¡Ya no hay nada que
ocultar!
Hola,
buenos días, hoy Israel nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Hace
unos meses compartimos que nos habían regalado un acuario y te contamos cómo
fuimos completando los pasos para poder acoger en casa a estos nuevos
amiguitos.
Pero
lo que nunca me habría imaginado era que en poco tiempo los iba a saber
distinguir unos de otros. Al principio era fácil diferenciar los tipos de peces
que tenemos, pero, poco a poco, me di cuenta de que en seguida conoces cada
pez, y los sabes distinguir.
Y
es que así, contemplando a estos animalitos, me daba cuenta de una cosa muy
peculiar: para diferenciarlos siempre me fijo en algo que los hace distintos
unos de otros. Uno que si tiene la aleta más pequeña, otro que si está más
gordito, este que si nada rapidísimo como huidizo, siempre con miedo, aquel que
es un glotón... en definitiva, que lo que me ayuda a conocerlos es su pobreza.
Y
me reía, porque me doy cuenta de que muchas veces nosotros procuramos que no se
nos note nuestra probreza, aquello que a menudo nos avergüenza de nosotros
mismos, y, sin embargo, por mucho que pensemos que conseguimos disimularlo, en
realidad esto suele ser lo primero que los demás ven.
Incluso
nosotros mismos lo utilizamos para darnos a conocer, como cuando esperamos a
alguien desconocido en el aeropuerto, y nos describimos como “la mujer gordita
y el hombre calvo”, para que así la otra persona nos pueda conocer...
¡Qué
fácil es todo cuando nos aceptamos como somos! Pero lo cierto es que esto no es
nada fácil, por eso mismo tuvo que encarnarse Cristo, para que, amándonos Él en
nuestra pobreza, pudiéramos mirarnos a nosotros mismos y comprender que Él nos
hace dignos de ser amados, así como somos y como estamos. El día que comenzamos
a experimentar este misterio, ese día Cristo nos hace libres para aceptar y
amar nuestras limitaciones.
Y
es que muchas veces lo que nos impide amar libremente a los demás es que no nos
amamos a nosotros mismos como Cristo nos ama.
Por
eso, hoy el reto del amor es hacer un acto de fe y creer de corazón que Cristo
te ama y te ha hecho digno de ser amado.
¡Ya
no hay nada que ocultar! Puedes sentirte a gusto en tu persona, porque este
amor te llevará a darte cuenta de que tu vida tiene un sentido y una misión,
única e irrepetible, es tuya, porque Él ha pensado en ti. ¿Por qué? ¡Porque te
ama!
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma