Una reflexión profunda y sagaz, rebosante de hondura y comprensión del corazón humano
Antes de ser elegido Papa,
el cardenal Ratzinger escribió en un libro que recoge su pensamiento como
teólogo y autor espiritual, -Cooperadores de la Verdad- un artículo sobre el
fútbol.
Es una reflexión profunda y
sagaz, rebosante de hondura y comprensión del corazón humano.
Cuando se hojea la prensa y
se escucha la radio, se comprueba enseguida que hay un tema dominante: el
fútbol y la liga de fútbol. Este deporte se ha convertido en un acontecimiento
universal que une a los hombres de todo el mundo por encima de las fronteras
nacionales, con un mismo sentir, con idénticas ilusiones, temores, pasiones y
alegrías. Todo esto nos revela que nos encontramos frente a un fenómeno
genuinamente humano.
Surge espontánea la
pregunta sobre el por qué de la fascinación que ejerce este juego. El pesimista
contestará que es una repetición más de lo que ya se experimentó en la antigua
Roma: pan y circo; panem et circenses.
Pero, incluso si
aceptáramos esta respuesta, tendríamos que preguntarnos: ¿y a qué se debe
semejante fascinación, que lleva poner el juego junto al pan, y a darle la
misma importancia?
Volviendo de nuevo en la antigua Roma, podríamos contestar a esta pregunta diciendo que aquel grito que pedía "pan y juego" era la expresión del deseo de una vida paradísiaca. En este sentido, el juego es se presenta como una especie de regreso al hogar primero, al paraíso; como una escapatoria de la existencia cotidiana, con su dureza esclavizante.
Volviendo de nuevo en la antigua Roma, podríamos contestar a esta pregunta diciendo que aquel grito que pedía "pan y juego" era la expresión del deseo de una vida paradísiaca. En este sentido, el juego es se presenta como una especie de regreso al hogar primero, al paraíso; como una escapatoria de la existencia cotidiana, con su dureza esclavizante.
Sin embargo el juego tiene,
sobre todo en los niños, un sentido distinto: es un entrenamiento para la vida.
A mi juicio, la fascinación
por el fútbol consiste, esencialmente, en que sabe unir de forma convincente
estos dos sentidos: ayuda al hombre a autodisciplinarse y le enseña a colaborar
con los demás dentro de un equipo, mostrándole como puede enfrentarse con los
otros de una forma noble.
Al contemplarlo, los
hombres se identifican con ese juego, haciendo suyo ese espíritu de
colaboración y de confrontación leal con los demás.
Desde luego, la seriedad
sombría del dinero, unida a los intereses mercantiles, pueden echar todo esto a
perder.
Al pensar detenidamente en
todo esto, se plantea la posibilidad de aprender a vivir con el espíritu del
juego, porque la libertad del hombre se alimenta también de reglas y de
autodisciplina.
En todo caso, la visión de
un mundo que vibra con el juego debiera servirnos para algo más que para el
entretenernos, porque si fuéramos al fondo de la cuestión, el juego podría
mostrarnos una nueva forma de entender la vida.
+ Cardenal Joseph Ratzinger