Una preciosa catequesis del Papa polaco hace
27 años
Aparición de Jesús a la
Virgen María. Filippo Lippi.
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La
comunidad filipina tiene toda una celebración vinculada a la creencia
tradicional de que el Jesús Resucitado seguramente debió haber elegido visitar
a su Madre primero, incluso antes de que María Magdalena lo viera fuera de la
tumba.
Esta
creencia fue reflejada por el Papa Juan Pablo II en la audiencia general
del 21 de mayo de 1997.
Te
ofrecemos sus palabras para disfrutar hoy (los subrayados en negrita son
nuestros):
1. Después
de que Jesús es colocado en el sepulcro, María “es la única que mantiene viva
la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de
la Resurrección”. La espera que vive la Madre del Señor el Sábado santo
constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve
el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las
palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.
Los
evangelios refieren varias apariciones del Resucitado, pero no hablan del
encuentro de Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos a
concluir que, después de su resurrección, Cristo no se apareció a María; al
contrario, nos invita a tratar de descubrir los motivos por los cuales los
evangelistas no lo refieren.
Suponiendo que se trata de una “omisión”, se podría atribuir al
hecho de que todo lo que es necesario para nuestro conocimiento salvífico se
encomendó a la palabra de “testigos escogidos por Dios” (Hch 10,
41), es decir, a los Apóstoles, los cuales “con gran poder” (Hch 4,
33) dieron testimonio de la resurrección del Señor Jesús. Antes que a ellos, el
Resucitado se apareció a algunas mujeres fieles, por su función eclesial: “Id,
avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28,
10).
Si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de
Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que
negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio
demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe.
2. Los evangelios, además,
refieren sólo unas cuantas apariciones de Jesús resucitado, y ciertamente no
pretenden hacer una crónica completa de todo lo que sucedió durante los
cuarenta días después de la Pascua. San Pablo recuerda una aparición “a más de
quinientos hermanos a la vez” (1 Co 15, 6). ¿Cómo justificar que un
hecho conocido por muchos no sea referido por los evangelistas, a pesar de su
carácter excepcional? Es signo evidente de que otras apariciones del
Resucitado, aun siendo consideradas hechos reales y notorios, no quedaron
recogidas.
¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los
discípulos (cf. Hch 1, 14), haber sido excluida del número de
los que se encontraron con su divino Hijo resucitado de entre los muertos?
3. Más aún, es legítimo pensar que verosímilmente
Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar. La ausencia de María
del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16,
1; Mt 28, 1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de
que ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción
quedaría confirmada también por el dato de que las primeras testigos de la
resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales
permanecieron fieles al pie de la cruz y, por tanto, más firmes en la fe.
En efecto, a una de ellas, María Magdalena, el Resucitado le
encomienda el mensaje que debía transmitir a los Apóstoles (cf. Jn 20,
17-18). Tal vez, también este dato permite pensar que Jesús se apareció primero
a su madre, pues ella fue la más fiel y en la prueba conservó íntegra su fe.
Por último, el carácter único y especial de la presencia de la
Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la
cruz, parecen postular su participación particularísima en el misterio de la
Resurrección.
Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en
el esplendor de la vida resucitada ante todo a su madre. En efecto, ella, que
en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a
difundir la maravillosa noticia de la resurrección, para anunciar su gloriosa
venida. Así inundada por la gloria del Resucitado, ella anticipa el
“resplandor” de la Iglesia (cf. Sedulio, Carmen pascale, 5,
357-364: CSEL 10, 140 s).
4. Por ser imagen y modelo
de la Iglesia, que espera al Resucitado y que en el grupo de los discípulos se
encuentra con él durante las apariciones pascuales, parece razonable pensar que María mantuvo
un contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también ella de la
plenitud de la alegría pascual.
La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes
santo (cf. Jn 19, 25) y en el cenáculo en Pentecostés
(cf. Hch 1, 14), fue probablemente testigo privilegiada
también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos
los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resucitado,
es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena
realización mediante la resurrección de los muertos.
En el tiempo pascual la comunidad cristiana, dirigiéndose a la
Madre del Señor, la invita a alegrarse: Regina
caeli, laetare. Alleluia. “¡Reina del cielo, alégrate. Aleluya!”.
Así recuerda el gozo de María por la resurrección de Jesús, prolongando en el
tiempo el “¡Alégrate!” que le dirigió el ángel en la Anunciación, para que se
convirtiera en “causa de alegría” para la humanidad entera.
Kathleen Hattrup
Fuente: Aleteia