Miércoles
"Oh
Dios, que todos los años nos alegras con la solemnidad de la resurrección del
Señor, concédenos, a través de la celebración de estas fiestas, llegar un día a
la alegría eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén."
La
Liturgia de hoy nos invita a introducirnos en el encuentro del Señor Jesús
Resucitado con los Discípulos de Emaús. Este pasaje es un apasionante
programa de vida cristiana, en el que el mismo Señor victorioso sale al
encuentro del hombre desesperanzado, y lo invita a vivir un horizonte pleno y
hermoso.
El
Resucitado, les enseña las Escrituras y comparte el pan y el vino, trocando la
tristeza que agobiaba sus corazones en alegría y gozo.
De una Homilía pascual de
un autor antiguo
Esta
página se ha tomado de una homilía que algunos atribuyeron a San Ambrosio. Tal
atribución no puede sostenerse pero la pieza es antigua, de la época
patrística.
El
apóstol Pablo, recordando la dicha de la salvación restaurada, exclama: Del
mismo modo que por Adán la muerte entró en el mundo, así también por Cristo ha
sido restablecida la salvación en el mundo; y también: El primer hombre, hecho
de tierra, era terreno; el segundo es del cielo.
Y
aun añade: Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, esto es, del hombre
viejo, pecador, seremos también imagen del hombre celestial, esto es, del
reconocido por Dios, del redimido, del restaurado. Esforcémonos, por tanto, en
conservar la salvación que nos viene de Cristo, ya que el mismo Apóstol dice:
Primero, Cristo, esto es, el autor de la resurrección y la vida; después, los
de Cristo, esto es, los que, imitando el ejemplo de su vida íntegra, tendrán
una esperanza cierta, basada en la resurrección del Señor, de la futura
posesión de la misma gloria celestial que él posee, como dice el mismo Señor en
el Evangelio: El que me sigue no perecerá, sino que pasará de la muerte a la
vida.
Así,
pues, la pasión del Salvador es la salvación de la vida humana. Para esto quiso
morir por nosotros, para que nosotros, creyendo en él, viviéramos para siempre.
Quiso hacerse como nosotros en el tiempo, para que nosotros, alcanzando la
eternidad que él nos promete, viviéramos con él para siempre.
Éste,
digo, es aquel don gratuito de los misterios celestiales, esto es, lo que nos
da la Pascua, esto significa la ansiada solemnidad anual, éste es el principio
de la nueva creación.
Por
esto los neófitos que la santa Iglesia ha dado a luz mediante el baño de vida
hacen resonar los balidos de una conciencia inocente con sencillez de recién
nacidos. Por esto unos castos padres y unas madres honestas alcanzan por la fe
una nueva e innumerable progenie.
Por
esto, bajo el árbol de la fe, brilla el resplandor de los cirios en la fuente
bautismal inmaculada. Por esto los que han nacido a esta nueva vida son
santificados con el don celestial y alimentados con el solemne misterio del
sacramento espiritual.
Por
esto la comunidad de los fieles, alimentada en el regazo maternal de la
Iglesia, formando un solo pueblo, adora al Dios único en tres personas,
cantando el salmo de la festividad por excelencia: Éste es el día en que actuó
el Señor: sea él nuestra alegría y nuestro gozo.
¿De
qué día se trata? De aquel que nos da el principio de vida, que es el origen y
el autor de la luz, esto es, el mismo Señor Jesucristo, quien afirma de sí
mismo: Yo soy el día; quien camina de día no tropieza, esto es, quien sigue a
Cristo en todo llegará, siguiendo sus huellas, hasta el trono de la luz eterna;
según aquello que él mismo pidió al Padre por nosotros, cuando vivía aún en su
cuerpo mortal: Padre, quiero que todos los que han creído en mí estén conmigo
allí donde yo esté,- para que, así como tú estás en mí y yo en ti, estén ellos
en nosotros.
Tomado
de serviciocatolico.com
Fuente:
ACI Prensa