Sean firmes en la fe, y
custodien la fe recibida de sus antepasados, y transmítanla a los hijos
La
valentía de las mujeres ucranianas, que dedican su tiempo al oficio del cuidado
de los niños y ancianos en Italia, muchas veces en situaciones de dificultad y
sin reconocimiento, fue uno de los puntos abordados por el Papa en su discurso
durante la Visita a la Basílica de Santa Sofía.
A
distancia de treinta y cuatro años, la Comunidad greco católica ucraniana de
Roma recibió una visita por parte de un pontífice, en la tarde del 28 de enero.
Se trató de la segunda, tras aquella del 17 de octubre de 1984, cuando Juan
Pablo II se dirigiera a la Iglesia de Santa Sofía para celebrar la Santa Misa
en sufragio del cardenal Josyf Slipyk, fundador de dicha Basílica. Aceptando la
invitación de Su Beatitud Sviatoslav Shevchuk, arzobispo mayor de Kiev, el Papa
visitó la Comunidad greco-católica ucraniana en la Basílica de Santa Sofía,
situada en la periferia oeste de la capital romana.
“Gracias
por su invitación, por su presencia, por su alegría y su acogida. Vine a rezar
y a visitarlos, y los invito antes de entrar a hacer una oración por la paz en
Ucrania”, dijo el Papa en el atrio de la Basílica, en donde fue acogido por una
numerosísima comunidad ucraniana, con calor y alegría. A su ingreso
saludó a un grupo de niños que lo esperaban con flores, algunos de ellos
enfermos.
Tras
las palabras de Su Beatitud Svjatoslav Ševčuk, el Romano Pontífice inició su
discurso expresando, ante todo, su alegría por este encuentro, agradeciéndoles
nuevamente por la acogida y también por la fidelidad que siempre manifestaron
“a Dios y al Sucesor de Pedro”, la cual, expresó, no pocas veces “fue pagada a
caro precio”.
Tres figuras reflejo de la
amorosa mirada de Dios
En
la primera parte de su discurso el Obispo de Roma hizo memoria agradecida de
tres figuras. La primera figura de ellas fue la del Cardenal Slipyj,
quien construyera la luminosa Basílica, para que, tal como dijo el Papa,
“esplendiese como un signo profético de libertad en los años en que se impedía
el acceso a muchos lugares de culto”. Con los sufrimientos padecidos y
ofrecidos al Señor, “ayudó a construir otro templo aún más grande y más bello:
el edificio de piedras vivas que ustedes son” agregó Francisco.
La
segunda figura fue la del Obispo Chmil, cuyos restos descansan en la
basílica y a cuya tumba el Sucesor de Pedro rindió luego homenaje. “Una persona
que me hizo tanto bien”, afirmó, y recordó cuando de joven, siendo monaguillo
tres veces por semana, aprendiera de él el servicio en la Misa, la belleza de
su liturgia, de sus historias, y el testimonio vivo de cuánto la fe haya sido
afectada y forjada en medio de las terribles persecuciones ateas del siglo
pasado.
La
tercera persona que el Romano Pontífice trajo a la memoria fue la del Cardenal
Husar, quien fuera, dijo, no sólo “padre y líder de su Iglesia”, sino también
“guía y hermano mayor de muchos”. Muchos conservarán para siempre el afecto, la
gentileza, la presencia vigilante y orante hasta el final, afirmó.
La parroquia viva, lugar
de encuentro con Cristo Viviente
Prosiguiendo
con su discurso, Su Santidad tomó la línea del programa pastoral de la
comunidad, «la parroquia viva es el encuentro con Cristo Viviente», de la cual
subrayó dos palabras.
“La
primera es encuentro”, dijo. “La Iglesia es encuentro. Es el lugar
donde sanar la soledad, donde vencer la tentación de aislarse y encerrarse, de
donde sacar fuerzas para superar el doblegarse sobre sí mismo”. “La segunda
palabra es viviente. Jesús es el viviente, resucitó y está vivo - remarcó -, y
así lo encontramos en la Iglesia, en la Liturgia, en la Palabra. Cada una de
sus comunidades, entonces, sólo puede perfumar de vida”.
Las mujeres ucranianas:
apóstoles de caridad y fe en Italia
Sucesivamente
Francisco hizo presente la caridad y la fe de las mujeres ucranianas, muchas de
las cuales trabajan cuidando ancianos y niños. A ellas el Papa dirigió un
pensamiento especial y agradecido, invitándolas a considerar su trabajo,
“agotador y a menudo insatisfactorio”, no sólo como un oficio, sino como una
misión. “Ustedes son valiosas y llevan a muchas familias italianas el anuncio
de Dios de la mejor manera, cuando con su servicio cuidan a las personas a
través de una presencia atenta y no invasiva”, les dijo, y las alentó a llevar
el consuelo y la ternura de Dios a quienes en la vida se disponen a prepararse
para el encuentro con Él.
«Que callen las armas en
Ucrania»
En
la conclusión de su discurso, el Santo Padre manifestó su profunda cercanía al
pueblo de Ucrania: “Estoy aquí para decirles que estoy cerca de ustedes: cerca
con el corazón, cerca con la oración, cerca cuando celebro la Eucaristía. Allí
le pido al Príncipe de la Paz para que callen las armas. También le pido que ya
no tengan necesidad de realizar sacrificios enormes para mantener a sus seres
queridos. Rezo para que la esperanza nunca se extinga en los corazones de cada
uno, sino para que se renueve el coraje de ir hacia adelante, de recomenzar
siempre”.
Y
por último reveló un bello secreto: “Quisiera también decirles un secreto. En
la noche antes de dormir y a la mañana cuando me levanto, siempre me encuentro
con los ucranianos. ¿Y por qué? Porque cuando vuestro arzobispo mayor vino a la
Argentina, yo pensaba que era el monaguillo, pero ¡era el arzobispo! Hizo un
buen trabajo en Argentina. Nos encontrábamos a menudo. Una vez fue al Sínodo,
vino a despedirse y me regaló un ícono bellísimo de la Virgen de la Ternura. En
Buenos aires, la llevé a mi habitación y la saludaba cada mañana y noche. Luego
me tocó a venir a Roma, y no pude regresar. Entonces me hice traer el breviario
y las cosas esenciales, entre ellas, la Virgen de la Ternura. Cada noche antes
de ir a la cama beso a la Virgen de la Ternura y también a la mañana. Así se
puede decir que inicio la mañana y la termino, en ucranio”.
A
la salida de la Basílica, donde lo esperaba la numerosa comunidad ucraniana, el
Papa nuevamente les dirigió sus palabras: “Gracias por su perseverancia en la
fe. Sean firmes en la fe, y custodien la fe recibida de vuestros antepasados, y
transmítanla a los hijos. Es el don más bello que un pueblo puede dar a los
hijos: la fe recibida”.
Griselda
Mutual – Ciudad del Vaticano
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