20 PALABRAS PARA MEDITAR LOS MISTERIOS DEL ROSARIO. 3er. MISTERIO GLORIOSO

3. La venida del Espíritu Santo

Fueron el Padre y el Hijo por quienes
Un Viento de lo alto fue enviado.
En el cenáculo a los amigos vienes,
Grabas muy dentro al Amado y
Otorgas sabrosos los frutos y los bienes.

“Les conviene que me vaya” (Jn 16, 7) dijo una vez Jesús a sus apóstoles, ya que al irse les enviaría al Espíritu Santo. Pero sería enviado no sólo por Él, sino también por el Padre, el Espíritu que procede de ambos (cfr. Jn 14, 26) Fueron el Padre y el Hijo por quienes un Viento de lo alto fue enviado.

Así fue percibido el Espíritu Santo, como un fuerte viento que vino al lugar donde estaban reunidos los más cercanos a Jesús y se mostró como FUEGO que se repartió y transformó el interior de los presentes.

En el cenáculo a los amigos vienes. Es un único fue­go, pero que en cada uno arde de modo distinto. ¿Y en qué consiste la acción del Espíritu Santo en las almas? Él es quien nos santifica. ¿En qué consiste la santidad? En parecerse a Jesucristo. Lo que hace el Espíritu Santo es hacernos semejantes a Cristo, pero no sólo poniendo ante nuestra mente su vida y sus ejemplos, sino grabando en el fondo del alma la imagen de Cristo. Grabas muy dentro al Amado.


Esa imagen de Cristo es una imagen viva que nos incorpora a Él y nos permite actuar sobrenaturalmente, a través de las virtudes y los dones. Las virtudes teologales: la Fe, la Esperanza y la Caridad. Y los siete dones, tres que se dirigen a la voluntad: Fortaleza, Piedad y Temor de Dios; y tres que se dirigen al ámbito intelectual: Sabiduría, Entendi­miento, Consejo y Ciencia.

Con las virtudes Dios nos regala esa capacidad de estar en su dimensión. Sin embargo la medida de las acciones en las virtu­des es aún humana, llega a Dios, pero de acuerdo a nuestro límite. Con la Fe creemos en Dios, lo cono­cemos realmente, aunque sea entre sombras. Con la Esperanza actuamos confiados en que hay algo más que se consigue con nuestras acciones cuando son dirigidas a lo alto, y sabemos que su auxilio no nos faltará.

Con la Caridad amamos a Dios mismo y con su mismo amor, y a los demás por Dios. Los dones, son regalos, que nos llevan a actuar de modo divino: la medida ya no es humana: “la norma es la norma misma de Dios participada al hombre” (Luis María Martínez, El Espíritu Santo, La Cruz, México 1998, 173). Esos son los bienes que nos regala el Espíritu Santo.

¿Y los frutos? Cuando el Espíritu permanece en el creyente, entonces como una manifestación de su presencia, aparecen los frutos: “la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la continencia” (Ga 5, 22-23) Otorgas sabrosos los frutos y los bienes.

Si yo no me siento contento de ser cristiano, si me pesan demasiado los mandamientos, si los de­fectos de los demás y los míos propios me quitan la paz... necesito invocar más al Espíritu Santo... por el contrario si me entusiasmo con Dios y deseo servir a todos a quienes quiero amar como Jesús mismo lo hizo, entonces necesito invocar más al Espíritu Santo: “el justo, que siga practicando la justicia; y el santo, que se santifique todavía más”(Ap 22, 11).

 Con permiso del autor: Juan Pablo Lira

Fuente: 20 palabras para meditar los misterios del Rosario