“¡Pobrecita,
pobrecita!”
Hola,
buenos días, hoy Matilde nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
La
vida estrecha en comunidad trae a veces gratas sorpresas. Pienso que de estas
debe de haber muchas, aunque el Señor Jesús solo nos hace conscientes de
algunas para que sean en nosotros motivo de darle gracias y alabarle por lo
grande que es…
Me
refiero a algo que me sucede muy bello:
Hay
una hermana en comunidad que fue en su tiempo la enfermera. Cuando yo me
acercaba a ella para compartirle, por ejemplo, que me había caído mal la comida
o que estaba apenada por algo, o, simplemente, que no había dormido bien,
siempre me decía con sentimiento: “¡Pobrecita… pobrecita!”
Al
principio, al escucharle esta expresión, no me gustaba, porque me parecía
peyorativo, pero tampoco se lo dije…
Pasado
el tiempo, y al escuchárselo muchas veces, me di cuenta de que producía en mí
gran consuelo interior, porque notaba que entraba, de verdad, en comunión con
mis sentimientos, y el oírselo me aliviaba en lo que estaba necesitando de
comprensión o consuelo interior…
Pero
en ella, esta expresión tiene su historia:
Cuando
era niña, su madre le mandaba a comprar el pan u otra cosa. Por la calle, en su
barrio, había entonces muchos pobres y, al ver a estos necesitados, se conmovía
y les repartía las vueltas de sus compras.
Cuando
su madre le decía: “¿Dónde están las vueltas?”, siempre respondía lo mismo: “Se
las he dado a los pobres que me pedían por la calle”.
Su
madre entonces se enfadaba y decía: “¡Esta niña es tonta!”… Pero ella seguía
haciendo lo mismo siempre.
Su
tía le decía: “Esos que piden son unos ‘pobrecitos’.” Y esta hermana se
enfurecía y le contestaba: “¡No, son como tú y como yo, no los llames
‘pobrecitos’!”
Con
los años, se fue dando cuenta de que “pobrecitos” eran como Jesús, como tú o
como yo… De aquí que ahora le sale con un contenido profundamente evangélico y
cargado de ternura y amor.
Al
oírle esta expresión, me sale recordar tantos pasajes del Evangelio en los que
Jesús se conmovía en sus entrañas, y decía por ejemplo: “¡No llores!”, o
“¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?”, o “Sintió gran lástima...”. Estas
palabras tan cargadas de amor y compasión, eran como bálsamo curativo sobre
todas las dolencias y sufrimientos humanos. Para esto ha venido Jesús y se ha
encarnado: para sanar todas nuestras enfermedades y atraernos al amor del Padre
y a toda su ternura.
Hoy
el reto del amor es escuchar con mucha atención y compasión a alguien que te
manifieste una pena. Y, si Jesús pone en tus labios una palabra de consuelo,
anímate a decírsela… por ejemplo: “¡No llores!”, o “¡Pobrecito, pobrecita!”, o
“¡Te comprendo!”…
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma
