Cada uno, en una época con
necesidades particulares, van plasmando una espiritualidad que, aunque
distintas entre sí, no se han alejado de la Espiritualidad única de la Iglesia
sino que la han enriquecido. No es que ellos se hallan inventado una manera de
vivir la fe, sino que han respondido a un llamado que Dios les ha regalado para
edificar a su Iglesia.
5. El Espíritu de
Dios nos une a pesar de nuestras diferencias
¿Cómo
mantener la unidad de la Iglesia si hay diferentes carismas y espiritualidades? La
manera como podemos aproximarnos a esta diferencia es desde la complementariedad,
es decir valorando la riqueza que cada experiencia puede aportar. Podrá
pensarse por ejemplo que los más valiosos son los carismas misioneros,
apostólicos, que hacen muchas obras concretas para ayudar, para evangelizar y
menospreciar el valor de los carismas contemplativos, que acentúan la vida de
oración, de recogimiento, de silencio. Ambos se complementan y cada uno aporta
una riqueza para el propósito común.
6. Somos distintos, pero
de la misma familia
«Hay
diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo» (1 Cor 12, 4).
La
Iglesia que quiso Jesús es Universal, ella es capaz de acoger y abrigar a
todos. Las diferencias que tenemos (incluso lo que hacemos parte de una
misma familia) son una riqueza; no todos estamos llamados a ser iguales. Piensa
por ejemplo en tu propia familia: en ella hay diferencias, en las
personalidades, en las opiniones, en las maneras de aproximarse a la realidad,
en los gustos, etc. Lo que los une no es que todos sean iguales, sino el amor
que se tienen y el objetivo y propósito común. Analógicamente la Iglesia
permanece unida a pesar de distinciones, gracias al Amor de Dios, al Espíritu
Santo.
7. ¿Por qué competir?
Vamos a construir
«La
comunión en la Iglesia no es pues uniformidad, sino don del Espíritu que pasa
también a través de la variedad de los carismas y de los estados de vida. Éstos
serán tanto más útiles a la Iglesia y a su misión, cuanto mayor sea el respeto
de su identidad. En efecto, todo don del Espíritu es concedido con objeto de
que fructifique para el Señor en el crecimiento de la fraternidad y de la
misión» (Juan Pablo II).
Dada
la diversidad y la variedad de carismas que el Espíritu ha suscitado, a veces
pudiera pasar que uno se pregunte si es que hay uno mejor que otro, incluso en
algunas ocasiones parece que entre miembros de diferentes grupos y movimientos
eclesiales hubiera comparaciones o hasta competiciones. Si se comprende que no
se trata de mostrar quien es mejor, sino reconocer que cada uno es valioso
porque ha sido querido por Dios en algún momento, se podrán enfocar
las diferentes acciones en una misión común que edifique a la Iglesia.
8. No hay mejores ni
peores
El
valor que representa cada uno de los carismas está dado por el amor con el cual
Dios los ha querido que existan y embellezcan a su Iglesia. Una figura bonita
es pensar en la Iglesia como un gran jardín, y los carismas como distintas
flores que pueden ocuparlo. Si todas las flores fueran iguales sería bonito,
pero, ¡qué hermoso sería este jardín entre mayor variedad de colores, formas y
aromas tuviera! flores distintas que enriquecen, aportando cada una lo propio
de su ser.
«Extraordinarios
o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen
directa o indirectamente una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a
la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del
mundo» (Catecismo 799).
9. Somos una sola
Iglesia
¡Qué
grande es nuestra fe! ¡Qué don más grande hemos recibido de Dios! tan grande
que no se agota con el paso de los años, no se agota a pesar de muchas maneras
de expresarla. La fe que hemos recibido es maravillosa y nos debe
llenar de esperanza, que a pesar de que el mundo constantemente cambie, con
desafíos novedosos que nos pareciera no saber cómo responder, la misericordia
de Dios es mayor y nos sorprende siempre con su presencia, con la creatividad
propia de su Espíritu que se las ingenia para ofrecer al mundo lo que necesita,
a través de sus dones y sus carismas que se encarnan en personas y realidades
concretas.
10. Nuestra misión es
única
Finalmente,
hay que recordar que los carismas en la Iglesia, entendidos como esos dones de
Dios, siempre han tenido una intención y un propósito: manifestar el amor
de Dios en el mundo, el amor misericordioso que Dios tiene a cada uno de los
hombres. La Iglesia de Cristo es la expresión más real y cierta de que Dios nos
ha amado, nos ama y nos amará eternamente. Dios quiere que todos los hombres
encuentren la Salvación y los carismas son esos detalles bondadosos que tiene
para manifestar esta realidad.
Fuente: CatholicLink