20 PALABRAS PARA MEDITAR LOS MISTERIOS DEL ROSARIO. 3er. MISTERIO GOZOSO

3. EL NACIMIENTO

Brillan las estrellas
En el cielo, y en la cueva
Los ojos del pequeño
Encantan y consuelan
Niño mío, haz que yo te vea.

Cuando miramos al cielo una noche despejada el alma se expande. El alma se expande aunque no se­pamos cuán lejanas están las estrellas e ignoremos cuán grandes son aquellos millones de soles.

Al mi­rarlas es fácil percibir una grandeza que nos habla de nuestra infinitud y al mismo tiempo de nuestra pequeñez. De nuestra infinitud porque podemos entender que hay algo más grande, inconmensura­ble. De nuestra pequeñez, porque experimentamos nuestros límites constantemente.

Y quizá nues­tra pequeñez pesa más y nos abate: cuántos seres humanos que han pasado por la tierra y han sido olvidados, cuánto sufrimiento que ha quedado su­mergido en un aparente sinsentido, cuantos amores que tras ser plenitud de vida y sentido se extinguie­ron sin dejar una huella en el decurso de los años. 

Los sabios de oriente miraron las estrellas, bri­llan las estrellas en el cielo, y encontraron una señal que los condujo a BELÉN. Había una voz en esas an­tiguas profecías y tradiciones que los hacían mirar hacia arriba.

Esa voz los guio, esas estrellas se sabían observa­das y al mismo tiempo Alguien miraba y hablaba a través de sus fulgores.

Entraron en la cueva y encontraron unos ojos, y supieron que esos ojos ya los habían mirado a ellos, cuando ellos miraban las estrellas. Si las estrellas eran bellas, esos ojos lo eran aún más… brillaban con un fulgor que se adivinaba anterior y arquetípico: como que todo brillo auténtico se inspiraba en él. En la cueva los ojos del pequeño encantan.

Después de ver al Niño y saber Quién era, las estrellas se vieron de un modo distinto. Se supo con certeza que Alguien había ya pensado en no­sotros, que Alguien quiso adornar aquella noche con luces que titilan y titilan.

Tras ver al Niño en los brazos de su Madre, el hombre supo que no estaba solo, que su vida, sus sufrimientos, sus amores no eran indiferentes: Dios los asumía realmente. “Dios se hizo hombre, para que el hombre llegara a ser Dios” (San Atanasio). En la cueva los ojos del pequeño encantan y consuelan.

Pero nos olvidamos de esta verdad tan consola­dora. Aquella noche unos ángeles rodearon de luz a los pastores de las cercanías y les anunciaron la gran alegría: un Niño les ha nacido (cfr. Is 9, 6). Es para ustedes, un regalo del Padre. Rápido, presurosos, llegaron a BELÉN y encontraron esos ojos compa­rables en belleza sólo a los de su madre. Ese niño es para mí: Niño mío, haz que yo te vea.

Con permiso del autor: Juan Pablo Lira

Fuente: 20 palabras para meditar los misterios del Rosario