La relación entre el espíritu humano y el de Dios
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Cada vez se hace más imprescindible en
nuestros días discernir entre lo que es invención e imaginación, alucinación y
trance, explotación y charlatanería y lo que es encuentro y descubrimiento,
experiencia y aprehendimiento, ser agraciado por dones y llegar hasta sí mismo.
Cuando decimos Espíritu “Santo”
estamos marcando la diferencia entre el espíritu divino y el espíritu humano.
Nos
hace dar cuenta del carácter personal del Espíritu: la presencia de Dios en
persona que nos impulsa hacia la unión con Él y suspira por reposar en la nueva
creación perfecta.
Al
Espíritu Santo se le experimenta más como fuerza y poder que como persona ya que es el Oculto y el que se
manifiesta únicamente por sus efectos y Aquel cuya realidad permanece
incognoscible y consiguientemente inexpresable.
Además, allí
donde se manifiesta, desvía de sí la mirada hacia el Padre y el Hijo.
Lo que hace que el Espíritu santo sea “Señor”, es decir, que no es manipulable, no es
“espíritu de nuestro espíritu” sino el Espíritu que “procede del Padre y del
Hijo”.
Es el Espíritu vivificante en el
que tenemos verdadera vida. Así pues, el Espíritu Santo no es definible. El
Espíritu Santo que es vida y hace posible la comunicación, permanece como alguien
de quien no se puede disponer.
La vida en el Espíritu
Toda la vida de Jesús desde su concepción
hasta la resurrección era un existir por el Espíritu y nuestra experiencia
pascual de que el Señor resucitado está presente en el Espíritu y actúa en la
comunidad, debe caracterizarse como una experiencia espiritual, como una
experiencia en el Espíritu.
Así, pues, pecar
contra el Espíritu Santo consiste en rechazar la misión de Jesús y en impugnar
su autoridad espiritual; si la negamos blasfemamos contra
el Espíritu de Dios.
La misión del Espíritu Santo es
comunicarnos el conocimiento de Cristo, un conocimiento que se recibe en la fe
del bautismo y que exige que se viva una vida espiritual que esté acorde con
él.
Así, la persona espiritual es la
única capacitada por el Espíritu Santo para recibir a Cristo y contemplar a
Dios. Es a esta a quien se le revela la dimensión espiritual de las Escrituras.
El Espíritu Santo y nosotros
El Espíritu Santo es el don del amor
divino, creando vida y dando testimonio de la verdad, que fundamenta la
libertad.
En el Espíritu Dios sale de sí,
Dios da espacio a la creación, Dios es el poder santificador-sanador que
concede vida a todas las criaturas, mantiene esa vida, la renueva y la consuma.
El Espíritu Santo de Dios
fundamenta la vida nueva en verdad y libertad. Es el Espíritu quien concede gratuitamente
la vida verdadera, que no puede producirse, pero sí recibirse,
conservarse, y también puede perderse y recuperarse.
El Espíritu hace posible la
inclinación, la dedicación, la relación, la comunicación, la comunión.
Vivir
por el Espíritu de Dios significa:
aceptar la vida como regalo, dar espacio a otra vida, vivir en relación,
dejarnos liberar y liberar a otras personas, a pesar de todo compromiso propio
aguardar de Dios la consumación.
El
Espíritu Santo no se identifica con la conciencia, aunque la conciencia humana represente
una intensificación especial del espíritu de vida.
Gracias al Espíritu Santo
existimos como una nueva creación, somos capaces de superar la conducta
egoísta, de romper la repetición obsesiva de formas de conducta heredadas, de
sustraernos de la espiral de la violencia y de escapar del mecanismo de echar
siempre la culpa a otros, un mecanismo que necesita siempre un chivo
expiatorio.
Discernir lo que viene de Dios
El apóstol Juan nos da un criterio de
discernimiento: “Queridos, no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si
los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo.
Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo
espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús,
no es de Dios; ese es el del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir;
pues bien, ya está en el mundo. Vosotros, hijos míos, sois de Dios y los habéis
vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos
son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. Nosotros
somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos
escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error” (1Jn
4, 1-6).
Para Juan, al
Espíritu de la verdad le corresponden las siguientes funciones: enseñar y hacer
que se recuerden las palabras de Jesús; dar testimonio del Hijo,
lo cual significa al mismo tiempo: convencer al mundo de su pecado de
incredulidad y juzgar al señor del mundo.
Así, el Espíritu como
representante de Cristo, es testigo de la verdad de las palabras de vida y, con
ello, es ayuda para los creyentes ante la incredulidad del mundo.
El
que cree, se experimenta a sí mismo como nacido de nuevo por el vivificante
Espíritu de Dios; por
el Espíritu del Padre y del Hijo, se experimenta como capacitado para una vida
que está en consonancia con Dios, que es Espíritu y vida, luz y verdad, que es
amor.
En
la oración, la fe y el bautismo, el Espíritu Santo confiere principalmente el
poder para confesar sin temor la fe, y dirige a la Iglesia por su camino
misionero.
José Luis
Vázquez Borau
Fuente:
Aleteia
