"De las
tinieblas a la luz porque creo en la misericordia". Álvaro Nandwani Aragoneses ha dado su experiencia de cómo Dios le sacó
del mundo de las drogas
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Álvaro Nandwani, el tercero por la izquierda |
«Tengo
26 años y soy de Tenerife. Tuve un pasado en la oscuridad, porque conocí el
mundo de las discotecas y de la droga, y gracias a la comunidad del Cenáculo
pude salir de todo eso. Hoy estoy superbién y supercontento.
Me
da mucha alegría testimoniar que es posible salir no solo de la droga, sino
también de la tristeza y de los problemas. Dios fue mi medicina»: la voz al
otro lado del teléfono es la de un joven alegre y con ganas de vivir, contento
y agradecido. Pero no siempre fue así…
Álvaro
Nandwani Aragoneses procede de una familia en la que le ofrecieron «una gran
educación religiosa. En mi casa nunca han faltado la fe ni la oración, pero
llegó un momento en que comencé a rezar mecánicamente, a ir a Misa por
obligación, a perder el interés…», y eso le llevó a un malestar mucho más
profundo: «No quería depender de nadie, por mi orgullo y por querer vivir por
mí mismo, por mis fuerzas. Jesús, en el fondo, tenía que existir, pensaba, pero
en realidad no era nadie para mí.
Nunca
quise admitir que dependía de Dios. Es más, estaba enfadado con Él, porque le
hacía el culpable de mis problemas. Por mi educación religiosa me sentía raro
ante los demás, empecé a tener las típicas heridas de no aceptarme, los típicos
complejos, y le hice responsable de lo que sufría».
De
ahí que empezara a frecuentar otras amistades y otros mundos, y Álvaro empezó a
meterse de lleno en el mundo de la noche: «Me he dado cuenta de que no era
simplemente por buscar la diversión, sino que lo que quería era llenar tanto
vacío en mi corazón y esconder tantas heridas».
A
esas alturas, Álvaro ya había dejado de creer y de rezar, y llevaba una doble
vida: de día en casa salvaba la cara, mientras que la noche le atraía como un
torbellino. «Depende de con quién estaba me ponía una máscara u otra, pero
llegó un momento en que lo dejé todo.
Toqué
el mundo de las drogas, del dinero fácil, de la noche, y eso parecía que me
hacía feliz. Yo siempre quise vivir como en una película americana, como el
típico guaperas con dinero, chicas y cochazo. Y busqué todo eso por la vía
rápida. Empecé a tener contactos peligrosos que te forman en el mundo del mal.
Lo tenía todo fácilmente, sin sudar. Y así es superfácil engancharse».
Aguantó
así varios años «hasta que no pude más. Poco a poco fui cayendo más profundo.
Los dos últimos años me daba igual todo, llegué tener problemas judiciales
graves. Hoy lo pienso y digo: “¿cómo estaba así de loco?” Me parece una
película, estaba enfermo a nivel espiritual, con el alma completamente sucia. Y
el mal casi no me dejaba escuchar la voz de la conciencia».
Llegó
un momento en que le pillaron robando una moto, y fue entonces cuando aceptó la
sugerencia de su madre de entrar en una comunidad del Cenáculo en Barcelona:
«No sabía dónde iba, es una comunidad de vida muy dura, pero el Señor te va
dando fuerzas para caminar. A los seis meses vino a vermemi madre, y al verla
me di cuenta de cómo había dado su vida por mí. Yo nunca había llorado y entonces
lloré, y pensé que no le podía dar más disgustos, y estuve seis meses más allí
por ella».
Luego
los responsables de la comunidad le enviaron a una casa en Italia, luego a
Lourdes, y hoy ya está fuera de la comunidad, compartiendo piso con dos
exmiembros del Cenáculo en Torrelodones, al norte de Madrid, muy vinculado a la
parroquia de San Ignacio de Loyola. La vida fuera es dura: «Yo en el Cenáculo
me levantaba a las seis de la mañana con una sonrisa; es fácil en la comunidad
vivir la verdad, pero luego tienes que ir al mundo y vivir lo que has
aprendido».
Hoy
está buscando trabajo y «echo de menos el ambiente ese de rezar y de
disciplina. Querría volver pero me toca luchar. Y lo estoy consiguiendo. La
comunidad no te hace santo, pero te sana y te da las herramientas. Me he dado
cuenta de que si uno deja la oración, recae; a lo mejor no en las drogas, sino
al vacío del corazón que te llevó a las drogas».
Hoy,
ese Dios que de pequeño llegó a no ser nadie para él, «se ha convertido en un
Padre. Dependo de Él y sé que a Él le interesa lo que yo estoy viviendo. Lo
siento cerca; cuando estoy inquieto siento como mi ángel de la guarda me dice:
“Álvaro reza, ponlo todo en manos de Dios”. Sé que si no estoy con Él, no voy a
estar bien. Antes tenía otras dependencias, ahora dependo de Él».
Juan Luis Vázquez
Díaz-Mayordomo
Fuente: Alfa y Omega