El Padre Tolentino predicó ayer mañana la cuarta meditación de los Ejercicios Espirituales del Papa y los
miembros de la Curia Romana, en la casa Divino Maestro, en Ariccia
La sed de nada que nos enferma
“Lo opuesto a la sed es a veces, en nuestra vida, la
acedia, esta “sed de nada” que nos invade, más o menos imperceptiblemente, y
nos hace enfermar”; con estas palabras inicia la cuarta meditación del padre
Tolentino, encargado de guiar los Ejercicios Espirituales de Cuaresma que están
realizando esta semana el Papa Francisco y algunos miembros de la Curia Romana,
citando un fragmento escrito por el filósofo Søren Kierkegaard en su famoso Diario
donde describe con cierto detalles una situación parecida.
“Extraña inquietud que a menudo me agarra. Es decir,
me parece que la vida que vivo no es la mía, sino que corresponde punto por
punto a la de otra persona, sin que yo pueda hacer nada por evitarlo. No tengo
ganas de nada. No tengo ganas de caminar, eso me cansa; no quiere recostarme
porque debería estar un largo tiempo tumbado y eso no me va; tampoco levantarme
de inmediato me agrada. No quiero cabalgar, es un ejercicio demasiado duro para
mi apatía”.
“Lo opuesto a la sed es a veces, en nuestra vida, la
acedia, esta sed de nada que nos invade, más o menos imperceptiblemente, y nos
hace enfermar”
“Y es justamente así: ya no tenemos más ganas de nada,
miramos la vida sin color, sin sabor, con esta sed de nada que acaba
enfermándonos”, explica el padre Tolentino señalando que no es la sed en sí
misma la que nos hace “morir en vida”, sino que precisamente esta sed es la que
nos enseña el arte de buscar, de aprender, de colaborar... la pasión de servir”.
El riesgo de
abandonarse en uno mismo
El peligro reside por tanto, en dejarse ahogar por esa
“sed de nada” que deriva en indiferencia, en apatía, en la falta de interés por
los demás y en el encierro en uno mismo.
Un riesgo que afecta a todos, tanto de manera
individual como de manera colectiva, cuando hablamos por ejemplo de la Iglesia
como Institución, como familia y comunidad, que también puede dejarse arrastrar
a la deriva por este “deseo de nada”.
“El peligro reside por tanto, en dejarse ahogar por
esa sed de nada que deriva en indiferencia, en apatía, en la falta de interés
por los demás y en el encierro en uno mismo”
Esa “psicología de la tumba” de la que habla Evangelii
gaudium cuando advierte sobre los peligros de que los cristianos, poco
a poco, se conviertan en momias de museo: desilusionados con la realidad, con
la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una
tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como «el más
pre-ciado de los elixires del demonio».
La anatomía de
la tristeza
Por otra parte, uno de los sinónimos de acedia,
entendida como “apatía del alma”, es la tristeza. Y en este sentido tenemos que
reconocer que, a menudo nuestra tristeza, es la misma que la de aquel joven
rico, que aun habiendo sido llamado por Jesús, no lo sigue.
En tres ocasiones encontramos en los textos
evangélicos esa narración, (Mt 19, 16-22; Mc 10,
17-22; Lc 18, 18-23) y asistimos al “colapso del deseo” en el
joven que antes, se había arrodillado delante de Jesús llamándolo “Maestro
Bueno”, pero que al final no lo sigue.
“Uno de los sinónimos de acedia, entendida como apatía
del alma, es la tristeza. Y en este sentido tenemos que reconocer que, a menudo
nuestra tristeza, es la misma que la de aquel joven rico que aun habiendo sido
llamado por Jesús, no lo sigue.”
Todo parece indicar que tenía una sed grande y sincera
de Jesús, y cumplía con los mandamientos desde su juventud, no obstante, en la
hora decisiva prefirió la seguridad y la protección de aquello que consideraba
que eran sus bienes, en lugar de lanzarse a la aventura abierta de vivir en
confianza con el Señor, con esa disponibilidad que una relación de tal magnitud
exige por parte de nosotros.
“Por tanto, no es raro que nuestra tristeza provenga
precisamente de esta incapacidad de entregarnos al Señor”, añade el padre
Tolentino.
La debilitación
del deseo que marca el alma
Y en este sentido, el fragmento 82 de la Exhortación
apostólica Evangelii gaudium nos puede ayudar a realizar un examen de
conciencia oportuno sobre esa debilitación del deseo que no raramente nos
caracteriza.
“No es raro que nuestra tristeza provenga precisamente
de esta incapacidad de entregarnos al Señor”
Dice el Papa Francisco: “El problema no es siempre el
exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin las
motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga
deseable.
De ahí que las tareas cansen más de lo razonable, y a
veces enfermen. No se trata de un cansancio feliz, sino tenso, pesado,
insatisfecho y, en definitiva, no aceptado. Esta acedia pastoral puede tener
diversos orígenes. Algunos caen en ella por sostener proyectos irrealizables y
no vivir con ganas lo que buenamente podrían hacer. Otros, por no aceptar la
costosa evolución de los procesos y querer que todo caiga del cielo. Otros caen
en la acedia por no saber esperar y querer dominar el ritmo de la vida. El
inmediatismo ansioso de estos tiempos hace que los agentes pastorales no
toleren fácilmente lo que signifique alguna contradicción, un aparente fracaso,
una crítica, una cruz.”
Aprendan de mí
El mejor remedio para luchar contra esa acedia, esa
tristeza, esa indiferencia y apatía del alma, nos lo ofrece Jesús mismo, quien
nos invita a vivir en comunión con Él, no sólo cultivando un vínculo
intelectual sino configurándonos en su Pasión, viviendo el estilo de vida según
el suyo.
En su Palabra encontramos todo lo que nuestra alma
necesita para encontrar sentido y esperanza; ya que muchas veces la razón de
nuestra desesperación, nuestras caídas y nuestro cansancio es precisamente
nuestra necesidad de buscar refugio en Dios para poder superar todo esto.
“El mejor remedio para luchar contra esa acedia, esa
tristeza, esa indiferencia y apatía del alma, nos lo ofrece Jesús mismo, quien
nos invita a vivir en comunión con Él”
Y es eso lo que Jesús nos propone cuando dice: “Vengan
a mí todos los que estén cansados y agobiados y yo les daré descanso.
Tomen mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallarán
descanso para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera». (Mt 11,
28-30).
Sofía Lobos - Ciudad del Vaticano
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