TE BASTA MI GRACIA
II. «Si quieres, puedes».
III. Medios que debemos poner en las tentaciones.
«Partió de allí y se fue
a su ciudad, y le seguían sus discípulos. Llegado el sábado, se puso a enseñar
en la sinagoga, y muchos de los oyentes, admirados, decían: ¿De dónde sabe éste
estas cosas? ¿Y qué sabiduría es la que se le ha dado y estos milagros que se
hacen por sus manos? ¿No es éste el artesano, el hijo de María, y hermano de
Santiago y de José y de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre
nosotros? Y se escandalizaban de él.
Y les decía Jesús: No hay profeta
menospreciado sino en su propia patria, entre sus parientes y en su casa. Y no
podía hacer allí ningún milagro; solamente sanó a unos pocos enfermos
imponiéndoles las manos. Y se asombraba por causa de la incredulidad de ellos.
Y recorría las aldeas de los contornos enseñando.» (Marcos 6, 1-6)
I. En la Segunda lectura
de la Misa nos muestra San Pablo su profunda humildad. Después de hablar a los
de Corinto de sus trabajos por Cristo y de las visiones y revelaciones del
Señor, les declara también su debilidad: para que no me engría, me fue clavado
un aguijón en la carne, un ángel de Satanás, para que me abofetee, y no me
engría.
No
sabemos con seguridad a qué se refiere San Pablo cuando habla de este aguijón
de la carne. Algunos Padres (San Agustín) piensan que se trata de una
enfermedad física particularmente dolorosa; otros (San Juan Crisóstomo) creen
que se refiere a las tribulaciones que le causan las continuas persecuciones de
que es objeto; y algunos (San Gregorio Magno) opinan que se refiere a
tentaciones especialmente difíciles de rechazar. De todas formas, es algo que
humilla al Apóstol, que entorpece en cierto modo su tarea de Evangelizador.
San
Pablo había pedido al Señor por tres veces que apartara de él ese obstáculo.
Y recibió esta sublime respuesta: Te basta mi
gracia, porque la fuerza resplandece en la flaqueza. Para superar esa
dificultad le basta la ayuda de Dios, y sirve además para poner de manifiesto
el poder divino que le permite superarla. Al contar con la ayuda de Dios es más
fuerte, y esto le hace exclamar: por eso, con sumo gusto me gloriaré más
todavía en mis flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en las
persecuciones y angustias, por Cristo; pues cuando soy débil, entonces soy
fuerte.
En
nuestra debilidad experimentamos constantemente la necesidad de acudir a Dios y
a la fortaleza que de Él nos viene. ¡Cuántas veces nos ha dicho el Señor en la
intimidad de nuestro corazón: Te basta mi gracia, tienes mi ayuda para vencer
en las pruebas y dificultades! Alguna vez quizá experimentemos de modo
especialmente vivo la soledad, la flaqueza o la tribulación: «Busca entonces el
apoyo del que ha muerto y resucitado. Procúrate cobijo en las llagas de sus
manos, de sus pies, de su costado. Y se renovará tu voluntad de recomenzar, y
reemprenderás el camino con mayor decisión y eficacia».
Las
mismas debilidades y flaquezas se pueden convertir en un bien mayor. Santo
Tomás de Aquino, al comentar este pasaje, explica que Dios puede permitir en
ocasiones ciertos males de orden físico o moral para obtener bienes más grandes
y más necesarios. Nunca nos dejará el Señor en medio de las pruebas. Nuestra
misma debilidad nos ayuda a confiar más, a buscar con más presteza el refugio
divino, a pedir más fuerzas, a ser más humildes: «¡Señor!, no te fíes de mí. Yo
sí que me fío de Ti. Y al barruntar en nuestra alma el amor, la compasión, la
ternura con que Cristo Jesús nos mira, porque Él no nos abandona,
comprenderemos en toda su hondura las palabras del Apóstol: virtus in
infirmitate perficitur (2 Cor 12, 9); con fe en el Señor, a pesar de nuestras
miserias -mejor, con nuestras miserias-, seremos fieles a nuestro Padre Dios;
brillará el poder divino, sosteniéndonos en medio de nuestra flaqueza».
II. Me fue clavado un
aguijón en la carne, un ángel de Satanás, para que me abofetee... Parece como
si San Pablo sintiera aquí de una manera muy viva sus limitaciones, junto a las
ocasiones en las que ha contemplado la grandeza de Dios y de su misión de
Apóstol. También nosotros algunas veces hemos entrevisto en la vida «metas
generosas, metas de sinceridad, metas de perseverancia..., y, sin embargo,
tenemos como metida en el alma, como en lo más hondo de lo que somos, una
especie de raíz de debilidad, de falta de fuerza, de oscura impotencia..., y esto
algunas veces nos tiene tristes y decimos: no puedo».
Vemos
lo que el Señor espera de nosotros en esa situación o en aquellas
circunstancias, pero quizá nos encontramos débiles y cansados ante las pruebas
y dificultades que debemos superar: «La inteligencia -iluminada por la fe- te
muestra claramente no sólo el camino, sino la diferencia entre la manera
heroica y la estúpida de recorrerlo. Sobre todo, te pone delante la grandeza y
la hermosura divina de las empresas que la Trinidad deja en nuestras manos.
