Eso es lo que necesito
siempre. Una estrella en medio de la noche que me ayude a tomar decisiones
La epifanía es la
manifestación de Dios en medio de los hombres. En la llegada de
los reyes a adorar al Niño en Belén se manifiesta el poder de Dios ante todos
los pueblos de la tierra representados en estos sabios.
Es la primera
epifanía: Unos magos de Oriente se
presentaron en Jerusalén preguntando: – ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha
nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Los
reyes lo han dejado todo para adorar a Jesús. Siguen una estrella. Sueñan con
lo imposible.
Me
gusta la imagen de la estrella. Me hace mirar al cielo. En medio de la noche la
estrella brilla y me da luz. Me asombro. Sé que durante el día no podré seguir
las estrellas. No las veo. En medio de mi noche también me cuesta a veces ver
el camino correcto. Necesito una luz que ilumine mis sendas.
El
Cardenal Van Thuan, en su encarcelamiento, vivía angustiado por no poder cuidar
a las personas a él confiadas. Sentía que estaba fallando a su misión. Se
sentía responsable de muchos. Había tantas cosas por hacer.
Un
día, en medio de su falta de paz, recibió una luz de Dios que le permitió mirar
la vida de otra manera: Si Dios
quiere que tú dejes todas estas obras poniéndote en sus manos, hazlo
inmediatamente y ten confianza en Él. Él confiará tus obras a otros, que son
mucho más capaces que tú. Tú has escogido a Dios, y no sus obras. Esta luz me
dio una nueva fuerza, que ha cambiado totalmente mi manera de pensar y me ha
ayudado a superar momentos que físicamente parecían imposibles de soportar.
Desde aquel momento, una nueva paz llenó mi corazón y me acompañó durante trece
años de prisión. Sentía la debilidad humana, pero renovaba esta decisión frente
a las situaciones difíciles, y nunca me faltó la paz. Escoger a Dios y no las
obras de Dios.
Esa
luz de Dios llenó de esperanza su celda. Dejó de elegir las obras de Dios.
Eligió a Dios. Esa luz nueva le permitió mirar de otra manera el presente, su
cárcel. Ya no era tan importante hacer cosas. Esas cosas las podrían hacer
otros. Él había elegido a Dios. También en medio de su oscuridad.
Pienso
en la oscuridad en la que viven tantos hombres. Una oscuridad que a mí también
me turba. Vivo angustiado por las obras de Dios. Preocupado, inquieto. Voy con
prisas buscando paz sin encontrarla. Necesito una estrella como esos magos de
Oriente que calme mis deseos.
Decía
el P. Kentenich: El Espíritu quita
ese velo y nos hace avizorar las cosas con una nueva luz. Ya no nos interesará
lo que le interesa al mundo; las realidades mundanas nos serán como hierba
seca. No despreciaremos las cosas creadas en sí mismas, pero, y esto es lo
importante, tampoco las sobrevaloraremos. Antes bien, las amaremos en Dios y a
causa de Dios.
La
luz del Espíritu me quita el velo. Puedo ver la luz de Dios en las cosas del
mundo. Puedo ver con claridad lo que quiere de mí en cada momento. Eso es lo que necesito siempre. Una
estrella en medio de la noche que me ayude a tomar decisiones. Esa luz de
Dios que señale mi camino.
Los
hombres a veces pueden confundirme: Entonces
Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que
había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: – Id y averiguad
cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo
también a adorarlo.
Las
voces del mundo que pretende algo de mí. Me da miedo que me engañen. Me asusta
defraudar a las personas tomando decisiones incorrectas. ¿Será esto lo que
quiere Dios de mí? Busco una estrella que confirme mis pasos. Busco luces que
me marquen el camino.
Los
magos lo dejaron todo por seguir a Dios. Encontraron una luz. Esperaban algo
esa noche de Navidad. Eran los que esperaban. Porque José y María no sabían
cómo sería todo esa noche. No encontraban posada. Sólo un establo.
Tampoco
los pastores sabían nada. Ellos fueron sorprendidos por los ángeles. Sólo los
reyes esperaban algo y por eso venían cargados de regalos. Llevaban oro,
incienso y mirra. El oro propio de la realeza. El incienso de la divinidad. La
mirra expresión de su humanidad. Era hombre, era rey, era Dios.
Era
un niño envuelto en pañales que traía la paz. Oculto en la carne humana.
Escondido en un simple establo. En medio de la luz de la estrella, no
desaparece el mal. No desaparece la muerte. Ese niño príncipe de la paz no
acaba con el dolor para siempre. Sigue existiendo el odio a su alrededor.
En
ese rey Herodes que teme por su reinado. Y se protege con rabia matando niños.
Quiere acabar con los peligros que cuestionan su poder. ¡Cuánta vanidad hay en
el corazón humano! La luz brilla en las tinieblas, en el pecado, en el mal.
Siempre será así. El trigo crece junto a la cizaña. El bien que hacemos es una
hoguera en medio de la noche. El mal está presente en medio de tanta luz que
trae Jesús al nacer.
El
poder de Dios se manifiesta en la epifanía. Lo adoran, sin entender demasiado.
Nadie sabe cómo será su reinado. Parece todo imposible. Un niño pobre. Una
locura. Nada es imposible para Dios.
El
corazón humano busca la seguridad del poder. Cuesta ver el poder de Dios
envuelto en pañales. La indefensión me confunde. Es imposible que unos
padres indefensos protejan a Dios. José, María y el niño huirán a Egipto. No
podrán enfrentar a los poderosos. Los evitan.
Los
mismos magos volverán por otro camino para no tener que desvelar a Dios oculto,
para no enfrentar el odio. Pasa esa noche de luz y el hombre seguirá
confundido. No se manifiesta de forma definitiva y para todos.
No
está todo claro. No todo es evidente. Esto siempre me conmueve. Yo mismo no lo
veo. No lo descubro. No se me desvela cuánto me ama Dios. Permanece oculto a
mis ojos en medio de la noche. No consigo que se desvele todo su poder. Creo en
un Dios oculto. En un Dios que se manifiesta en mi vida. Se hace visible para
que no dude.
Hoy
escucho: ¡Levántate, brilla,
Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!». Brilla
la luz. Pero sé que a veces volverá a ocultarse para que aprenda a caminar
en medio de los claroscuros de la vida. En medio de las sombras, tanteando.
Es
verdad que tengo estrellas que de vez en cuando iluminan el lugar, la dirección
y la manera de actuar. Esas estrellas no son muchas. Pero las necesito. Son
palabras. Corazones. Miradas. Que me ayudan a decidir. En mi noche brillan como una luz. En mis
sombras confío en Emmanuel, ese Dios que va conmigo.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia