“Los malos pensamientos, dijo un anciano, son como
ratones en una casa"
![]() |
Public Domain |
Los Padres del desierto fueron unos monjes
de los primeros tiempos del cristianismo que, a partir de finales del siglo
III, vivieron retirados del mundo en los desiertos de Egipto, Palestina y
Siria, solos o en grupo, con el objetivo de encontrar sentido a sus vidas y paz
interior a través de la práctica de la ascesis y la oración.
Dejaron un legado de historias,
llamadas apotegmas, que contaban a sus discípulos y visitantes, para “sanar y
salvar sus almas”, parafraseando a San Antonio Abad, el primero en retirarse al
desierto en el año 270. Así fue como nos llegaron estas palabras de un anciano,
que compara los pensamientos negativos con ratones que infestan nuestras almas.
“Los malos pensamientos, dijo un
anciano, son como ratones en una casa. Si los matamos uno tras otro a medida
que entran, todo irá bien. Pero si esperamos hasta que la casa esté infestada
de ellos, tendremos todos los obstáculos imaginables para darles caza. E
incluso si lo consiguiéramos, la casa quedaría devastada”.
Que
los pensamientos permanezcan o no en nosotros, está en nuestro poder
Los
malos pensamientos como la ira, los celos, el miedo o el odio, se infiltran por
los intersticios del alma y se instalan ahí si no hacemos nada para
desalojarlos. A los
Padres del desierto les gusta recordarnos que el nacimiento de estas emociones
no depende de nosotros pero que, en cambio, sí está en nuestro poder ofrecerles
resistencia y expulsarlos.
“Que los pensamientos nos
perturben o no forma parte de esas cosas que no dependen de nosotros”, escribió
uno de los Padres, Juan Damasceno, en su Discurso
útil al alma. “Pero que permanezcan o no en nosotros, que susciten o no las
pasiones, es parte de lo que sí está en nuestro poder”.
Se abre la veda para la caza de
ratones. El monje autor de la metáfora insiste en la necesidad de ahuyentar los
pensamientos negativos uno por uno y de inmediato, sin esperar a que proliferen
y devasten nuestra alma. Nos corresponde a nosotros observar, discernir, como
un vigilante del corazón, los sentimientos y emociones que nos acosan, y actuar
en consecuencia. Evagrio dijo: “Presta atención a ti mismo, sé el guardián
de tu corazón y no permitas que ningún pensamiento entre en él sin
cuestionarlo”.
Ahora bien, podríamos
preguntarnos: ¿Cómo podemos dar caza y ahuyentar la ira,
los celos, el miedo o el odio que a veces nos controlan? Según
destaca Anselm Grün en su libro Sabiduría de los padres del desierto (Ediciones Sígueme), “lo
importante es enfrentarnos a ellos. No podemos matar el
odio, por ejemplo, pero podemos transformarlo para que deje de ser un
pensamiento negativo”.
Detrás del odio, explica, a
menudo hay una necesidad de protegernos de alguien a quien le gusta ofender,
herir. Dar
caza al odio y ahuyentarlo significa, por lo tanto, centrarnos en construir
muros para protegernos.
Del mismo modo, ahuyentar los
celos o la ira, requiere que demos un paso atrás y que tomemos un camino de
purificación de los pensamientos que nos perturban. La
recompensa, finalmente, es alcanzar ese estado llamado hesychia, que puede traducirse como tranquilidad
de corazón, calma, paz interior.
Mathilde de Robien
Fuente:
Aleteia