Que cada elemento del pesebre nos ayude a tener a Cristo como el centro de nuestra vida, así como la mula y el buey no dejan de contemplarlo, de darle calor, de estarle cercano
Dominio público |
El Papa Benedicto, en su
libro “Infancia de Jesús” lo dice magistralmente: “A los ojos de la fe, la mula
y el buey revelan el cumplimiento de las profecías en Cristo,
porque son una alusión a una frase del profeta Isaías:
“El buey conoce a su señor
y el asno, el pesebre de su dueño;
¡pero Israel no conoce,
mi pueblo no entiende!”.
y el asno, el pesebre de su dueño;
¡pero Israel no conoce,
mi pueblo no entiende!”.
(Is 1,3)
Estos dos animales que
hasta parece están por accidente, nos dejan 5 grandes enseñanzas:
1. En Cristo, se ha cumplido el plan de Dios para el ser
humano. Los milagros, patriarcas, profetas, jueces, sabios y reyes del Antiguo
Testamento miraban hacia él. Los dos animales, sin saber hablar, explican,
humildemente, por qué este año es el 2017 después de Cristo y no el
año 2766 ab urbe condita, desde la fundación de Roma. La historia
del hombre no es una línea infinita, con un principio oscuro y sin fin, sino
que tiene su eje en el nacimiento de Jesucristo. Desde entonces, ya nada será
nunca igual. Nuestra esperanza no está puesta en el progreso, en la ciencia, en
los poderosos de este mundo, en el dinero, en la ecología ni en la buena
voluntad de los hombres, sino en el amor gratuito de Dios hecho carne.
2. Estos dos animales ponen tu mundo cabeza abajo. Tú
crees que eres el centro del universo. Lo demuestras cada día viviendo para ti
mismo, poniendo a todos y a todo a tu servicio, buscando que todos te sirvan,
que te consideren, que te den gloria. Pero la mula y el buey, tozudos como
todas las mulas y todos los bueyes, te dicen que el centro del mundo no eres
tú, sino ese Niño que está entre ellos. No importa cuántas veces vuelvas a
intentar ser el centro de tu mundo: ellos siempre estarán allí recordándote que
estás equivocado. “Te manifestarás en medio de dos animales”, anunció el
profeta Habacuc (Hab 3, 2), y así se cumple hoy en ti: el sentido de la vida se
te manifiesta entre dos animales, el Señor de tu historia entre una mula y un
buey.
3. Que no te engañe el aspecto apacible del belén de tu
casa o de tu parroquia. La palabra profética hecha figurilla de barro en
la mula y el buey es terrible. Porque es terrible el contraste que señala
Isaías entre el pueblo de Dios, que no reconoce su venida, y la mula y
el buey, que, a pesar de ser solamente animales, conocen a su señor y reconocen
el pesebre de su dueño. Como toda palabra profética, se refiere a ti y
a tu vida. Tú eres parte del nuevo pueblo de Dios: ¿Reconoces su venida? ¿Estos
días navideños están centrados para ti en Jesucristo o vuelan por las
preocupaciones de regalos, cenas, uvas y fiestas? Si vives esta Navidad como la
vive un pagano, hasta la mula y el buey se levantarán contra ti para acusarte,
porque ellos reconocen el pesebre de su Señor y tú eres incapaz de hacerlo.
4. Los dos animales son también, como te diría San
Francisco de Asís, una palabra de pobreza para ti. ¿Cuál es su
misión en el nacimiento de Cristo? Calentar un poco aquel pesebre con su
aliento y el calor de su cuerpo. Algo que está al alcance de hasta el más pobre
de los pobres. ¿Qué te pide a ti Cristo hoy? ¿Grandes cosas? Eres incapaz de
hacer grandes cosas. ¿Riquezas que cambien el mundo? Apenas llegas a fin de
mes. ¿Sabiduría y erudición? A menudo, de tu boca salen más bien rebuznos o mugidos.
Entonces, ¿qué quiere Dios de ti? Lo que quiere, en primer lugar y ante todo,
es que te dejes querer por ese Niño y aprendas así a amarle a Él. Alégrate de
formar parte de su familia, que es la Iglesia. Dios no quiere quitarte nada, te
quiere a ti. Disfruta, pues, de “la generosidad de Jesucristo, que siendo rico
se hizo pobre, para enriquecernos con su riqueza” (2 Co 8, 9). Ya habrá tiempo,
si Dios quiere, para que hagas grandes cosas.
5. Finalmente, como en una meditación ignaciana, la
mula y el buey te muestran el camino de la contemplación. Desde que se
puso el belén, los dos animales no hacen otra cosa que mirar al Niño, junto con
María y José. Para eso es el nacimiento: para que mires al Niño, para que pases
tiempo y tiempo contemplando a Dios hecho carne por ti, para que le digas mil
palabras de cariño, para que estés ahí, junto a él. Leí una vez que San
Josemaría compró una imagen de Niño Jesús de tamaño natural, para que, en
Navidad, sus sacerdotes se la fueran pasando y tuvieran al niño en brazos durante
unos momentos, contemplándolo, diciéndole cosas y simplemente queriéndolo. La
mula y el buey no tienen nada mejor que hacer estos días. Y tú tampoco.
Que cada elemento del
pesebre nos ayude a tener a Cristo como el centro de nuestra vida, así como la
mula y el buey no dejan de contemplarlo, de darle calor, de estarle cercano.
Bibliografía:
·
La infancia de Jesús, Benedicto XVI.
·
http://infocatolica.com/blog/espadadedoblefilo.php/1301021013-aprende-de-la-mula-y-el-buey
Por: P. Samuel
Bonilla
Fuente:
PadreSam.com