LA ALEGRÍA DEL ADVIENTO
Dominio público |
II. La alegría del cristiano. Su fundamento.
III. Llevar alegría a los demás. Es imprescindible en toda labor de apostolado.
La gente le preguntaba: «Entonces, ¿qué debemos hacer?». Él contestaba: «El
que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo
mismo». Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
«Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?». Él les contestó: «No exijáis más de lo
establecido». Unos soldados igualmente le preguntaban: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?».
Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino
contentaos con la paga». Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre
Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con
agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus
sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para
aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se
apaga». Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio. (Lc. 3, 10-18).
I. En la liturgia de la
Misa, San Pablo nos da la razón fundamental para tener profunda alegría: el
Señor está cerca. (Filipenses 4, 4) El Apóstol también nos da la clave para
entender el origen de nuestras tristezas: nuestro alejamiento de Dios, por
nuestros pecados o por la tibieza. Cuando para encontrar la felicidad se
ensayan otros caminos fuera del que lleva a Dios, al final sólo se halla
infelicidad y tristeza.
La
experiencia de todos lo que, de una forma u otra, volvieron la cara hacia otro
lado (donde no estaba Dios), ha sido siempre la misma: han comprobado que fuera
de Dios no hay alegría verdadera. Encontrar a Cristo, y volverlo a encontrar,
supone una alegría profunda siempre nueva. La alegría es tener a Jesús, la
tristeza es perderle.
II. El cristiano debe ser
un hombre esencialmente alegre. Sin embargo, la nuestra no es una alegría
cualquiera, es la alegría de Cristo, que trae la justicia y la paz, y sólo Él
puede darla y conservarla, porque el mundo no posee su secreto. El cristiano lleva
su gozo en sí mismo, porque encuentra a Dios en su alma en gracia. Esta es la
fuente permanente de su alegría.
Tener
la certeza de que Dios es nuestro Padre y quiere lo mejor para nosotros nos
lleva a una confianza serena y alegre, también ante la dureza, en ocasiones, de
lo inesperado. No hay tristeza que Él no pueda curar: no temas, ten sólo fe
(Lucas 8, 50), nos dice el Señor.
Nos
dirigimos a Él en un diálogo íntimo y profundo ante el Sagrario, y en cuanto
abramos nuestra alma en la Confesión encontraremos la fuente de la alegría.
Nuestro agradecimiento se manifestará en mayor fe y en una esperanza que alejen
toda tristeza, y en preocupación por los demás.
III. Un alma triste está a
merced de muchas tentaciones. La tristeza nace del egoísmo, de pensar en uno
mismo con olvido de los demás, de la indolencia en el trabajo, de la falta de
mortificación, de la búsqueda de compensaciones, del descuido en el trato con
Dios. Para poder conocer a Cristo, poder servirle, y darlo a conocer a los
demás, es imprescindible no andar excesivamente preocupados por nosotros
mismos.
Solamente
así, con el corazón puesto en Cristo, podemos recuperar la alegría, si la
hubiéramos perdido. Esta es una de las grandes misiones del cristiano: llevar
alegría a un mundo que está triste porque se va alejando de Dios.
Preparemos
la Navidad junto a Santa María y en nuestro ambiente fomentando un clima de paz
cristiana, brindaremos muchas pequeñas alegrías y muestras de afecto a quienes
nos rodean. Los hombres necesitan pruebas de que Cristo ha nacido en Belén,
nuestra alegría se las dará.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org