Para los creyentes “la sed
de agua viva es una sed de profundización de la fe”, es sed de “penetrar en el
misterio de Jesús”, es “sed del Espíritu”. Y para Jesús, “la sed es el deseo de
dar a todos estos dones”
En
la quinta meditación de los Ejercicios espirituales que imparte el sacerdote
portugués José Tolentino de Mendonça – en los que participa el Santo Padre y la
Curia romana en la localidad de Ariccia – el predicador abordó el tema de “La
sed de Jesús”
Prosiguiendo
con sus reflexiones sobre “la ciencia de la sed”, por la tarde de la tercera
jornada de Ejercicios el predicador comenzó recordando que Jesús, sabiendo que
ya todo se había cumplido, a fin de que la Escritura se cumpliera, dijo: “Tengo
sed”. Y puesto que allí había un vaso lleno de vinagre, le acercaron a la boca
una esponja. De manera que el Señor, tras haber tomado el vinagre dijo: “Se ha
cumplido”, e inclinando su cabeza entregó su espíritu, tal como relata el
Evangelio de Juan.
De
este relato el predicador destacó que es interesante notar que los Padres de la
Iglesia no valoraran tanto el inmediato sentido alegórico contenido en la
declaración de sed de Jesús, cuanto la interpretación prevalente como sed
corporal, puesto que estaban motivados a subrayar de modo especial el aspecto
físico y psicológico de los sufrimientos del Hijo de Dios. Y en este contexto,
consideraban que la sed era importante, sobre todo, como prueba de su
encarnación y como signo del realismo de su muerte.
Tras
hacer algunas disquisiciones sobre los diversos modos de pensar, el predicador
afirmó que cada época se identifica con una palabra o busca la gramática
precisa que mejor ilumine esto que nos hace pensar. Y es – agregó – muy
revelador también, que los lectores de hoy nos anclemos al tema de la sed de
Jesús relacionándolo con la escasez y el grito que habitan dentro de nosotros.
Para una hermenéutica de
la sed
En
el este segundo punto, el Padre Tolentino destacó que a lo largo del
Evangelio Juan emplea tres veces el verbo “dipsan”, que significa “tener sed”.
En efecto, lo propone en la escena con la mujer samaritana, donde Jesús le dice
“quien beba de esta agua tendrá de nuevo sed, per el que beba del agua que yo
le daré, ya no tendrá más sed; puesto que el agua que yo le daré será fuente de
agua para la vida eterna”. O cuando la mujer le pide: “Señor, dame de esta
agua, para que yo ya no tenga más sed y no siga viniendo aquí para tomar el
agua”; o cuando en la auto-declaración del pan de vida Jesús dice: “Yo soy el
pan de vida; quien viene a mí no tendrá hambre y quien cree en mí jamás tendrá
sed”.
La sed de la samaritana y
la sed de Jesús
En
este tercer punto de su meditación, el predicador destacó que en el encuentro
con la samaritana se produce un cambio de papeles que no debe pasar
inobservado. Sí, porque Jesús pide beber, pero es Él quien da de beber.
Naturalmente la samaritana no entiende inmediatamente las palabras del Señor
que le promete agua viva, pero está claro – dijo el Padre Tolentino –
que Jesús aludía a un sentido espiritual. Que su deseo apuntaba siempre “a otra
sed”, como Él mismo le explicó a la mujer: “Si tú conocieras el don de Dios y
quién es el que te dice ‘dame de beber’, tú se la habrías pedido a Él y Él te
habría dado el agua viva”.
El que tanga sed, que
venga a mí
En
este cuarto punto el predicador se refirió a “la sed de los creyentes” de la
que habla Jesús, es decir de “nuestra sed”. Y dijo que podemos concluir que la
sed de Jesús es sed de dar agua viva, la sed de conceder a la Iglesia el don
del agua viva. A la vez que para los creyentes – dijo – “la sed de agua viva es
una sed de profundización de la fe”, es sed de “penetrar en el misterio de
Jesús”, es “sed del Espíritu”. Y para Jesús, “la sed es el deseo de dar a todos
estos dones”.
La sed de Jesús revela la
sed humana
En
el quinto punto de su predicación, el Padre Tolentino se preguntó:
“¿Por qué Jesús dice a la Iglesia que tiene sed?” Y explicó que esta sed de
Jesús en la cruz tiene una dimensión reveladora, que nos permite comprender la
elección que alberga en el corazón humano y nos dispone a servirla, puesto que
la sed de Jesús “ilumina y responde a la sed de Dios, a la carencia de sentido
y de verdad, al deseo que subsiste en cada ser humano de ser salvado, incluso
si se trata de un deseo oculto o sepultado bajo los detritos existenciales”.
Por esta razón aquella palabra de Jesús – “¡Tengo sed!” – constituye una
efectiva serie de deberes para la Iglesia de todos los tiempos, y de modo
especial para los nuestros.
Acoger al Espíritu, don de
la sed
En
este último punto de su meditación vespertina el predicador afirmó que el
Espíritu sigue haciéndonos oír la voz de Jesús que dice: “¡Tengo sed!”. Sí,
porque es el Espíritu de la Verdad, el Consolador, el Re-creador, Aquel que
dentro de nosotros defiende la Buena Nueva liberadora y resplandeciente del
Evangelio.
Y
destacó que el Espíritu activa en nosotros la capacidad de creer, de esperar y
de seguir siendo fieles al Amor mismo. Porque cada cristiano – dijo al concluir
– es una consecuencia del Espíritu Santo. Y nosotros profesamos el símbolo de
nuestra fe porque el Espíritu Santo está en nosotros.
De
ahí la necesidad de redescubrir al Espíritu Santo; puesto que sin Él la Iglesia
es sólo memoria, mientras es el Espíritu el que dice “el cristianismo es
también presente y futuro. Y hoy nosotros estamos llamados a vivir con alegría
también el sufrimiento, la persecución, la enfermedad, el luto y la muerte.
Estamos llamados a vivir en la esperanza toda situación de la vida, “porque el
Espíritu Santo, la fuerza de Dios, el viento, el soplo, el aliento, el respiro,
está en nosotros, que no hemos perdido el principio vital”.
María
Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano
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