En la séptima meditación
de los Ejercicios espirituales que imparte el sacerdote portugués José
Tolentino de Mendonça – en los que participa el Santo Padre y la Curia romana
en la localidad de Ariccia – el predicador abordó el tema de “Beber de la
propia sed”
Prosiguiendo
con sus reflexiones sobre “la ciencia de la sed”, por la mañana de la cuarta
jornada de Ejercicios el predicador comenzó diciendo que sobre Dios y sobre el
camino espiritual, “a nosotros los creyentes nos hace bien escuchar a los no
creyentes”, tal como él mismo puede testimoniarlo en primera persona, puesto
que a lo largo de los años le han enseñado mucho.
“La
fe no es un podio”, sino un camino. Es una de las afirmaciones del predicador
que dijo que “con gran facilidad nos convertimos en “custodios de lo sagrado,
en lugar de buscadores”. Y añadió: Nos comportamos “como administradores, en
lugar de considerarnos exploradores, que se interrogan y que están enamorados”.
Asimismo
aludió al carácter sedentario como enfermedad típica de nuestro siglo, en que
nuestros hábitos suelen estar cada vez más viciados por el confort de la vida
moderna, mientras se asiste a una grave disminución de la actividad física. Sí,
porque somos una “sociedad de gente detenida, encerrada en las diversas
cápsulas en las que se transcurre la vida cotidiana. De ahí la pregunta de si
el carácter sedentario no ha ido también a la vida espiritual y si la Iglesia
no ha perdido su fibra muscular, convirtiéndose en una Iglesia de oficina,
sumamente ocupada que no tiene tiempo para ponerse en marcha y en camino.
Beber en el propio pozo
En
otro punto de su predicación, el Padre Tolentino dijo que “debemos aprender a
beber de nuestra sed”. Es decir, tener la osadía de valorarla espiritualmente.
Y aludió al libro del teólogo Gustavo Gutiérrez titulado “Beber del propio
pozo”, en que presenta la espiritualidad como una aventura comunitaria, como el
caminar de un pueblo que procede siguiendo las huellas de Jesús, no en condiciones
históricas idealizadas, a salvo de las dificultades y los sufrimientos, sino a
través de la soledad, la fatiga y las amenazas del desierto, como el pueblo de
Dios en su éxodo hacia la Tierra Prometida.
Además
dijo que “la fe no resuelve nuestra sed”. Sino que con frecuencia la
intensifica y hasta la hace incluso más dramática. Y sin embargo – añadió – la
fe “nos ayuda a ver en la sed una forma de camino y de oración”.
La fuerza se manifiesta en
la debilidad
Tras
recordar que Santa Teresa de Jesús – que sabía conjugar muy bien la santidad
con el sentido del humor – afirmó que estamos llamados a vivir el don de Dios
hasta el final, en la fragilidad, en la debilidad, en la tentación y en la sed.
Y si bien las tentaciones existirán siempre, lo que cambia en un proceso de
maduración humana y espiritual, es nuestro modo de acogerlas, la sabiduría para
interpretarlas y la libertad interior que desmiente los determinismos.
Una
existencia atacada por la sed
Por
otra parte, avanzando en su meditación, el predicador afirmó que “el sueño de
la perfección puede ser un camino que nos mantiene en la superficie y que nos
impide acceder a la autenticidad de la vida. “Jamás encontraremos la paz –
prosiguió diciendo – si escuchamos esa ceguera que nos sugiere que el conflicto
está superado. Sólo tendremos paz cuando seamos capaces de escuchar y de
abrazar la danza contradictoria que agita nuestra sangre... Es allí donde se
escuchan mejor los ecos de la victoria del Resucitado”.
Las tentaciones de Jesús:
de nuestra sed a la sed de Dios
En
este punto de su reflexión, el padre Tolentino invitó a dirigir la mirada hacia
Jesús y a imaginar las le voces contrastantes que habrá oído a lo largo de su
vida, las presiones que habrá advertido, el conflicto interior, los dilemas que
le esperaban, el peso insostenible de las expectativas de quien lo quería rey,
o taumaturgo, etc., hasta llegar a un “fácil mesías”. Y agregó que las tres
tentaciones de Jesús son emblemas de nuestra sed y, sobre todo, de la sed de
Dios que Él enciende en nosotros, revelándonos su imagen, su rostro.
Y entonces, ¿de qué
vivimos?
Llegado
a este punto el predicador se detuvo a considerar aquella respuesta de Jesús:
“Está escrito que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale
de la boca de Dios”. Y destacó que Jesús no sólo plantea el problema del pan o
de la materialidad de la vida, sino que nos lleva más lejos, desde el momento
en que nos obliga a confrontarnos con lo que nos hace vivir, puesto que
precisamente, no vivimos sólo de pan...
Jesús
– prosiguió – nos pone ante una pregunta ineludible, dejándola abierta para que
nos contemplemos en ella como ante un espejo: “¿De qué tenemos sed, y qué es lo
que sacia verdaderamente nuestra sed?”. De manera que Jesús “relanza la
cuestión de fondo del ser humano”, cuestión que no se reduce a la lucha por la
supervivencia, ni se explica solamente con ella, porque “el ser humano es más”.
Y la vida está llamada a ser más.
Si
nuestro pan será más que pan, si se dejará atravesar por la palabra que sale de
la boca de Dios, ganará un poder que el sencillo pan no posee y podrá convertirse
en comida para muchos tipos de hambre. De ahí las preguntas: “¿De qué vivimos?;
¿Cuál es nuestra verdadera hambre, nuestra verdadera sed?; ¿Dónde termina y a
dónde conduce?”.
Amar a Dios por lo que nos
quita
Para
creer – dijo el predicador tras aludir a la segunda tentación de Jesús –
queremos ver satisfecha nuestra sed. Y Jesús nos enseña a entregar, como
oración, el silencio, el abandono y la sed. A la vez que nosotros queremos amar
a Dios por lo que nos da. Pero de a poco aprendemos que este modo de ver es un
lugar de tentación. De hecho, la Madre Teresa de Calcuta decía: “Quiero
amar a Dios por aquello que me quita”.
¿Qué ha hecho de mí el
poder?
Después
de referirse a la tercera tentación de Jesús, el Padre Tolentino afirmó que el
cristiano debe preguntarse siempre, no sólo “¿qué hago con el poder que tengo o
con el que me ha sido encomendado?”, sino también: “¿Qué ha hecho de mí el
poder?”. Sí, porque es un riesgo enorme, cuando la tentación del poder nos
aleja del misterio de la Cruz. Cuando deja de ser claramente un servicio a los
hermanos y se convierte en delirio de auto-afirmación y de
auto-referencialidad. Y a no olvidarnos de que Jesús se negó categóricamente a
arrodillarse ante Satanás, sino que voluntariamente se arrodilló ante los discípulos
para lavarles los pies. Y concluyó diciendo: “No somos patrones, somos
pastores”.
María
Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano
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