En la audiencia general de este 8 de agosto, dedicada a la idolatría, el Papa Francisco recuerda que reconocer la propia debilidad es la condición para abrirse a Dios y para rechazar a los ídolos de nuestro corazón
El
Aula Pablo VI repleta de fieles llegados de los cinco continentes fue el
escenario de la segunda audiencia general del Papa Francisco, después de la
pausa de verano del mes de julio, en la que el Pontífice continuó su catequesis
sobre el primer mandamiento del Decálogo, profundizando sobre la idolatría, con
la escena bíblica del becerro de oro, que representa el ídolo por excelencia.
El desierto hace nacer
ansiedades e idolatría
El
Santo Padre inicia su catequesis invitando a los 7 mil fieles presentes a
detenerse en el contexto en el cual se desarrolla este episodio del libro del
Éxodo, y se pregunta: ¿Qué es el desierto? “El desierto – afirma – es el lugar
en el que reinan la precariedad y la falta de seguridad” donde no hay nada,
“faltan el agua, la comida y el amparo”. Y ésta – evidencia el Papa – “es una
imagen de la vida humana, cuya condición es incierta y no posee garantías
inviolables”. Esta inseguridad genera en el hombre “ansiedades primarias”, como
el comer y beber.
Francisco
explica que la naturaleza humana, para escapar de la precariedad, de la
precariedad del desierto, busca una religión ‘casera’: “si Dios no se deja ver,
nos hacemos un dios a medida” - afirma - y pone en evidencia que
“frente al ídolo no hay riesgo de una llamada a salir de la propia seguridad,
porque los ídolos tienen boca y no hablan”. “Entendemos entonces – precisa
el Papa - que el ídolo es un pretexto para ponerse en el centro de la
realidad, en adoración de la obra de las propias manos".
Las tentaciones de todos
los tiempos
La
necesidad de un ídolo lleva a Aarón a crear un becerro - entonces símbolo de
fecundidad, abundancia, energía y fuerza - hecho de oro y, por lo tanto,
representación por excelencia de la riqueza.
“Estos
son los grandes ídolos: el éxito, el poder y el dinero ¡Son las tentaciones de
siempre!” advierte Francisco. “Esto es el becerro de oro: el símbolo de todos
los deseos que dan la ilusión de libertad y que, en cambio, esclavizan, porque
el ídolo siempre esclaviza”.
"La
gran obra de Dios - enfatiza Francisco - es quitar la idolatría de nuestros
corazones".
El
Obispo de Roma explica a continuación que “todo nace de la incapacidad de
confiar sobre todo en Dios, de poner nuestra seguridad en Él, de dejar que Él
sea el que dé verdadera profundidad a los deseos de nuestros corazones”.
Y advierte que esto "también apoya la debilidad, la incertidumbre y
la precariedad”. La referencia a Dios – agrega el Papa – nos hace fuertes
en la debilidad, en la incerteza y también en la precariedad” porque “sin la
primacía de Dios caemos fácilmente en la idolatría y nos contentamos con
miserables garantías”.
La debilidad, condición
para abrirse a Dios
Sin
embargo, aceptar a Jesús que "se hizo pobre por nosotros" es
reconocer que "la propia debilidad no es la desgracia de la vida humana,
sino la condición para abrirse a quien es verdaderamente fuerte":
“La
salvación de Dios entra por la puerta de la debilidad” asegura el Santo Padre,
subrayando que es “por su propia insuficiencia que el hombre se abre a la
paternidad de Dios”. Y agrega: “La libertad del hombre nace en el dejar que el
verdadero Dios sea el único Señor. Esto nos permite aceptar nuestra propia
fragilidad y rechazar los ídolos de nuestros corazones”.
Cristo es la fuente de
nuevas fuerzas
Mirar
al Crucificado, para nosotros los cristianos, es reconocer que en Él “débil,
despreciado y despojado de todas las posesiones" está el verdadero rostro
de Dios, "la gloria del amor y no la del engaño resplandeciente":
“Nuestra
sanación viene de Aquel que se hizo pobre, que acogió el fracaso, que llevó al
límite nuestra precariedad para llenarla de amor y fuerza. Él viene a
revelarnos la paternidad de Dios; en Cristo nuestra fragilidad ya no es una
maldición, sino un lugar de encuentro con el Padre y la fuente de nuevas
fuerzas desde lo alto”, afirma el Papa.
Santa Teresa de la Cruz,
mártir del pueblo judío y cristiano
Al
término de la audiencia general, el Papa Francisco recordó la memoria litúrgica
de Santo Domingo de Guzmán y la fiesta, mañana 9 de agosto, de Santa Teresa
Benedicta de la Cruz, que fue Edith Stein, co-patrona de Europa. "Mártir,
mujer de coherencia, mujer que busca a Dios con honestidad, con amor – dijo Francisco
– y mujer mártir de su pueblo judío y cristiano”. Y con la esperanza de que
Ella, la Patrona de Europa, rece y proteja a Europa de la frialdad, concluyó:
“¡Y que Dios los bendiga a todos!”
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