»El
sentimiento, en cambio, se apega a todo lo que desprecias, incluso mientras lo
consideras despreciable. Parece como si mil menudencias estuvieran esperando
cualquier oportunidad, y tan pronto como -por cansancio físico o por pérdida de
visión sobrenatural- tu pobre voluntad se debilita, esas pequeñeces se agolpan
y se agitan en tu imaginación, hasta formar una montaña que te agobia y te
desalienta: las asperezas del trabajo; la resistencia a obedecer; la falta de
medios; las luces de bengala de una vida regalada; pequeñas y grandes
tentaciones repugnantes; ramalazos de sensiblería; la fatiga; el sabor amargo
de la mediocridad espiritual... Y, a veces, también el miedo: miedo porque
sabes que Dios te quiere santo y no lo eres.
»Permíteme
que te hable con crudeza. Te sobran "motivos" para volver la cara, y
te faltan arrestos para corresponder a la gracia que Él te concede, porque te
ha llamado a ser otro Cristo, "ipse Christus!" -el mismo Cristo. Te
has olvidado de la amonestación del Señor al Apóstol: "¡te basta mi
gracia!", que es una confirmación de que, si quieres, puedes».
Te
basta mi gracia. Son palabras que hoy el Señor dirige a cada uno de nosotros
para que nos llenemos de fortaleza y de esperanza ante las pruebas que tengamos
delante. Nuestra misma debilidad nos servirá para gozarnos en el poder de
Cristo, nos enseñará a amar y sentir la necesidad de estar siempre muy cerca de
Jesús. Las mismas derrotas, los proyectos incumplidos nos llevarán a exclamar:
Cuando soy débil, entonces soy fuerte, porque Cristo está conmigo.
Cuando
la tentación o los contratiempos o el cansancio se hagan mayores, el demonio
tratará de insinuarnos la desconfianza, el desánimo, el descamino. Por eso, hoy
debemos aprender la lección que nos da San Pablo: Cristo está entonces
especialmente presente con su ayuda; basta que acudamos a Él. Y también
podremos decir con el Apóstol: Con sumo gusto me gloriaré más todavía en mis
flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en la persecuciones y
angustias, por Cristo.
III. Sería temerario desear
la tentación o provocarla, pero sería un error el temerla, como si el Señor no
nos fuera a proporcionar su asistencia para vencerla. Podemos aplicarnos
confiadamente las palabras del Salmo: Te enviará a su ángeles para que te
guarden en todos tus caminos, // y ellos te llevarán en sus manos para que no
tropieces en las piedras. // Pisarás sobre áspides y víboras, y hollarás al
león y al dragón. // Porque me amó, Yo le salvaré; Yo le defenderé porque
confesó mi nombre. // Me invocará y Yo le oiré, estaré con él en la
tribulación, le sacaré y le honraré. // Le saciaré de días y le daré a ver mi
salvación.
Pero,
a la vez, el Señor nos pide prevenir la tentación y poner todos los medios a
nuestro alcance para vencerla: la oración y mortificaciones voluntarias; huir
de las ocasiones de pecado, pues el que ama el peligro perecerá en él; llevar
una vida laboriosa de trabajo continuo, cumpliendo ejemplarmente los deberes
profesionales y cambiando de actividad en el descanso; fomentar un gran horror a
todo pecado, por pequeño que parezca; y, sobre todo, esforzándonos por aumentar
en nosotros el amor a Cristo y a Santa María.
Combatimos
con eficacia abriendo el alma en la dirección espiritual cuando comienza a
insinuarse la tentación de la infidelidad, «pues manifestarla es ya casi
vencerla. El que revela sus propias tentaciones al director espiritual puede
estar seguro de que Dios otorga a éste la gracia necesaria para dirigirle bien
(...).
»No
creamos nunca que la tentación se combate poniéndonos a discutir con ella, ni
siquiera afrontándola directamente (...).
Apenas
se presente, apartemos de ella la mirada para dirigirla al Señor que vive
dentro de nosotros y combate a nuestro lado, que ha vencido el pecado;
abracémonos a Él en un acto de humilde sumisión a su voluntad, de aceptación de
esa cruz de la tentación (...), de confianza en Él y de fe en su proximidad, de
súplica para que nos transmita su fuerza. De este modo la tentación nos
conducirá a la oración, a la unión con Dios y con Cristo: no será una pérdida,
sino una ganancia. Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que
le aman (Rom 8, 28)».
De
las pruebas, tribulaciones y tentaciones podemos sacar mucho provecho, pues en
ellas demostraremos al Señor que le necesitamos y que le amamos. Nos encenderán
en el amor y aumentarán las virtudes, pues no sólo vuela el ave por el impulso
de sus alas, sino también por la resistencia del aire: de alguna manera,
necesitamos obstáculos y contrariedades para que crezca nuestro amor.
Cuanto
mayor sea la resistencia del ambiente o de las propias flaquezas para ir
adelante en el camino, más ayudas y gracias nos dará Dios. Y Nuestra Madre del
Cielo estará siempre muy cerca en esos momentos de mayor necesidad: no dejemos
de acudir a su protección maternal.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org