El Vaticano ha
presentado este jueves la carta Placuit Deo, una carta en la que la Congregación para la Doctrina de la
Fe reafirma y puntualiza las enseñanzas de la fe cristiana sobre la salvación
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El arzobispo Luis
Ladaria durante la presentación
de la Carta Placuit Deo,
en el Vaticano, el 1 de marzo
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Frente
al individualismo imperante en la sociedad de hoy que defiende que el hombre,
con sus propias fuerzas, se basta para salvarse a sí mismo, la
Congregación para la Doctrina de la Fe ha querido recordar que la salvación
radica en Cristo.
Mediante
una carta dirigida a los Obispos de la Iglesia Católica que, con el título de
“Placuit Deo” trata sobre algunos aspectos de la salvación cristiana, la
Congregación para la Doctrina de la Fe ha señalado también que “el lugar
donde recibimos la salvación es la Iglesia”.
No
obstante, en la carta, aprobada por el Papa Francisco el pasado 16 de febrero,
se llama a “un diálogo sincero y constructivo con creyentes de otras
religiones, en la confianza de que Dios puede conducir a la salvación en
Cristo a todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia”.
En este sentido, durante la
presentación de la carta a la prensa, el Prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, Mons. Luis Francisco Ladaria Ferrer, negó que esta carta
contradiga a la Constitución Apostólica “Lumen Gentium”, o que suponga regresar
a lo anterior a lo establecido por el Concilio Vaticano II. Más bien, se trata
de una confirmación de lo dicho en la “Lumen Gentium”.
La carta “Placuit Deo”
pretende contrarrestar el auge de dos viejas herejías, el pelagianismo y el
gnosticismo, cuyos preceptos se está extendiendo en el mundo de hoy al amparo
de la cultura del individualismo imperante.
En la carta se señala la
tendencia al individualismo del mundo de hoy que difunde la visión del hombre
“como un ser cuya realización depende únicamente de su fuerza”, y, por lo
tanto, la figura de Cristo no se contempla como “aquel que transforma la
condición humana”, sino como “un modelo que inspira acciones generosas, con sus
palabras y gestos”.
Fruto de este individualismo,
también se extiende “la visión de una salvación meramente interior, la cual tal
vez suscite una fuerte convicción personal, o un sentimiento intenso, de estar
unidos a Dios, pero no llega a asumir, sanar y renovar nuestras relaciones con
los demás y con el mundo creado”.
Estas dos desviaciones son un
reflejo de dichas viejas herejías: el pelagianismo y el gnosticismo. En este
sentido, la carta afirma que, en la actualidad, “prolifera una especia de
neo-pelagianismo para el cual el individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse
a sí mismo, sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y
de los demás”.
También prolifera “un cierto
neo-gnosticismo” que “presenta una salvación meramente interior, encerrada en
el subjetivismo”.
“Frente a estas tendencias, la
presente Carta desea reafirmar que la salvación consiste en nuestra unión con
Cristo, quien, con su Encarnación, vida, muerte y resurrección, ha generado un
nuevo orden de relaciones con el Padre y entre los hombres, y nos ha
introducido en este orden gracias al don de su Espíritu, para que podamos
unirnos al Padre como hijos en el Hijo, y convertirnos en un solo cuerpo en el
‘primogénito entre muchos hermanos’”.
Asimismo, se señala que “la
salvación completa de la persona no consiste en las cosas que el hombre podría
obtener por sí mismo, como la posesión o el bienestar material, la ciencia o la
técnica, el poder o la influencia sobre los demás, la buena reputación o la
autocomplacencia”.
Más bien, la salvación, y en
definitiva la felicidad que busca todo ser humano, radica en “la comunión con
Dios”, a la que el mismo Dios “nos ha destinado”, “y nuestro corazón estará
inquieto hasta que descanse en Él”.
“La salvación que la fe nos
anuncia no concierne solo a nuestra interioridad, sino a nuestro ser integral.
Es la persona completa, de hecho, en cuerpo y alma, que ha sido creada por el
amor de Dios a su imagen y semejanza, y está llamada a vivir en comunión con
Él”.
La carta pone de manifiesto
que las curaciones de Jesús son reflejo del carácter integral de la salvación
divina. El mismo sacrificio de Cristo por el que “expía los pecados y permanece
siempre vivo para interceder a nuestro favor”, “muestra la falta de fundamento
de la perspectiva individualista”.
“En resumen, Cristo es
Salvador porque ha asumido nuestra humanidad integral y vivió una vida humana
plena, en comunión con el Padre y con los hermanos. La salvación consiste en
incorporarnos a nosotros mismos en su vida, recibiendo su Espíritu”.
En el título 5 de la carta se
subraya que “el lugar donde recibimos la salvación traída por Jesús es la
Iglesia”. “Comprender esta mediación salvífica de la Iglesia es una ayuda
esencial para superar cualquier tendencia reduccionista”.
“La salvación que Dios nos
ofrece, de hecho, no se consigue sólo con las fuerzas individuales, como indica
el neo-pelagianismo, sino a través de las relaciones que surgen del Hijo de
Dios encarnado y que forman la comunión de la Iglesia”.
La Iglesia también desmonta
la mentira de la salvación puramente interior defendida por la visión
neo-gnóstica, ya que “nos introduce en las relaciones concretas que el mismo
Jesús vivió”.
“La fe confiesa, por el
contrario, que somos salvados por el bautismo, que nos da el carácter indeleble
de pertenencia a Cristo y a la Iglesia, del cual deriva la transformación de
nuestro modo concreto de vivir las relaciones con Dios, con los hombres y con
la creación”.
Finalmente, en el título
conclusivo de la carta, se insiste en que “la salvación del hombre se realizará
solamente cuando, después de haber conquistado al último enemigo, la muerte”.
Entonces, “participaremos plenamente en la gloria de Jesús resucitado, que
llevará a plenitud nuestra relación con Dios, con los hermanos y con toda la
creación”.
“La salvación integral del
alma y del cuerpo es el destino final al que Dios llama a todos los hombres”,
concluye.
Fuente: ACI
