¿Hay silencio y paz en tu interior?
Mi corazón se parece tanto a un templo
lleno de ruidos… Jesús se detiene ante el templo y se escandaliza. Ante mi
templo:
“Se
acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el
templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas
sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas
y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a
los que vendían palomas les dijo: – Quitad esto de aquí; no convirtáis en un
mercado la casa de mi Padre”.
Jesús
quiere que la casa de su Padre tenga paz y silencio. Quiere que haya pureza de
intenciones. No quiere el ruido, ni el negocio. No quiere lo que no tiene que ver con su
Padre.
Jesús
quiere echar lo que no está en orden dentro de mí. Quiere sacar de mi interior a los
cambistas y a los vendedores, toda la porquería y todo el pecado que llevo dentro.
Veo tanto desorden en mi
corazón. Ese desorden que Jesús quiere ordenar. Me he construido un becerro de
oro y lo adoro.
Tal vez por eso me cuesta
cambiar lo que ya es rígido en mi interior. Me cuesta hacer obras y talar los
árboles. Me cuesta querer mi fragilidad.
Quiero aceptar que mi vida tiene
límites. Y
entender que mis límites y mis torpezas son mi camino de santidad. Aunque con
frecuencia me molesten y turben. Pero son parte sagrada de mi camino de
felicidad.
Decía el padre José Kentenich: “Si soy
bien sincero, mis más grandes virtudes son siempre
límites y limitaciones”[1].
Mis fragilidades no son
obstáculos, sino oportunidades. Son un camino nuevo para crecer y ser más
santo.
Quiero enfrentar mis límites con
humildad, con honestidad, besando la verdad de mi vida. Pero no es tan sencillo
vivir con humildad.
Comenta el papa Francisco: “La
humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que
no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes”.
El humilde es aquel que no
necesita humillar a otros para destacar él. La humildad es la virtud del
fuerte, del que se siente feliz con su vida, en paz con el camino que pisa. Esa
actitud es la que deseo vivir cada día. Desde mis límites vivir con humildad.
Jesús hoy me hace ver que conoce
mi corazón: “Él sabía lo que hay dentro de cada hombre”. Sabe
lo que hay dentro de mí. No le engaño nunca. Conoce mi fragilidad. Conoce los
mercaderes y cambistas con los que convivo.
Me asusta su mirada. Pero quiero
creer de verdad en su misericordia. Le duele mi pobreza cuando se convierte en
barrera que no me deja avanzar. Sabe cómo soy, cómo son mis intenciones. Conoce
mis aguas y su forma.
Una persona rezaba así: “Tú
sabes lo que hay en mi corazón. Me cuesta confiar en mí mismo. Me da pena no
estar más cerca de ti. Y ser trasparente tuyo. Me da miedo no estar a la altura
porque choco con frecuencia con lo que me debilita. Me gustaría estar a la
altura de lo que siento que me pides. Conoces todo lo que hay en mi corazón.
Sabes de mis incoherencias y pobrezas. Has tocado mis miedos y cobardías.
Quiero estar contigo cada día. Pero no puedo. Me pesa no poder lograr lo que Tú
me pides. Me pesa y me duele no estar a la altura que esperas y deseas de mí.
Quiero confiar más en ti y creer que Tú sí lo puedes. En mi alma hay pobreza y
un hondo anhelo de infinito”.
Hoy me detengo ante Jesús en
esta cuaresma. Mi corazón frágil. Lleno de límites. Lleno de pasiones
desordenadas. Lleno de deseos insatisfechos. Él me conoce y me ama. Sé que Él
puede cambiarlo todo si me dejo hacer.
Hoy sé que no tengo que hacerme
ídolos que llenen mi corazón: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de
Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás
ídolos. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu
Dios, soy un dios celoso”.
Pienso con honestidad. ¿Cuáles
son los ídolos que determinan mis acciones? ¿Qué mueve mi
corazón a la acción?
Veo mi tendencia a fabricarme
becerros de oro. Los toco, los adoro, los coloco en el centro de mi vida. ¡Qué
difícil poner a Dios en el centro de mi camino!
Quiero tener la confianza que
tenía san Claudio de Colombiere: “Bien conozco que soy frágil e inconstante;
sé cuánto pueden las tentaciones contra la virtud más firme. Mientras mantenga
firme mi esperanza, me conservaré a cubierto de todas las calamidades; y estoy
seguro de esperar siempre”.
Confío en Jesús que viene a mi
alma a poner orden. Va a destruir lo que no es suyo. Va a cavar hondo y va a
podar las ramas secas de mi alma.
Me gusta creer que es posible.
Contemplo los límites de mi naturaleza. La pobreza de mi alma que me hace más
consciente de mi pertenencia a Dios. Es a Él a quien pertenezco. Soy su
propiedad. Soy su templo santo.
Él quiere que en mí reine un
silencio sagrado y desea que mi humildad marque mi camino. Quiere erradicar de
mi corazón la vanidad y el orgullo. Quiere acabar con mis pretensiones de ser
poderoso y autosuficiente.
Pienso
en mis becerros de oro y se los entrego para que Él mismo los destruya. Yo solo
no puedo hacerlo.
Fuente: Aleteia