En la cuarta jornada de
los Ejercicios Espirituales para el Papa y la Curia romana, el predicador
portugués, José Tolentino de Mendonça en la sexta meditación afrontó el tema:
“Las lágrimas narran una sed”
“El Evangelio de Lucas es aquel que mayormente
custodia la memoria de las mujeres… ¡Cuántas mujeres! Esta lista femenina de
figuras que atraviesan el Evangelio podría naturalmente ser observada de manera
diversa, pero una cosa es cierta, no podemos ignorarla”, con estas palabras el
predicador portugués, José Tolentino de Mendonça, introdujo la sexta meditación
de los Ejercicios Espirituales para el Papa y la Curia romana, la mañana del
miércoles 21 de febrero, en la Casa “Divino Maestro”, de la localidad romana de
Ariccia.
Las mujeres nos abren el
Evangelio
Las
mujeres, dijo el Predicador, no están ausentes en los Evangelios, es un hecho,
pero es necesario que aprendamos a apreciar mejor su presencia, porque en ellas
podemos captar un estilo singular de búsqueda de Jesús y de un discipulado
genuino. “Las mujeres del Evangelio – precisa el P. Tolentino – se expresan
preferiblemente con gestos. Su fe busca la consolación de ser tocada (sensible,
emotiva, abierta), en vez que la abstracción. Se empeñan en el servicio escondido,
donde el bien del otro es colocado en primer lugar, más que en las
preocupaciones de poseer el liderazgo o de estar siempre un paso adelante”.
Es
curioso, afirma el sacerdote portugués, como el evangelista Lucas usa una
fórmula en el capítulo 8, para describir a las mujeres que seguían a Jesús. Las
mujeres “estaban con” Jesús (8,1-3), usa el mismo término que usa para
describir a los 12 apóstoles. Pero el texto, agrega el Predicador, especifica
una cosa que sólo se refería a las mujeres, es decir, “servían”. Y en la
gramática de Jesús no existe un verbo más noble ni más religioso que este,
“servir”. Y esta es la lección central de la enseñanza de Jesús, servir, y de
ellas, las mujeres, no escucharemos grandes preguntas o comentarios; no vemos a
ninguna de ellas preguntar a Jesús: ¿Señor son pocos aquellos que se salvan?
(Lc13, 23) ¿Maestro, que debo hacer para heredar la vida eterna? (Lc 10, 25).
“En
la mujer, existe una densidad existencial, un sabor de la cotidianeidad, que
perfuma la fe; existe una sensibilidad que envuelve el todo de la vida, incluso
cuando esta es minúscula y frágil”
Una especie de sed
Curiosamente,
afirma el P. Tolentino, uno de los elementos que une a los varios personajes
femeninos en Lucas, son las lágrimas. La viuda de Naín, la pecadora, las
mujeres de Jerusalén… Las lágrimas, afirma el Predicador, expresan el exceso de
algo: emociones, conflictos, alegrías, soledad, heridas. “Somos muchas veces
arrastrados por nuestras mismas lágrimas – señala – lloramos incluso sin
quererlo. Pero las lágrimas dicen que Dios se encarna en nuestras vidas, en
nuestros fracasos, en nuestros encuentros”.
Sabemos
muy poco de este misterioso país que son nuestras lágrimas, subraya el P.
Tolentino, a pesar de ser un evento no verbal, no por esto las lágrimas no son
un lenguaje, un grito fuerte a pesar de ser silencioso, una especia de sed que
viene declarada y se revela, se expone. “Las mujeres de los Evangelios – agrega
– conceden el derecho de la ciudadanía a las lágrimas, mostrando cuanto sea
grande la importancia de este signo”. Porque las lágrimas son también la zona
visible, transparente y viva de nuestros deseos; fluyen desde dentro de nuestro
cuerpo, pero expresan la más recóndita e intensa interioridad. Ya que en los
humanos, recuerda el Predicador, el llanto es siempre una forma de relación.
“Pensemos
en nuestras lágrimas – invita el P. Tolentino – a las primeras que hemos
derramado y a las ultimas, a las más recientes. Nuestra biografía puede ser
narrada también a través de las lágrimas: de alegría, de fiesta, de emoción, y
también de noche oscura, de sufrimiento, de abandono, de arrepentimiento y de
constricción”. El dolor de aquellas lágrimas, afirma el Predicador, Dios las
conoce todas y las acoge como una oración. Tengamos confianza en Él, no las
escondamos a Él.
Las lágrimas de la mujer
anónima
En
el Evangelio de Lucas, 7, 36-50 vemos una mujer llorar, señala el P. Tolentino,
y que nos enseña a llorar. Se trata de la escena de la comida en la casa de un
fariseo, donde aparece la figura de una mujer como una intrusa, va a esa casa
sólo porque Jesús está ahí. “La mujer – puntualiza el P. Tolentino – es un
personaje que va a seguir a Jesús, como una discípula anónima, discípula de
Jesús in pectore, como lo son tantos de nuestros contemporáneos”.
En
ese escenario, la mujer anónima presenta su propia historia y lo hace como
puede: con su llanto prolongado, los cabellos sueltos y arrastrándolos sobre el
piso de la casa, en una coreografía humilde y silenciosa, con besos y perfumes
que ninguno había pensado ofrecer a Jesús. “No es un espectáculo agradable –
señala el Predicador – pero la calidad afectiva de su gesto es testimoniado por
el territorio simbólico en el cual se mueve, a los pies de Jesús, como una
sierva”. Es esto lo que sorprende del relato, afirma el P. Tolentino, la mujer
intrusa y silenciosa que narra su historia con las lágrimas. “Existen muchas
maneras de llorar, que revelan no solamente la intensidad de nuestro dolor,
sino también la naturaleza de nuestra sensibilidad. Porque cuando lloramos –
agrega – incluso en la más íntima soledad, en realidad nos esforzamos para que
alguien lo vea. Es la sed del otro lo que nos hace llorar”.
“En
estas ocasiones, las lágrimas son una súplica a una presencia capaz de acoger
nuestra confianza sin palabras y abrazar nuestra vida, sin juicios y por
completo”
¿Ves a esta mujer?
Sabemos
que los fariseos representaban en el judaísmo común, no sólo el devoto celo por
Dios y por la Ley, recuerda el P. Tolentino, sino también la obediente
observancia de los mandamientos en la vida diaria. Por ello, para los fariseos
mantener la pureza ritual en ciertas circunstancias era fundamental. Es por
esto que la presencia de la intrusa y su llanto los llevaron a exclamar: ¿ves a
esta mujer? Muchas veces tomamos fácilmente una distancia crítica de la
religiosidad popular, donde se expresa también con abundancia de lágrimas,
afectividad o necesidad de tocar. Contrariamente, Jesús dirige la pregunta a
los comensales: ¿Ves a esta mujer? Y la presenta como la verdadera discípula,
que ha hecho lo que los otros no hicieron con sus besos y su perfume, elementos
que evocan el agua, el aceite y el beso.
Renato Martínez – Ciudad
del Vaticano
Vatican News
