Ayer 22 de mayo, se
celebró el Día Internacional de la Biodiversidad, un tema al cual el Papa
Francisco ha dedicado un amplio espacio en la Encíclica “Laudato Si’” (32 –
42)
“Cada año desaparecen miles de especies
vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no
podrán ver, pérdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones
que tienen que ver con alguna acción humana”, es uno de los temas centrales que
afronta el Papa Francisco en la Encíclica Laudato Si’, sobre el cuidado de la
Casa común (32 – 42).
En
la actual Jornada Internacional de la Biodiversidad, instituida por la ONU en
1993, se evidencia todo el drama de la conservación de la diversidad
biológica, la utilización sostenible de sus componentes y la participación
justa y equitativa en los beneficios que se derivan de la utilización de los
recursos genéticos.
La biodiversidad clave
para el futuro humano
En
este sentido, el Santo Padre recuerda que los recursos de la tierra también
están siendo depredados a causa de formas inmediatistas de entender la economía
y la actividad comercial y productiva. La pérdida de selvas y bosques implica
al mismo tiempo la pérdida de especies que podrían significar en el futuro
recursos sumamente importantes, no sólo para la alimentación, sino también para
la curación de enfermedades y para múltiples servicios. Pero no basta pensar en
las distintas especies sólo como eventuales «recursos» explotables, olvidando
que tienen un valor en sí mismas.
La intervención humana en
los ecosistemas
Es
verdad que el ser humano, precisa el Pontífice, debe intervenir cuando un
geosistema entra en estado crítico, pero hoy el nivel de intervención humana en
una realidad tan compleja como la naturaleza es tal, que los constantes
desastres que el ser humano ocasiona provocan una nueva intervención suya, de
tal modo que la actividad humana se hace omnipresente, con todos los riesgos
que esto implica. Suele crearse un círculo vicioso donde la intervención del
ser humano para resolver una dificultad muchas veces agrava más la situación.
Pero
mirando el mundo, señala el Papa Francisco, advertimos que este nivel de
intervención humana, frecuentemente al servicio de las finanzas y del
consumismo, hace que la tierra en que vivimos en realidad se vuelva menos rica
y bella, cada vez más limitada y gris, mientras al mismo tiempo el desarrollo
de la tecnología y de las ofertas de consumo sigue avanzando sin límite. De
este modo, parece que pretendiéramos sustituir una belleza irreemplazable e
irrecuperable, por otra creada por nosotros.
El cuidado de la
biodiversidad
En
el cuidado de la biodiversidad, agrega el Obispo de Roma, los especialistas
insisten en la necesidad de poner especial atención a las zonas más ricas en
variedad de especies, en especies endémicas, poco frecuentes o con menor grado
de protección efectiva. Hay lugares que requieren un cuidado particular por su
enorme importancia para el ecosistema mundial, o que constituyen importantes
reservas de agua y así aseguran otras formas de vida.
Mencionemos,
por ejemplo señala el Papa Francisco, esos pulmones del planeta repletos de
biodiversidad que son la Amazonia y la cuenca fluvial del Congo, o los grandes
acuíferos y los glaciares. No se ignora la importancia de esos lugares para la
totalidad del planeta y para el futuro de la humanidad. Los ecosistemas de las
selvas tropicales tienen una biodiversidad con una enorme complejidad, casi
imposible de reconocer integralmente, pero cuando esas selvas son quemadas o
arrasadas para desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables
especies, cuando no se convierten en áridos desiertos. Sin embargo, un delicado
equilibrio se impone a la hora de hablar sobre estos lugares, porque tampoco se
pueden ignorar los enormes intereses económicos internacionales que, bajo el
pretexto de cuidarlos, pueden atentar contra las soberanías nacionales.
25 años defendiendo la
biodiversidad
Este
2018 se cumplen 25 años del Convenio sobre la Diversidad Biológica ratificado
por 196 países, que quedó listo para la firma el 5 de junio de 1992 en la
Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro y entró en vigor el 29 de
diciembre de 1993. Desde entonces, la Convención se ha ido aplicando a través
de la visión y el liderazgo de países, organizaciones gubernamentales y no
gubernamentales, comunidades indígenas y locales, la comunidad científica y los
individuos a título personal. Este Convenio es considerado como la herramienta
para la conservación de la diversidad biológica, la utilización sostenible de
sus componentes y la participación justa y equitativa en los beneficios que se
deriven de la utilización de los recursos genéticos.
Renato
Martínez – Ciudad del Vaticano
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