Homilía
del Papa Francisco en la Santa Misa con la Bendición de los Palios para los
nuevos Arzobispos Metropolitanos, en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo,
Apóstoles
“Sigue
latiendo en millones de rostros la pregunta: ¿Eres tú el que ha de venir o
tenemos que esperar a otro? Confesemos con nuestros labios y con nuestro
corazón: «Jesucristo es Señor». Este es nuestro cantus firmus que todos los días estamos invitados a entonar”,
lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la celebración Eucarística con la
Bendición de los Palios para los nuevos Arzobispos Metropolitanos, en la
Solemnidad de San Pedro y San Pablo, Apóstoles, este viernes 29 de junio de
2018.
«¿Eres tú el que ha de
venir o tenemos que esperar a otro?»
Las
lecturas de esta fiesta litúrgica, señaló el Papa Francisco, nos permiten tomar
contacto con la tradición apostólica más rica y nos ofrecen las llaves del
Reino de los cielos. Tradición perenne y siempre nueva que reaviva y refresca
la alegría del Evangelio, y nos permite así poder confesar con nuestros labios
y con nuestro corazón: «Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,
11). En este sentido, todo el Evangelio – afirmó el Santo Padre – busca
responder a la pregunta que anidaba en el corazón del Pueblo de Israel y que
tampoco hoy deja de estar en tantos rostros sedientos de vida: «¿Eres tú el que
ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11, 3).
Pedro: «Tú eres el
Mesías», el Ungido de Dios
Pedro
– explicó el Papa Francisco – tomando la palabra en Cesarea de Filipo, le
otorga a Jesús el título más grande con el que podía llamarlo: «Tú eres el
Mesías», es decir, el Ungido de Dios. “Me gusta saber que fue el Padre quien
inspiró esta respuesta a Pedro – precisó el Pontífice – que veía cómo Jesús
ungía a su Pueblo. Jesús, el Ungido, que de poblado en poblado, camina con el
único deseo de salvar y levantar lo que se consideraba perdido”.
En
esa unción, subrayó el Papa, cada pecador, perdedor, enfermo, pagano —allí
donde se encontraba— pudo sentirse miembro amado de la familia de Dios. “Con
sus gestos, Jesús les decía de modo personal: tú me perteneces. Como Pedro,
también nosotros podemos confesar con nuestros labios y con nuestro corazón no
solo lo que hemos oído, sino también la realidad tangible de nuestras vidas:
hemos sido resucitados, curados, reformados, esperanzados por la unción del
Santo”. Por ello, afirmó el Pontífice, todo yugo de esclavitud es destruido a
causa de su unción y no nos es lícito perder la alegría y la memoria de
sabernos rescatados, esa alegría que nos lleva a confesar «tú eres el Hijo de
Dios vivo».
El Ungido de Dios lleva el
amor y la misericordia del Padre
Y
es interesante, indicó el Obispo de Roma, prestar atención a la secuencia del
pasaje del Evangelio de Mateo (16,21), en que Pedro confiesa la fe en Jesús.
“El Ungido de Dios lleva el amor y la misericordia del Padre hasta sus últimas
consecuencias. Tal amor misericordioso supone ir a todos los rincones de la
vida para alcanzar a todos, aunque eso le costase el buen nombre, las
comodidades, la posición… el martirio”.
Ante
este anuncio tan inesperado – explicó el Papa Francisco – Pedro reacciona:
«¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte» (Mt 16,22), y se
transforma inmediatamente en piedra de tropiezo en el camino del Mesías; y
creyendo defender los derechos de Dios, sin darse cuenta se transforma en su
enemigo. “Contemplar la vida de Pedro y su confesión, es también aprender a
conocer las tentaciones que acompañarán la vida del discípulo. Como Pedro, como
Iglesia – subrayó el Pontífice – estaremos siempre tentados por esos
‘secreteos’ del maligno que serán piedra de tropiezo para la misión. Y digo
‘secreteos’ porque el demonio seduce a escondidas, procurando que no se conozca
su intención, «se comporta como vano enamorado en querer mantenerse en secreto
y no ser descubierto»”.
Confesar la fe exige
identificar los ‘secreteos’ del maligno
En
cambio, participar de la unción de Cristo es participar de su gloria, que es su
Cruz – afirmó el Papa Francisco – Gloria y cruz en Jesucristo van de la mano y
no pueden separarse; porque cuando se abandona la cruz, aunque nos
introduzcamos en el esplendor deslumbrante de la gloria, nos engañaremos, ya
que eso no será la gloria de Dios, sino la mofa del “adversario”.
No
son pocas las veces que sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una
prudente distancia de las llagas del Señor – señaló el Papa Francisco – ya que,
Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con él y a tocar la carne
sufriente de los demás. “Confesar la fe con nuestros labios y con nuestro
corazón exige – como le exigió a Pedro, afirmó el Pontífice – identificar los
‘secreteos’ del maligno. Aprender a discernir y descubrir esos cobertizos
personales o comunitarios que nos mantienen a distancia del nudo de la tormenta
humana; que nos impiden entrar en contacto con la existencia concreta de los
otros y nos privan, en definitiva, de conocer la fuerza revolucionaria de la
ternura de Dios”.
Contemplar y seguir a
Cristo exige abrir el corazón a los demás
Al
no separar la gloria de la cruz – subrayó el Santo Padre – Jesús quiere
rescatar a sus discípulos, a su Iglesia, de triunfalismos vacíos: vacíos de
amor, vacíos de servicio, vacíos de compasión, vacíos de pueblo. “La quiere
rescatar de una imaginación sin límites que no sabe poner raíces en la vida del
Pueblo fiel o, lo que sería peor, cree que el servicio a su Señor le pide
desembarazarse de los caminos polvorientos de la historia”. Contemplar y
seguir a Cristo exige dejar que el corazón se abra al Padre y a todos aquellos
con los que él mismo se quiso identificar, y esto con la certeza de saber que
no abandona a su pueblo.
Queridos
hermanos, concluyó el Papa Francisco, sigue latiendo en millones de rostros la
pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?».
Confesemos con nuestros labios y con nuestro corazón: «Jesucristo es Señor».
“Este es nuestro cantus firmus que
todos los días estamos invitados a entonar. Con la sencillez, la certeza y la
alegría de saber que «la Iglesia resplandece no con luz propia, sino con la de
Cristo”.
Renato
Martínez – Ciudad del Vaticano
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