Su
admirable apostolado a mediados del siglo XVII, convirtió a este jesuita
español en símbolo de los afrocolombianos y adalid de los derechos humanos
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Peter Barker | CC BY-NC-ND 2.0 |
Esta
denominación no es un eslogan publicitario creado para exaltar la imagen de
Peré Claver Corberó, más conocido como san Pedro Claver. Si bien esa frase no
corresponde textualmente a lo que el santo hispano-colombiano escribió, sí
refleja el férreo compromiso que asumió cuando el 3 de abril de 1622 profesó
sus votos de pobreza, castidad y obediencia.
Ese
día, al jurar y estampar su firma, escribió: «Pedro Claver, esclavo de los
negros para siempre». Que faltara o sobrara una palabra es lo de menos porque
en la práctica este jesuita nacido en Cataluña, dedicó todos los días de los 38
años que vivió en Cartagena de Indias, a proteger y defender a los esclavos que
llegaban a ese puerto negrero como ‘mercancías humanas’. En ese entonces era
tal el sojuzgamiento hacia los negros que algunos teólogos católicos decían que
ellos «no tenían alma».
Se
estima que anualmente ―entre los siglos XVI y XVII― ingresaron a ese puerto en
el Caribe cerca de 1.000 esclavos que fueron secuestrados de Angola, Congo,
Gambia, Gahana, Mozambique y otras regiones africanas. En un comienzo este
infame comercio fue promovido por esclavistas portugueses que los vendían a
colonizadores españoles y más adelante estuvo a cargo de compañías holandesas,
británicas y francesas.
Todos
llegaban encadenados, encerrados y apretujados en barcos donde aguataban hambre
y sed. Los que lograban sobrevivir eran vendidos a mercaderes que traficaban
con ellos enviándolos desde Cartagena a otros lugares de América para que
trabajaran al sol y al agua en minas de oro y plata o en grandes haciendas.
La
relación del cura con los esclavos empezaba cuando ellos descendían de naves
pestilentes. Acompañado de intérpretes africanos que hablaban diferentes
dialectos, les decía que nadie los iba a devorar ―como perversamente los
amenazaban― sino que él y sus ayudantes estaban allí para socorrerlos.
Según
Tulio Aristizábal Giraldo, vicario de la parroquia de San Pedro Claver en
Cartagena, «era tal su afecto que los recibía con alimentos y medicinas, les
buscaba refugio y hasta se quitaba prendas para cubrir sus cuerpos desnudos».
Este sacerdote, autor de varios libros sobre el santo, dijo a Aleteia que
«en muchas ocasiones Pedro limpió con sus manos las heridas dejadas por las
cadenas y besó sin asco las llagas de aquellos que tenían lepra».
Pedro
enfrentó con determinación a quienes abusaban de sus esclavos. Los testimonios
de la época afirman que tenía la costumbre de ir a casa de los amos para
reclamarles con vehemencia por el trato anticristiano a hombres y mujeres a
quienes usualmente se castigaba a latigazos. Incluso, intervino ante la Santa
Inquisición para evitar la tortura o ejecución de esclavos acusados de
hechicería.
Aristizábal
Giraldo señala que además de su labor humanitaria, Pedro Claver contribuyó de
manera tan extraordinaria a la propagación de la fe católica que alcanzó a
bautizar a 300.000 de los más de 320.000 africanos que llegaron a Cartagena
entre 1615 y 1654. Este sacerdote, con 80 años en la Compañía de Jesús, recalca
que con ese propósito, también dispuso que los negros encabezaran las filas
para la confesión y la comunión y que después de ellos siguieran los más pobres,
los niños y por último los blancos.
Claver en el siglo XXI
Agobiado
por el mal de Parkinson ―olvidado, criticado y muy pobre― Claver murió el 8 de
septiembre de 1654. De inmediato, pobres y ricos, negros y blancos empezaron a
pedir su canonización. Sin embargo, este proceso empezó 93 años después al ser
reconocidas sus virtudes heroicas y continuó un siglo más tarde cuando el
Vaticano, en 1850, lo declaró beato. Transcurridos veinte papados, en 1888, fue
elevado a la gloria de los altares por el papa León XIII quien al incluirlo en
el libro de los santos manifestó: «Después de la vida de Cristo, ninguna ha
conmovido tan profundamente mi alma como la de san Pedro Claver».
En
Cartagena, la segunda ciudad colombiana con el mayor número de afrocolombianos,
están el museo y la hermosa iglesia que honran su vida y su obra. Allí, donde
se conservan sus reliquias, los papas san Juan Pablo II y Francisco elogiaron
su legado de caridad, misericordia y humanismo. Y a las afueras de ese templo
una impresionante escultura de Enrique Grau, uno de los artistas plásticos más
notables del país, lo recuerda abrazado con un esclavo.
Dentro
del claustro de la Compañía de Jesús en esa ciudad también funciona el Centro
Cultural Afrocaribe, una fundación que trabaja por la paz, los derechos
humanos, el derecho internacional humanitario y los excluidos. Adicionalmente,
para exaltar su obra, en 1985 el Congreso de la República declaró el 8 de
septiembre como Día de los Derechos Humanos.
«Todo
eso es muy importante ―anota el biógrafo Aristizábal Giraldo― pero nada es más
grande que «decirle al mundo que todos somos iguales».
Vicente Silva Vargas
Fuente:
Aleteia